Capítulo 7

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 CAPÍTULO 7.

Nos llamaron para almorzar. Éramos muchos. Nos citaron en una especie de cabaña igual de larga y lujosa que las mesas que se extendían con todo tipo de comida.

Ensaladas de todo tipo, bandejas de carne, pollos rostisados, papas fritas (eso fue extraño), frutas, verduras cocidas.

Las bebidas eran jugos naturales, nada de sodas. Había vinos pero no muchos.

La mesa estaba decorada con servilletas dobladas con las iniciales P.E, cubiertos de oro con el mismo grabado en sus bordes al iguales que los platos. Bueno, la vasija irradiaba dinero en total.

Velas encendidas por más que la luz del día brillara como nunca y que la misma ingresaba por ventanales que funcionaban como paredes.

Tras ver a Rachel, caminé hacia ella. No quería comer sola. De todas maneras, esperaba no ser descortés por intentarlo, no tenia otra táctica para sociabilizar.

Se sorprendió al verme.

—Por fin te quitaste ese horrible vestido azul—me dice, tras darme un beso en la mejilla. Me sonrojo. —Vaqueros, Converse y un top blanco—me mira de arriba abajo—. Me encanta.

—De todas maneras no sigo encajando—tuerzo el labio tras mirar el atuendo de otras que no paraban de lucir vestidos y tacones.

—Si buscas encajar jamás lo lograras. Satisfacer a alguien en este pueblo resulta imposible y todos matan por internarlo. Nunca se llega realmente.

Tomamos asiento en las sillas.

—Dios, que silla tan cómoda—me relajo.

—Es como estar en casa ¿no?

No entendí su comentario, pero asentí para no llevarle la contraria.

—¿Qué vas a comer? —me pregunta.

Estoy a punto de responderle pero cuando Adíele ingresa con su grupo de amigas al gran salón me quedo sin palabras.

—Mierda ¿te ha ido a molestar? —Rachel se da cuenta de inmediato y pone su mano en mi hombro.

—Se ha aparecido con una navaja para intentar sacarme de mi habitación.

—Estás bromeando.

—No, ojalá fuera una broma. Quiere mi habitación porque está al lado de un tal Telesco. Ni siquiera sé quién es.

De pronto siento como las voces de las chicas que estaban a mi alcance, se apagaron bruscamente. Las que habían alcanzado a oírme, se me quedaron viendo con tanto odio y asombro que volví a sentir mi corazón detenerse.

Incluso Rachel se quedó atónita.

—¿Acabas de escuchar lo que dijiste? —me dice, con una sonrisa nerviosa.

—¿Qué dije de malo?

—No sabes quién es un Telesco ¿es una broma? Porque te ha salido muy bien ese comentario sin que se note que era falso.

—Por supuesto que estoy bromeando—me rio y veo como de a poco las chicas que están a mi alrededor empiezan a despejar esa idea de tenerme en la mira.

—Ten cuidado con ese comentario porque puede que lo tomen a mal aquí, Evangeline y lo digo por tu bien—me advierte—. No sabes la afortunada que eres por dormir junto a la habitación de un Telesco ¿qué hermano está?

—¿Hermano?

—Sí, son tres—frunce el ceño con obviedad—. Nathan, Dan y Darya. Este año ingresaron los tres al mismo tiempo por lo que es un año emocionante para el palacio y es por eso que están todos a la defensiva e insoportables porque son una de las familias más ricas que tiene el pueblo y dice el rumor que también traspasa las familias de otros pueblos—me cuenta con entusiasmo—. No quiero que confundas mi alegría por contarte esto pero ver el efecto que causa esto en la gente de aquí, simplemente es enloquecedor.

—¿Por qué lo dices?

—El dinero mueve al mundo y los Telesco son el dinero mientras que el mundo es The Moon—analiza.

—¿Eres escritora?

—No pero escribo de vez en cuando...¿por qué lo dices? —sonríe.

—Me atrapaste con tan sólo hablar, si eso aparece en un libro lo leería pero no lo viviría—le digo con una sonrisa mientras me sirvo ensalada.

Escojo algo de carne, al ver que empieza a dificultarse la cosa insisto. Dejo de hacerlo cuando todos están sentados, quietos y están mirándome con sus narices arrugadas.

Rachel tira del borde de mis vaqueros, llamando mi atención.

—¿Qué? Sólo quiero carne—escruto.

—La comida no te la sirves tú—susurra entre dientes.

—Oh...

Escucho que alguien contiene una risa al fondo de la mesa y proviene de ese tal Telesco que está observándome, divertido.

—Bueno, al menos hiciste reír a Dan—me comenta Rachel por lo bajo mientras tomo asiento.

Desde mi lugar, le enseño el dedo del medio a ese tal Dan y su sonrisa se ensancha. Me guiña un ojo y yo me quedo inmóvil. El me devuelve aquel gesto. Pongo los ojos en blanco, hundiéndome en la silla y mirando para otro lado.

Otra vez tengo puesto los ojos de las jóvenes a mi alrededor.

—¡¿Qué no tienen otra cosa que mirar?! —exclamo, harta.

—Tómense su tiempo chicas, no todas vemos todos los días a una manzana podrida—comenta Adiele, recogiéndose el cabello con ayuda e una orquidia y con una sonrisa falsa plantada en sus labios.

—¿Eres una exiliada? —me pregunta una, sorprendida.

—Yo...

—¿Expulsaron a tu familia y volvieron? ¿Cómo es que les da la cara? —me enfrenta otra.

—¡Ella no es una exiliada! —las calla Rachel y me mira—¿cierto?

Respiro hondo.

—Vengo de California y no tengo por qué avergonzarme. Al menos ahí no se fijan cuánto dinero hay en tu bolsillo—tengo ganas de levantarme e irme pero no voy a darles el gusto.

De pronto la tranquilidad se vuelve un escandalo rotundo porque empezaron a hablar de mí frente a mis narices, haciéndome sentir la peor persona que pudiera existir sobre la tierra.

Mientras nos servían la comida gente vestida con atuendos blancos y serios, Adíele disfrutó su vino sin quitarme los ojos de encima mientras yo tenia ganas de matarla por haberme delatado.

¿De dónde sacó esa información? ¿Por qué se empecinaba a hacerme la vida imposible?¿Era por la estúpida habitación? Si casi me corta la garganta por no dársela, seguro era capaz de más.

—Me hubieras dicho que eras de California, Evangeline—me dice Rachel en voz baja mientras comemos—¿Tu familia se escapó de The Sun?

—Me trasfirieron hace dos días, tuve que renunciar a todo lo que tenía , mi casa, mis amigos, a mi abuela y hoy es mi cumpleaños—le confieso con pesar—. No creo que la magnitud de un exilio sea tan terrible a costa de lo que estoy viviendo.

—Lo siento mucho, Evangeline.

—No quiero casarme, ni siquiera voy a intentarlo. Quiero fingir que esto pasara y que algún día podré volver a casa.

—No quiero apagarte la ilusión, pero no creo que eso pase.

Por supuesto que no iba a pasar, pero pensarlo me mantenía esperanzada.

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