Epílogo.

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UN AÑO DESPUES...

El eco de las últimas palabras del profesor se desvanece en el aula, y los estudiantes comienzan a recoger sus cosas, impacientes por salir. Yo guardo mi laptop, el cuaderno lleno de apuntes y la pluma en mi bolso.

Con un gesto rápido, recojo mi cabello en una cola alta y desordenada, dejando algunos mechones sueltos que enmarcan mi rostro.

Desciendo por las escaleras del edificio con paso firme, mezclándome con el flujo de estudiantes que llenan los pasillos.

Entro en la cafetería central del campus de la Universidad de Yale con el estómago gruñendo de hambre. Apenas cruzo la puerta, suena la campanita que hay en ella, anunciando mi entrada. Resoplo al ver que hay una fila enorme para comprar.

El ambiente bullicioso de la cafetería me envuelve mientras busco un lugar en la fila. Estudiantes charlan animadamente entre sí, algunos revisan sus teléfonos mientras esperan y otros se sumergen en libros y apuntes. El aroma tentador del café recién hecho y la comida recién horneada flota en el aire, haciéndome salivar aún más.

Me uno a la fila, resignada a esperar mi turno. Observo el menú mientras avanzo lentamente, deliberando sobre qué delicia satisfará mi apetito. Sandwiches de pan recién horneado, ensaladas frescas, pasteles tentadores... La elección es difícil, pero sé que cualquier cosa que elija será deliciosa.

Finalmente, llega mi turno y hago mi pedido con ansias. Mientras espero a que preparen mi comida, aprovecho para observar el bullicio de la cafetería.

Las risas y conversaciones llenan el espacio, creando un ambiente acogedor y vibrante que me hace sentir parte de la comunidad universitaria.

Mi móvil suena ansioso en mi bolsillo y al revisarlo, veo el nombre de Cindy, la ex esposa de papá, en la pantalla.

—Hola Cindy.

—Hola belleza, ¿cómo estás?

—¿Bien y tú?

—Muy bien, gracias por preguntar. Con tu padre queríamos saber cómo empezó tu primer día en la universidad. Estamos muy, pero muy orgullosos de ti. Él quería llamarte, pero bueno, dirigir el pueblo lo tiene bastante ocupado.

—La verdad es que es mejor de lo que yo esperaba: hay libros, café, gente que de verdad desea estudiar... es un ambiente muy hermoso.

—¿Me vas a decir eso únicamente? ¿No vas a contarme sobre los chicos guapos, que te invitaron a una fiesta en alguna fraternidad o que ya rompiste corazones? —se echa a reír.

—Estoy ansiosa para que me inviten a alguna fiesta —confieso, riéndome—. Esto es asombroso, Cindy. Me gustaría muchísimo que el próximo año tú vinieras a estudiar aquí.

—Este año me ocuparé de acompañar a tu padre en lo que necesite y el próximo elegiré una carrera. Gracias por alentarme a hacerlo, Evangeline.

—A ti por cuidar a papá —suspiro—. ¿Cómo van las cosas con Alex?

Recordaba cómo papá había contratado a Alex para que fuera el cuidador de Cindy en cuanto ella quiso conocer Miami. La química entre ambos fue instantánea, una conexión que no pudieron evitar explorar. No vieron ninguna razón para no intentarlo.

Nada ni nadie los detenía de seguir adelante. El pueblo ya no era el mismo.

—Bien, ya empezamos a decorar nuestra casita. Está frente al río, es muy hermosa —me cuenta Cindy, ansiosa.

—¿Van a adoptar a un perrito como les aconsejé?

—Mira, yo soy más de los gatos, pero Alex es más de los perros. Sigue en discusión.

—Yo les aconsejo que...

Dejo de hablar en cuanto lo veo sentado en una de las mesas del fondo, cerca de un enorme ventanal. Sostiene un libro en su mano mientras bebe un sorbo de lo que parece café o té; no sabría decir qué está tomando. Lleva una camiseta blanca, ajustada al cuerpo, y su cabello negro está corto, lo que resalta aún más sus atractivas facciones. En su brazo se extiende aquel tatuaje que me trae recuerdos.

La luz del sol le baña un costado del cuerpo, y parece estar disfrutándolo.

—Cindy, te llamo luego. Les envío un beso a todos —digo, tratando de mantener la calma.

—Claro, cariño, cuídate mucho —responde Cindy, despidiéndose con cariño.

Cuelgo la llamada sin poder apartar mis ojos de él. Me avisan que está lista mi comida. Tomo mi bandeja y me acerco a su mesa con el corazón acelerado.

—Hola —saludo, tratando de disimular mi nerviosismo.

Nathan levanta la vista de su libro, y sus ojos oscuros me atraviesan con intensidad. Cierra el libro y una sonrisa se forma en sus labios.

—Hola, Evangeline.

—Creí que seguías en Egipto —rio nerviosa—. ¿Qué haces aquí?

Nathan se fue hace ocho meses a vivir a otro país para empezar una nueva vida. Creí que no iba a volver a verlo nunca más. Sin embargo, aquí estaba, frente a mí.

—Usé parte de la herencia de mis padres para anotarme a una carrera universitaria —me cuenta Nathan—. Y me enteré de que tú tenías una beca aquí, así que supuse que Yale estaba a la altura.


Tomo asiento en la silla, dejando mi bandeja junto a la suya. No puedo salir del asombro.

—¿Y qué vas a estudiar? —pregunto.

—Para profesor de Historia —responde Nathan con calma—. ¿Y tú?

—Para ser profesora en Literatura —coincido, con una sonrisa—. Seremos colegas, madre mía.

—Parece que sí —se inclina un poco en su silla, sin dejar de sonreírme con esa boca que alguna vez devoré con la mía.

—Y no vine solo —agrega Nathan.

Miro hacia donde él mira, confundida. Entonces las veo a las dos, sentadas encima de una manta en el césped, compartiendo un licuado con dos pajitas metidas en él. Ambas beben, mirándose a los ojos y se echan a reír. En un movimiento sorprendente, Darya toma la nuca de Adiele y la atrae para darle un beso.

—Adiele estudiará Psicología junto con mi hermana. Ambas se inscribieron en la misma carrera para pasar el mayor tiempo juntas —me cuenta Nathan con calma—. Le aconsejé a Darya que iniciara algo nuevo con ella, que viajen sin restricciones y sean felices. Después de todo, perdimos demasiado. Nos merecíamos empezar de cero.

Tomo la mano de Nathan, mirándolo a los ojos.

—Me alegra muchísimo que estén aquí —se me quiebra la voz.

Nathan no dice nada, pero sus ojos se empañan al igual que los míos. Sin necesidad de palabras, sabemos por todo lo que pasamos y saber que éramos libres era simplemente hermoso.

—¿Hay lugar para uno más? —interviene la voz de Luke.

Ambos levantamos la vista al escuchar su voz. Está de pie junto a la mesa, con una mochila colgando en su hombro y una bandeja en su mano. Nos sonríe a ambos.

Podría haber enloquecido por dentro al ver que Luke venía a mi universidad en vez de elegir otra. Sin embargo, en ese momento me enfoqué en algo en particular; tenía ante mí lo que había esperado durante meses.

Estaba frente a lo que mamá deseaba para mí, para mi futuro. Estaba viviendo en carne propia lo que ella había soñado para mí. Durante mi estancia en el pueblo, la vi marchitarse poco a poco mientras el entorno intentaba extinguir mis esperanzas. Pero ahora, aquí, finalmente, estaba experimentando lo que ella siempre había anhelado para mí. Era como si su sueño para mí cobrara vida en ese preciso instante.

Y ahora, tenía ante mí la oportunidad de elegir.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now