Capítulo 3

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SARA TELESCO.

No puede ver a su hijo en ese estado de ebriedad. No porque le interese, sino porque le es insoportable su presencia.

Verán, esta mujer se ha casado obligada con un sujeto que le practico sexo anal en la primera noche de bodas mientras ella era virgen. 

Podrán imaginar el llanto desgarrador que tuvo mientras la violaban. Le suplicó que se detuviera, pero este hombre que había conseguido "poseer" a la dulce y silenciosa Sara del palacio, no iba a tener piedad porque tenía una visión muy misógina con todo aquello que se considerara femenino.

De ahí el rencor que tenía Sara Telesco por sus hijos. A la única que quería muchísimo era a su hija Darya, sin embargo, a Dan y Nathan, solamente los toleraba por gestarlos en su vientre.

Su día a día era intentar silenciar las voces de su cabeza que le suplicaban matar a sus hijos sólo para hacer sufrir al hombre que la violó incontables veces.

Lo único que la frenaba para hacerlo era la amenaza que su esposo, Vicenzo Telesco, le había hecho antes de irse de viaje en una cena en la que estaban los cinco (cabe aclarar que cuando esta amenaza sucedió, los niños tenían seis años cada uno y estaban ajenos a lo que ocurría a su alrededor):

—Si a mis tres retoños les sucede algo en mi ausencia, me ocuparé de destriparte, amor mío —le sonrió el hombre, clavándole sus fríos ojos.

Sara asintió con la cabeza, sin decir una sola palabra mientras bebía su sopa. Esa semana en la que la ausencia de su esposo estaba presente en su casa, Sara intentaba no dirigirles la palabra a sus hijos para no desatar su ira y matarlos. Quizás con Darya tendría piedad, pero con los otros dos niños y sabiendo que podrían heredar el gen violento de su padre, sería imposible pensarlo dos veces antes de cometer una locura.

Sara arrastraba su existencia bajo la sombra de una amenaza perpetua, compartiendo su lecho con un hombre al que detestaba con la intensidad de mil tormentas. En el pintoresco pueblo, divorcios eran tan ajenos como los unicornios, pero los asesinatos conyugales, en cambio, eran una opción que flotaba en el aire.

Vicenzo, astuto al percibir el odio de Sara, dejó plasmado en un pedazo de papel el claro mensaje de que, si algo le ocurría, ella sería la culpable. Pero no se detuvo ahí, ¡no! También especificó que, en caso de su muerte y con Sara aún respirando, solicitaba a las autoridades del pueblo que la despacharan también. Además, exigió un último acto de morbosidad: que la enterraran debajo de su cuerpo, boca arriba, para asegurarse de que él estuviera ENCIMA DE ELLA PARA SIEMPRE.

Así, entre acuerdos matrimoniales macabros y sarcasmo, la vida de Sara se convertía en una tragicomedia surrealista, donde el final parecía ser más oscuro y retorcido que cualquier trama de novela negra.

O en otras palabras; su vida era terrible.

Sin embargo, nada justificaba lo que Sara tramaba para mantener a su esposo alejado de casa y, de paso, respirar un aire menos contaminado por él.

—Hablando con Maggy Snow, hemos llegado a la reveladora conclusión de que la mayoría de los maridos en el pueblo no encuentran la felicidad en este enrevesado sistema matrimonial —comentó Sara con un aire inocente, mientras disfrutaban del té en el jardín, observando cómo los tres niños Telesco jugueteaban en el césped.

—¿Estás cuestionando nuestra vida? —los ojos grises negros de Vicenzo se clavaron nuevamente en los de su esposa.

Sara inhaló profundamente, sosteniendo la mirada con determinación. Lo único que anhelaba era que su sutil sugerencia se hundiera en la mente de su marido, haciéndolo reflexionar.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now