Capítulo 18

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CAPÍTULO 18.

EVANGELINE BROWN.

Una sucesión de desgracias me golpea sin tregua, dejándome incapaz de procesar cualquier cosa. Cada golpe parece desencadenar otro en un interminable dominó de calamidades, sin dejar espacio para la recuperación.

Observo impotente mientras el cuerpo de Dan es cuidadosamente colocado en una bolsa negra sobre una camilla. Los médicos lo retiran del lugar, mientras los forenses comienzan a documentar la escena con fotografías meticulosas. El sitio está rodeado de policías, y todos somos testigos de lo que acontece desde detrás de una cinta amarilla que corta el oscuro paisaje del jardín del palacio.

Aunque la noche avanza, los grillos continúan su cantar monótono, mientras el lamento de los presentes se mezcla con el susurro del viento, creando una atmósfera cargada de dolor y desolación.

Mis ojos se posan en Darya, arrodillada al otro lado de la cinta amarilla, sus lágrimas desbordándose en un torrente de dolor incontenible. Nathan, devastado, la abraza con fuerza, tratando de contener el dolor que amenaza con desgarrarlos por completo.

Entre sollozos, Nathan eleva un grito de furia hacia el destino injusto, mientras sostiene a su hermana con un abrazo protector, como si pudiera, de alguna manera, escudarla de la cruel realidad que los rodea.


La ironía de que nuestra última interacción haya sido una acalorada discusión con Dan es simplemente abrumadora. No logro asimilar que lo único que queda de nosotros dos sea ese amargo intercambio de palabras, lleno de resentimiento y frustración. Es difícil de creer que nos hayamos despedido mutuamente de esa manera, envueltos en una atmósfera de desdén y amargura.

Arrodillada en el césped, siento el peso del shock aplastando mi pecho, pero no derramo ni una sola lágrima. No sé si es porque me he acostumbrado a que este tipo de tragedias sucedan una y otra vez, o si simplemente estoy tan abrumada que mis emociones se han vuelto una neblina densa e inerte dentro de mí.

Mi mirada perdida en el vacío, me pregunto cómo he llegado a este punto, cómo he aprendido a contener el dolor hasta el punto de sentirme casi insensible ante la devastación que me rodea.

Dan Telesco yacía sin vida, la realidad golpeándome con la fuerza de un mazo. Sentía como si estuviera atrapada en una pesadilla infernal, donde la crueldad de la vida se manifestaba en su forma más cruda y despiadada. Cerré los ojos con fuerza, deseando despertar de este horror que se extendía ante mí, pero cada vez que los abría, la verdad implacable seguía allí, sin piedad, recordándome que esto no era un sueño.

Me levanto del césped y me encamino hacia el muelle que se extiende hacia el río. Mis pasos son automáticos mientras atravieso un sendero entre arbustos. Llego al muelle iluminado, donde el personal atiende un pequeño bar con bebidas.

Camino hasta el final y me siento bajo la luz de la luna, observando el agua oscura. Entonces, dejo que las lágrimas fluyan en silencio.

—¿Lo conocías? —pregunta Luke mientras se sienta a mi lado, balanceando los pies sobre el borde del muelle sin que sus zapatos toquen el agua.

—Era mi amigo—respondo, sintiendo la incomodidad de no tener una servilleta para limpiarme la nariz.

Con discreción, me seco la nariz con la muñeca, esperando que Luke no lo note.

—Estás pasando por muchas perdidas, lo siento muchísimo, Evangeline—vuelve a frotar mi espalda con su mano.

Lo miro un momento, con mis ojos empañados.

—Tengo que averiguar si realmente se suicidó o lo mataron. Debes tener cuidado, Luke. Aquí hay mucha competencia. —¿Y por qué lo matarían? —Luke me pregunta con sorpresa mientras sus ojos se abren con incredulidad.

La sorpresa en su rostro se transforma en horror cuando levanto la falda para mostrarle la cicatriz que Adiele me ha dejado en el establo. Puedo ver el impacto en sus ojos mientras observa la marca en mi piel quemada.

—Me marcaron como si fuera parte de un ganado—le explico con voz firme, antes de bajar de nuevo la falda—A semanas de haber llegado al pueblo, un grupo de chicas me quemó la pierna para recordarme que no podía tener ningún tipo de amorío con los hermanos Telesco, porque ellas habían sido educadas para casarse con alguno de ellos—confieso, revelando una parte de la oscura realidad que enfrento—. Así que aquí, si quieren, te asesinan y salen impunes.

Luke reflexiona sobre mis palabras por un momento, asimilando la gravedad de la situación.

—Mi padre ha pagado un custodio para tu familia, esta tarde me ha llamado para decírmelo. Así que tu familia estará bien —agrego con un deje de alivio, tratando de ofrecer algo de consuelo en medio de la oscuridad que nos rodea.

—No sabía que este sitio era tan peligroso —susurra Luke, desviando la mirada hacia la distancia, donde el agua se pierde en la noche.

—Hoy lo confirmé con la muerte de mi amigo —digo con la voz entrecortada por la angustia, y entonces rompo en llanto. Luke no tarda en acercarme hacia él, ofreciéndome su pecho como apoyo donde puedo dejar que las lágrimas fluyan en paz.

ADIELE FERRARI.

No podía creerlo. Trataba desesperadamente de encontrar una lógica, un posible enemigo, pero nada encajaba. Hace apenas unas horas, estaba coqueteando con una postulante, y ahora estaba muerto.

Adiele enciende un cigarrillo con manos temblorosas, su maquillaje de ojos corrido por las lágrimas. Camina de un lado a otro, incapaz de encontrar calma. Finalmente, logró sobornar a los paramédicos para que le permitieran ver el rostro de Dan por última vez. Con el corazón en un puño, observa cómo abren la bolsa a la altura del rostro y, al confirmar que era él, su mundo se desmorona un poco más.

La imagen de Dan con la cabeza destrozada por el impacto de su caída desde uno de los pisos más altos del palacio la deja sin aliento. Un mozo, testigo involuntario del momento fatídico, relata cómo vio cómo se lanzaba, y cómo los sesos quedaron esparcidos en el cemento del jardín, una escena dantesca que se graba en las mentes de todos para siempre.

—¡Cierra la bolsa! —ordena Adiele al camillero, su voz temblorosa pero firme.

El hombre obedece sin decir palabra, cerrando la cremallera sobre el cuerpo antes de llevarlo cuidadosamente hacia la ambulancia.

El peso del silencio envuelve el triste momento mientras el vehículo se aleja, llevándose consigo el cuerpo de quien alguna vez fue Dan Telesco.

Adiele se voltea y observa hacia atrás, encontrando a Darya y Nathan aferrados en un abrazo desesperado sobre el césped, arrodillados y envueltos en un torbellino de lágrimas y sollozos desgarradores.

La escena desgarradora parece congelarse en el tiempo, un retrato de dolor y desesperación que parte el corazón de quienes lo presencian. Sin palabras para consolarlos, Adiele los observa en silencio, sabiendo que ninguna palabra podría aliviar el abrumador peso de su pérdida.

EVANGELINE BROWN.

Estoy frente a mi armario, de pie, con la mirada perdida. Tengo que elegir ropa para su funeral. No sé qué ponerme, tampoco me importa. Sé que hay un protocolo. Debo ir de negro y una flor. Nada más. Mis manos recorren las prendas de manera automática, pero mi mente está en otro lugar.

Entonces, casi por instinto, busco alguna prenda al azar y tomo mi chaqueta negra de cuero. Una vez que me la coloco, mi mano se desliza en uno de los bolsillos, como si buscara algún tipo de consuelo en ese gesto familiar.

Siento un papel dentro.

Lo saco. Es una nota doblada en muchas partes.

Tras abrirla, me doy cuenta de que se trata de una carta.

La letra es de Dan.

Carajo, es una carta de Dan para mí.


En las sabanas de un TelescoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora