Capitulo 8

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CAPÍTULO 8

Comer con alrededor cien personas fue algo incomodo. Era como estar en la escuela, pero esta vez se sentía distinto. Una vez que terminamos de comer, Rachel y yo fuimos a sentarnos en unos bancos que daban a un pequeño lago donde los patos nadaban.

Un sujeto nos ofreció migas para lanzarles y empezamos a alimentar a los patos, distraídas.

—No será fácil que te quieran en el palacio, Evangeline, y mucho menos ahora que se han enterado que tu familia se ha fugado de The Moon.

—Fueron mis abuelos por parte de mi padre, no tengo más información que esa.

—La gente de aquí se casa para que la dejen vivir en paz y que se hayan fugado es indignante. No para mi, pero es por eso que actúan así. Lograron pasar la seguridad del pueblo, en cambio yo pienso que es admirable.

La miro, el reflejo del agua se ve en su rostro.

—Mi casa está atrás de los muros. Yo no le debo nada a nadie de este pueblo.

***

Regrese a mi habitación, abatida y cuando llegue, la puerta tenía un claro mensaje escrito con labial rojo. Letras grandes, prolijas y no se olvidaron la coherencia en él: No queremos exiliados. Nosotros si amamos a nuestro pueblo.

—Que me lleva la madre Teresa—me llevo una mano a la nuca.

—Me parece que ya lo saben. Se cancela operación chantaje.

La puerta de la habitación de Dan se abre y sale un muchacho que claramente no es él. Está en cuero, tiene el cabello rizado oscuro y tatuajes en el brazo. Lleva el pantalón por debajo de la cintura y los pies descalzos, ya que sus zapatos y polo los tiene en la mano.

Somnoliento pero con una sonrisa en los labios, levanta la mirada y me lanza una mirada pícara.

—Si quieres divertirte tú también me llamas bonita—me dice y se larga mientras intenta encenderse un cigarro y sostener las cosas en su mano.

Luego de eso sale Dan con una toalla en la cintura y prácticamente desnudo. Primero ve al chico yéndose por el pasillo, luego me ve a mi y su gesto sigue igual de divertido.

—Dime que no eres de la gente que juzga los gustos porque me llevaría una desilusión muy grande contigo—apoya su codo en el marco de la puerta.

—Yo no te he dicho nada.

—¿Y por qué esa cara?

Señalo con un movimiento de cabeza lo que me escribieron en la puerta.

—Que hijos de la mierda—masculla, consternado.

—Feliz cumpleaños a mi, supongo—suspiro y apoyo resignada la tarjeta magnética en mi puerta.

No sé en qué momento lo hace o cuánto le llevó a interponerse entre la puerta y yo.

—¿Tu cumpleaños has dicho?—pregunta, muy seriamente.

Asiento con la cabeza, extrañada.

—¿Y piensas encerrarte?

—Si, no voy a bajar hasta la comida. Todos me odian.

—Débil. Muy muy débil.

—No soy débil pero intento no cruzarme con esa gente.

—¿Y yo soy parte de esa gente?

—Depende de cómo me trates—enarco una ceja.

—No vas a encerrarte el día de tu cumpleaños. Te vienes conmigo y no de la forma en que me gustaría—me agarra de la mano y me mete a su habitación.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now