Capítulo 2

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Rafaella.

Bajo las escaleras de la mansión queriendo meter algún alimento a mi estómago, el hambre me mata y tortura a la vez. No desayune por estar trabajando y he tratado de aguantar todo lo que he podido pero ya no resisto más.

Intento atravesar la sala para llegar a la cocina pero un león se me atraviesa, lanzándose sobre mí.

-¿Qué pasa cachorro?-acaricio su melena.-¿Tienes hambre?-le pregunto aunque no pueda hablar.

Estos leones me llevaran a la quiebra, comen como descosidos.

-¡Elena!-llamo a la señora que nos ayuda en casa.

-¡¿Señora?!-grita desde la cocina.

Como me choca que me llame así. Lo dejo pasar como lo hago siempre.

-Argos, ¿Ha comido?

-¡Si señora!

-¡Y Perseo?

-¡También!, Erebo es el único que no ha venido a comer.

-¡Entiendo!

Sigo acariciando al león.

-Vamos fuera.-le digo para que se mueva, lo bueno es que es muy obediente y siempre hace lo que le digo.

Lo tomo del collar que tiene en el cuello. La inscripción me atraviesa siempre que la leo.

«Argos Kuznetsov Riccardi»

-¡Mama!-grita mi hijo.-¡Mi hermana ha metido a Perseo a la piscina!

-¡Joder!-me apresuro hacia el jardín.

Cada día con ellos es como una maldita travesía.

-Ahí viene mi madre.-le advierte el.

Esta niña está loca. Tiene a los dos leones metidos en el agua.

-¡Bianca!-la reprendo y ella me mira con ojos de perro aplastado.

Manipuladora.

-Mamita, ellos querían bañarse.-intenta justificarse.

Oh, claro, los leones querían bañarse.

-¡Erebo, fuera de la piscina!.-le hablo con autoridad para que me obedezca.-¡Perseo, sal ahora mismo de ahí!.-los leones salen con la cabeza gacha.

-¡Pero porque los riñes!-se molesta saliendo también.-¡Ellos no tienen la culpa!

-¡Ah, no. La culpa la tienes tú!-la señalo y abre la boca impactada.

-¡Damiano tiene la culpa por chismoso!

Su hermano la mira ofendido.

-¿Escuchaste, hijo? Te llamo chismoso.-lo provoco.

Algo que tiene mi hijo es que no se deja ofender por nadie, ni siquiera por su compañera de vida.

-¡Cállate, cabeza de brócoli!-le responde a su hermana.

Me llevo la mano a la boca para contener la risa.

-¡¿Escuchaste, mamá?! ¡Esa sí que es una ofensa!-como que no los estoy soportando.

Buen par de terremotos.

Tomo una de las toallas que están a un lado de la piscina y me agacho a secar a los leones. Si se enferman no sé qué hare porque estos niños no soportarían vivir sin ellos ni un segundo.

-Si tu dueño te viera seguro te celebraría tu hazaña.-le digo a Erebo que en respuesta me lame la cara.

Cuando termino con el me voy con el otro. Su hijo.

DINASTÍAWhere stories live. Discover now