Capítulo 41

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Máximo.

Durante estos días he dormido acompañado de mis hijos, ese es mi único confort, saber que los tengo a ellos para saciar mi necesidad de pertenencia por Rafaella, ya que cuando los miro el hecho de que son míos hace eco en mi cabeza.

Soy un hombre arruinado y reducido a cenizas por mi mujer.

Ahora están terminando con su hora de lectura diaria, mientras supuestamente yo estoy entrenando. Y bien, si lo estoy.

Golpeando.

Torturando.

Cualquiera de las dos palabras es correcta.

Me la he pasado encerrado en el Cirius peleando a morir y masacrado a mis adversarios. En cada lucha cuerpo a cuerpo he salido victorioso.

Justo ahora he ordenado que me traigan a uno al castillo para seguir y no abandonar la rutina.

Golpeo sin piedad al esclavo del Cirius que cuelga del techo del sótano del castillo.

-¿Sabes por qué me case con mi mujer?-sigo haciendo preguntas referentes a la tormenta.

-No, señor.-responde con dificultad.

Golpeo su tórax, primero con el puño derecho y luego con el izquierdo.

-Exacto, porque es una puta loca.

No digo mentiras, mi mujer esta como una puta cabra.

-Yo no he dicho eso, señor.-ensarto un puño directo al centro para que se calle.

Mis nudillos piden a gritos un descanso, un cese de golpear.

-¿Y sabes porque le permití hacer esa maldita locura?

-¡No lo sé, señor!

-Porque si no lo hago me dejaría de hablar.-otro puño fuerte que lo hace gemir de dolor.-Ella siempre me castiga con su voz.

Ella tiene sometido cada partícula de mi cuerpo. Todo se resume a ella por completo.

No escuchar cómo me platica de cualquier cosa me jode la mente. No escuchar los nombres de pila cariñosos por los que me llama siempre me dejan al pie del abismo.

No la iba a dejar irse pero bramó furiosa, imponiéndose. Elijo mis guerras con ella y esa ya estaba perdida de mi parte. No iba a dar su brazo a torcer.

-Desde que era una niña supe que estaba loca.

El que me posea como lo hace, me enloquece.

-La primera vez que la vi me beso. Sin más, solo me beso y desde ahí me tiene esa desgraciada.

-Yo no pienso que es una desgraciada, rey.

-Si lo piensas te matare más lento, rebanare tu carne poco a poco hasta que te pudras.

Ella es el equilibro entre mi maldad y mi compasión. Vuelve la oscuridad pacifica cuando solo aclama ser desastrosa.

Negra y teñirse de rojo.

-Le he dado todo, cada parte de mi alma la tiene en sus manos.-pateo múltiples veces los lados de su cuerpo.-La extraño tanto que creo que enloqueceré. ¿Crees que enloqueceré?

Agonizo si ella no está a mi lado.

-No, rey. Usted es una persona cuerda.

-¿Intentas decir que soy bueno?-mi puño va directo a su cara.

-¡No es bueno, señor! Es despiadado.-un último puño certero le hace sangrar más la boca.

Dejo de golpear solo porque dice las palabras correctas.

DINASTÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora