Capítulo 26

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Máximo.

A pesar de que no me agradan las mañanas me levanto temprano para verla y para ver a nuestros hijos. Seguro se ira a trabajar después de que ellos se marchen y volveré a ahogarme en la soledad de esta casa. No puedo viajar porque tengo miedo de salir por la puerta y que no me la vuelva a abrir jamás. Ya han pasado alrededor de una semana y no hay progreso.

No sé qué mierda tenía en la cabeza para hacerle eso. No fue correcto. Ya lo entendí pero ella hace caso omiso a mis disculpas, es como si no las escuchara, o peor aún, no las quiere oír.

Todo lo que hago le resulta invalido, cada una de las cosas que hago para estar cerca de ella, no importa porque siempre pone distancia, me mira con indiferencia, siempre sobre el hombro, como si fuese alguien insignificante y cuando me deja ver más allá de esos ojos grises es para gritarme cuanto me odia y cuando desea que desaparezca de su vista.

Bajo pero los niños no están, vuelvo a subir a revisar en su habitación y tampoco están, regreso sobre mis pasos hasta la cocina.

-¿Dónde están mis hijos?-le pregunto a la sirviente.

-Buenos días, señor, los niños ya se fueron a la escuela.

Miro el reloj que está en la pared y ya es media hora tarde de la hora en la que ellos se van.

-¿Mi mujer dónde está?

-La señora está en su habitación.-agarro la taza de café que me tiende.

-Su habitación es donde está mi cama, no la de invitados.

Levanto la taza y detallo la pulsera de hilo negro que llevo en la muñeca de la mano derecha, es un regalo valioso y especial. Me lo dio ella.

-Ella dice que es su habitación.

-Pero no lo es.

-Es su castigo por dejarla, señor. La señora no la paso bien y entiendo porque ahora lo trata así.

-¿Y cómo la paso?

-Pues cuando usted se fue se puso a llorar en el piso, yo pensaba que se iba a morir porque respiraba con dificultad. Después se fue a otro país, cuando regreso volvió a lo mismo, nunca la había visto tan triste y antes de que venga se volvió loca tirando las botellas de sus tragos contra la pared. Yo rezaba para que a usted se le ilumine la cabeza y se los trajera de regreso.

-Tus oraciones funcionaron. Ahora reza para que me perdone. Te hare rica si eso pasa.

-Dudo que eso suceda señor.

-¡Reza, Elena, es una orden! Y por favor pide que me dé un abrazo. Joder, la necesito tanto.

-¿Quiere pan?

-No tengo hambre. ¿Puedes decirle que no vaya a trabajar?

-Tampoco es que yo sea la santa, señor. No puedo pedirle tanto a la vida.

-Inténtalo.

-Usted intente que sus hijos duerman con usted, ellos le pedirán que ella también lo haga. Eso puede funcionar.-dice mientras friega los platos.

-Podría funcionar... No sabía que tenías tan buenas ideas.

-Eso es porque usted no habla con la servidumbre.

Es la primera conversación decente que tenemos. Ya que Rafaella no me presta atención que lo haga ella.

-Si todo sale bien serás rica como yo.-me corrijo.-No tanto pero tratare de darte para que vivas cómoda. Eso sí, si dejas de trabajar para nosotros te mato.

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