Capítulo 27

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Rafaella.

Confieso que me asuste un poco cuando lo vi llorar, nunca ha llorado por mí, también me recibió con brownies, estaban deliciosos.

-Rafaella.-golpea mi puerta.-Abre, preciosa...No me siento bien.

Me pongo de pie de inmediato y camino un poco desconfiada.

-¿Qué pasa?-interrogo detrás de la puerta.

-No sé qué me pasa. Ayúdame.

-¿Estas bromeando verdad?

-No puedo respirar.-se le entrecorta la voz.

Abro la puerta de inmediato y avanzo precipitada a sujetarlo antes de que caiga al suelo.

Sostengo su cabeza para que no se golpee contra el piso.

-¡Máximo!-me desespero palmeándole el rostro.-¡Abre los ojos, joder!

¡¿Qué le está pasando?!

-¡Gregori!-grito muy asustada.-¡Gregori!

Después de lo que parece una eternidad sube corriendo.

-¡Ayúdame!

-¿Qué le pasó?-se preocupa tirándose al suelo.

-Se desmayó.

-Ah.-la preocupación que tenía se desvanece.-Eso es porque no quiere comer. Es tan animal que cierra su cabeza a un punto sin retorno.

-Hay que llevarlo a la cama.

-Déjalo ahí.-suelta con desprecio.-Que aprenda a comer, ya no es un niño chiquito. No estamos en medio oriente donde hay que hacer ayuno obligatorio. Estoy seguro que hasta ellos se sorprenderán con la resistencia que tiene este hijo de puta.

-¿Pero qué dices? No lo podemos dejar aquí.-saca el intercomunicador que lleva en el cinto del pantalón.

-Adam, sube al segundo piso de la casa que hay que mover un estorbo.

-¡Oye! No le llames así.-rueda los ojos y con su pie lo patea despacio. De un manotazo le apartó la pierna.

-No sé quién es más imbécil, si tú o el.-le digo.

-Ahí vamos, es una competencia constante.-me río por las cosas que dice.

Adam sube las escaleras y se apresura a nosotros.

-¿Qué le pasó al señor?

-Resulta que ahora hay que darle de comer en la boca porque si por el fuese no traga nunca.

-Tenemos que llevarlo a la cama.-le ordeno.

-Encárgate.-retrocede para irse.

-¡Gregori!

-¡Ya voy joder! ¡Ya voy!

Es difícil cargar a un hombre de casi dos metros con un cuerpo musculoso, sufren mucho al momento de hacerlo pero lo consiguen, a duras penas lo colocan en la cama, acomodándolo como pueden.

-¡Elena!-la llamo mientras le coloco una almohada debajo de su cabeza.

Qué bueno que a los niños le pusimos paredes donde no atraviesa el sonido.

-¿Señora?

Desliza su mirada por el ser inerte que yace sobre la cama.

-Súbele algo de desayuno, en cantidades grandes.

-Ahorita mismo le traigo.-se retira apresurada.

Camino en busca del botiquín y regreso colocándole un poco de algodón con alcohol en la nariz. Logro percibir que en los últimos días se ha bajado de peso.

DINASTÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora