Capítulo 32: La alumna del mes

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Jota

Terminé de trabajar y subí al piso de mi abuela para comer con ella.

Después, iría con Iris a mi casa para ensayar la canción, no estaba muy conforme con llevarla allí, pero de lo contrario no podríamos ensayar tan cómodos porque todos los instrumentos estaban en mi sótano. Lo bueno es que había hablado con Luis para que vigilase a mis padres y que así no bajasen a molestarnos.

—¿En qué piensas tanto, tesoro? —preguntó mi abuela haciéndome volver del trance.

—No es nada —contesté con una sonrisa.

—Anda, vamos a poner la mesa —me dio los platos.

Los fui colocando sobre la mesa acomodando los cubiertos, los vasos y las servilletas. Después, fui a la cocina de nuevo para servir la comida y de repente cuando entré, me encontré a mi abuela apoyada con las dos manos encima de la encimera a punto de desvanecerse.

—¿Abuela? —me acerqué a ella rápidamente—. ¿Estás bien? —la sostuve entre mis brazos.

—Sí, cariño —se agarró a mi mano y la conduje hasta el salón para que pudiese sentarse.

La acomodé con delicadeza en el sillón y fui corriendo a por un vaso de agua para dárselo. Cuando volví, me apoyé en la mesa con una mano y me acuclillé en el suelo para verla desde abajo.

—Solo ha sido un mareo. No te preocupes —acarició mi mandíbula.

La miré inquieto intentando reordenar mis pensamientos. ¿Cómo no iba a preocuparme? Claro que lo hacía. Si no hubiera llegado a estar podría haberse caído al suelo y estaría sola. No podía dejar que le pasase algo sin estar con ella, sin que estuviese acompañada.

—Abuela, ¿quieres que te lleve al hospital?

—Anda, anda. Si esto no es nada —dijo mientras se incorporaba—. Venga vamos a comer.

La miré de nuevo asegurándome de que no volviese a pasar. Después, me senté en la mesa con ella y empezamos a comer en silencio mientras la observaba más de lo que podía controlar porque no estaba seguro de si todo iba bien. Era la primera vez que se mareaba de esa manera.

—Abuela, luego te vienes a casa con nosotros, ¿vale? No quiero que te quedes sola.

—Jaime, pero si estoy bien. No te preocupes —hizo una pausa para mirarme extrañada. — Un momento, ¿has dicho nosotros?

—Eh... no...

—¿Quién va a tu casa?

—Bueno —me puse una mano en la nuca—, una amiga que nos va a ayudar con un concierto.

—¡Tienes novia!

—¡ABUELA! No es mi novia.

—¿Es la vecina de arriba? —Asentí con la cabeza y ella sonrió hasta que se le rasgaron los ojos—. Bueno, entonces tendré que irme con vosotros a tu casa —dijo mientras me guiñaba un ojo.

—Abuela, pero no seas cotilla.

—Tengo que saber si es buena novia para mi nieto. —Mi expresión se transformó en una de sorpresa mientras que me ponía rojo como un tomate. Sabía de sobra que ya era imposible disuadirla y que daba igual lo que hiciese que quería conocerla y lo iba a hacer de una manera u otra.

Una vez que habíamos terminado de comer, recogí los platos, la cocina y fregué mientras mi abuela se sentaba en su sofá. La buena noticia es que estaba mucho mejor que antes. Al menos había recuperado todo el color que le faltaba.

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