Capítulo 39: Un placer hacer negocios contigo

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Iris

Me quedé paralizada en cuanto Jaime dijo que me quería. Como si una neblina de paz hubiese inundado todos y cada uno de mis pensamientos. No pude esconder la felicidad del momento y solté una sonrisa de oreja a oreja. Él posó su mano en mi nuca y nos dimos un beso, pero un beso mucho más intenso, mucho más de los que ya nos habíamos dado antes. Moví mis labios contra los suyos mientras que él acariciaba cada trocito de mi piel, sintiéndome arropada, sintiéndome bien.

—Sé que quizás es temprano... Jaime, tan solo llevamos quince minutos... pe...

—¿Y ya me quieres dejar, Iris? —me interrumpió.

—No —me reí mientras lo empujaba por un hombro—, no es eso. Es que sé que nos conocemos desde hace tan solo un mes y que quizás es pronto pero lo digo de verdad... —lo miré detenidamente.

Él asintió con una sonrisa y después abrió la boca.

—Un mes y una semana, tiraste mi bandeja.

—Y no me arrepiento para nada.

—Me habría puesto en medio una y otra vez solo para que volvieras a tropezar conmigo.

Tragué saliva y apreté un poco los labios mientras que un cosquilleo volátil amenazaba a mi estómago. Era inexplicable lo que sentía cuando estaba con él. Después de todo lo que había pasado no quería perder el tiempo, quería disfrutar de él, de nosotros porque por fin había un nosotros y podía verbalizarlo.

De repente, caí en la cuenta de que Jaime era mi primer novio, que nunca antes había estado con alguien. Me observó detenidamente mientras una arruga se formaba en su frente al intentar descifrar mi expresión.

—¿Qué pasa? —ladeó la cabeza.

—Eres mi primer novio.

—Y espero ser el último —me guiñó un ojo.

Entonces una sensación desagradable se instaló por todo mi cuerpo al pensar en que él

era el primero en todo y en que yo en cambio no lo era para él. No era su primera novia, ni su primer beso, ni... ni... Intenté disimular toda la naturalidad del mundo para que no notara que algo iba mal.

—¿Estás bien, Iris?

—Sí —sonreí sin dientes—, demasiadas emociones por un día.

—Venga, te llevo a casa —me agarró de la cintura y me levantó de su regazo para ponernos de pie.

Cruzamos el parque y un paso de peatones para encaminarnos hasta el coche. Nuestras manos se rozaron y entonces él entrelazó la suya a la mía, lo observé mientras sonreía y apreté con fuerza, menos mal que no me dio un infarto de milagro.

—No vamos a avisar, ¿no? —señalé el pub.

Él negó con la cabeza

—Luego le mando un mensaje a Luis.

Me monté de un salto en la furgoneta y me abroché el cinturón. Pillé a Jaime mirándome embobado y entonces antes de ponerse el cinturón estiró su cuerpo para darme un pequeño beso y volvió a su asiento dejándome con las mejillas escarlata y las manos sudando. Pero ¿cuándo iba a dejar de ponerme nerviosa? Me atraía de una manera incomprensible.

Arrancó y condujo hasta su casa.

—Dejo la furgo en la cochera y te llevo con mi coche.

Nos aseguramos de que estuviese todo antes de cerrar las puertas para que nadie pudiera llevarse nada del equipo. Salimos del garaje y nos montamos en su coche, condujo en silencio mientras escuchábamos la música que sonaba por la radio.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora