Capítulo 60: Redención

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Jota

—Te quiero —susurré cuando cerró la puerta.

¿Qué había hecho? No la quería, la amaba, con todo mi corazón, con todo lo que yo era. Iris era el amor de mi vida. Estaba enamorado de ella y lo seguiría estando hasta el final de mis días porque siempre había sido ella.

Me tumbé en el sofá derrotado mientras las lágrimas volvían a brotar de mis ojos. Ya no estaba, se había ido y yo lo había provocado. ¿Cómo echar de menos a una persona que tú mismo has echado por no saber gestionarlo?

Estaba tan saturado que no sabía cómo tenía que reaccionar y lo último que quería en el mundo era ver a Iris sufriendo, y eso es lo que acababa de hacerle. Pero, ¿cómo iba a seguir si estaba destrozado? Me sentía como una absoluta mierda y cuando anoche discutimos lo primero que hice fue ir a mi casa para recoger un par de cosas y traerlas a la casa de mi abuela.

Ayer estaba tan enfadado con ella que solo pude huir. Porque era un experto en irme. Lo había hecho porque Iris tenía razón, llevaba semanas absorto en un agujero negro, no comía, no salía, no veía a mi familia, no iba al trabajo y ni siquiera hablaba con ella cuando lo estaba dando todo por tirar de los dos hacia delante.

¿Qué esperar de una persona que ya se ha rendido para siempre? Estaba cansado, me dolía la cabeza y el cuerpo. Y desaparecí porque me di de lleno contra un muro, contra la realidad de la que tanto huía, porque no podía dejar que me atrapase. Porque ya no estaban ninguna de las dos.

Era un bucle constante del que no podía salir, no quería consumirla con mis problemas pero era exactamente eso lo que estaba haciendo y era tan egoísta que quería que estuviese en mi vida para seguir compartiendo momentos con ella.

Estaba tan mareado que la cabeza me daba vueltas, como si miles de agujas se estuviesen clavando en mi cerebro. En tan solo un mes me había convertido en otra persona y odiaba lo que era con todas mis fuerzas.

Lloré aún más cuando las palabras de Iris evocaron de mi mente. Tenía razón en todo lo que había dicho porque yo tampoco me reconocía, ya no era el mismo y tenía que seguir porque la vida no paraba, no se detenía cuando pasaba algo así y ella lo sabía mucho más que yo.

Me hundí en mis lágrimas cuando recordé sus labios sobre los míos y cuando había dicho que cada día merecía la pena si estábamos juntos, y entendía esa sensación porque era exactamente lo que me pasaba cuando Iris estaba a mi alrededor. Porque tenía la capacidad de alegrarme con tan solo mirarme a los ojos. Esos ojos que ya no volveré a ver nunca más en mi vida porque la había apartado de mi lado para siempre.

Era un idiota.

¿Yo la motivaba a seguir? ¿Conmigo tenía un motivo para luchar? Me limpié las lágrimas porque no dejaban de salir y se me estaba empañando la vista.

Decía que yo le había enseñado a luchar por sí misma, y si supiera que en realidad no había hecho nada, que todo estaba dentro de Iris porque jamás se ha rendido. Siempre ha seguido hacia delante con una fuerza arrolladora de la que ni siquiera era consciente. Me sentía pequeño a su lado porque nunca podría dejar de brillar. Porque no la merecía. ¿Afortunada ella? No. Afortunado yo. De haber besado cada parte de su cuerpo, de haber escuchado sus te quiero, de haber sentido su piel contra la mía, de haber compartido mi vida con ella y de haber escuchado su risa día tras día. Porque era preciosa. Iris era preciosa.

Habían pasado treinta minutos desde que se había ido y yo ya la echaba de menos. Tenía el corazón partido en dos. Yo mismo lo había resquebrajado. El suyo y el mío. Ni siquiera había podido reaccionar a sus palabras porque no era consciente de que ella sentía todo eso conmigo. Y no quería que se fuese, pero lo había hecho. Solo entonces he sido consciente de que nada tendría sentido si Iris no estaba porque ella merecía la pena.

A través del arco IrisWhere stories live. Discover now