Capítulo 58: ¿Por qué ella?

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Jota

¿Por qué? ¿Por qué ella? Estaba roto por dentro, no sabía que esto iba a doler tanto. No podía ser real, era imposible. Seguro que me plantaba en su casa y allí estaría. Me daría un abrazo después de tocar al timbre y volvería a decirme tesoro una vez más. No se había ido, claro que no. Estaba bien, estaba sana. No podía dejarme aquí, joder. No podía irse y dejarme aquí. Porque no quería vivir en un mundo en el que mi abuela no estuviese.

Siempre había estado aquí, era mi lugar seguro y ahora todo se estaba tambaleando. Las columnas y los cimientos se caían a trozos y no podía sostenerlos porque me estaba hundiendo con ellos. Me arrastraban hasta el fondo y seguía sin poder procesarlo porque en mi cabeza no quería que esto fuese real. ¿Quién querría?

Se ha ido.

No.

Ya no está.

No.

Muerta.

No.

Lloré, lloré hasta deshacerme. Hasta que dejase de doler. Hasta que me fuese con ella. Hasta que cayese en la cuenta de que de verdad se había esfumado, pero no podía dejarla ir. Y me planteaba una y otra vez todo lo que podía llegar a pasar en tan solo una fracción de segundos. Entonces sabía que eran demasiadas cosas, y de todas ellas que mi abuela se hubiese ido era la que más me reventaba. Porque cuando Iris puso esas palabras en su boca supe que mi mundo se había fracturado para siempre. Mierda, Iris. Me abracé a ella con fuerza para llorar en su hombro cuando fui consciente de que estábamos celebrando su cumpleaños y me enfadé aún más cayendo en la cuenta de que no había podido hacer de ese día uno feliz, porque todo lo había hecho por ella. Quería que tuviese un bonito recuerdo y ahora vivirá con la idea de que mi abuela se fue la madrugada después de su cumpleaños.

—Jaime... —susurró con la voz dulce. Y saber que estaba aquí conmigo fue mi salvavidas porque sabía que el golpe habría dolido más de no ser por ella.

Me separé poco a poco y me pasé el dorso de la mano por debajo de los ojos para contemplarla. Estaba casi tan rota como yo y era consciente de lo mucho que Iris sufría con todo esto y no era justo que tuviese que tragarse esto conmigo.

—Vamos —se levantó—. Tenemos que irnos —tiró de mí.

—¿Q-qué...? ¿Dónde...? —la voz apenas salía de mi cuerpo.

—Tienes que despedirte —musitó en voz baja.

Me puso de pie con una fuerza descomunal que ni siquiera supe de dónde la sacó. Porque esa era Iris, el apoyo que cualquiera querría tener en su vida y estaba conmigo. Estaba aquí para que doliese menos.

Rodeó mi cintura con sus brazos y me estrechó contra su cuerpo. Me abrazó como si quisiese llevarse mi angustia con ella. No la merecería ni en mil vidas y sabía que aun así las viviría todas y cada una de ellas para seguir teniéndola a mi lado. Porque así de egoísta era, porque la quería conmigo, con nadie más. Aquí, ahora y siempre.

—Venga —dijo contra mi oído—. Tenemos que irnos.

Y yo no quería irme, no quería salir de aquí porque entonces tendría que enfrentarme a la realidad: saber que era cierto y que ya no estaba.

Me separé de golpe y ella me miró extrañada.

—No... no voy a ir —negué con la cabeza.

Iris acotó distancia entre nosotros, agarró mi mano y tiró hacia dentro. Pero no consiguió nada porque me zafé y me aparté todo lo que pude.

—Jaime... —se dio la vuelta.

—No. ¿No me has escuchado? No voy a ir.

—Si no l...

A través del arco IrisWhere stories live. Discover now