Capítulo 57: La fiesta

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Iris

—¿Lista? —preguntó mientras dejaba las velas encima del escritorio.

—¿Para qué? —mi cara se transformó en una de confusión total.

—Tendrás que venir conmigo para descubrirlo —guiñó un ojo.

—¿Me vas a secuestrar o algo así?

—¿Y tener que aguantarte las veinticuatro horas del día? —hizo una pausa—. Sí, por favor.

Solté una carcajada porque no me esperaba esa respuesta y él atrapó mi mano para entrelazarla a la suya y guiarme hasta la puerta principal.

—¿Es en la calle?

—Más o menos —sonrió—. ¿Confías en mí?

—La duda ofende.

Una risa ronca retumbó en su interior y me encantaba cuando la escuchaba.

Caminamos por el pasillo para esperar al ascensor y antes de que se abrieran las puertas me dio un beso corto en los labios que me dejó con ganas de más porque nunca me saciaba de Jaime, siempre quería más y más.

Una vez que entramos en el cubículo, las decenas de preguntas amenizaron el viaje. Necesitaba saber cuál era la sorpresa que me había preparado porque la paciencia no era una de mis virtudes, pero Jaime se limitó a negar con la cabeza sin darme ni una mísera pista.

—Iris, como no pares te voy a hacer cosquillas —amenazó mientras se apoyaba en la baranda.

—Dime la sorpresa —puse ojos de cachorrito porque sabía que así me lo ganaba un poco.

—Ni se te ocurra —levantó un dedo—. Además, si te lo digo no sería una sorpresa, amor.

Descubrí una sonrisa en cuanto escuché cómo me llamó.

—¿Qué? —espetó en cuando me observó.

—Nada...

Él dio dos pasos hacia mí y clavó sus dedos en mis costillas mientras yo me retorcía por todo el ascensor para que no pudiese atraparme, pero fue en un intento nulo porque me acorraló contra la pared.

—¡Para, para!

—Dímelo.

—Me... —reí—. Me gusta cuando me dices amor sin darte cuenta.

Sus labios se encontraron con los míos pero siguió en su tarea de hacerme cosquillas.

—¡Oye! —vociferé contra su boca—. ¡Me has dicho que pararías!

—Nunca dije eso.

Me dolía el estómago del esfuerzo y estaba a nada de que las lágrimas me decorasen el rostro, pero entonces las puertas se abrieron de golpe y empujé a Jaime hacia un lado en cuanto me di cuenta de que su abuela nos contemplaba con una sonrisa tierna.

Jaime me miró con el ceño fruncido y siguió la trayectoria de mi mirada para verla él también.

—Abuela —la rodeó con sus brazos y cerró los ojos como si acabase de llegar a casa porque eso es lo que era ella. Su lugar seguro, la calma a la tormenta y el refugio que necesitaba.

Salí poco a poco del ascensor mientras los contemplaba porque incluso podía percibir la conexión que tenían y el amor que los envolvía. La admiración y la complicidad eran palpables incluso a kilómetros, y me hacía feliz que Jaime tuviese ese apoyo.

—Hola, cariño —respondió ella.

Su mirada voló hacia mí que agité la mano mientras susurraba un tímido «Hola» porque no quería romper con esa aura que ambos irradiaban.

A través del arco IrisWhere stories live. Discover now