Epílogo

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Un año después.

—Escribir es terapéutico, Iris. Te liberas de toda la carga —me dice la psicóloga con una sonrisa.

Asiento mientras aprieto las manos contra mis muslos.

—Bien. La semana que viene nos vemos el jueves a la misma hora —anota la cita en la agenda mientras yo observo por la ventana a los niños jugar.

Levanta sus ojos hacia los míos y me doy cuenta de que no estoy respondiendo.

—Perfecto.

Y sin más, salgo de allí para caminar hacia mi casa dándole vueltas a lo que hemos hablado hoy. Hemos tratado el tema de la disociación. Cuando hay tanto dolor que no eres capaz de conectar con todos y cada uno de los sentimientos que te recorren por el cuerpo. Por eso me costaba tanto hablar de mi vida y sentir que eso me estaba pasando a mí. Entraba de lleno en una burbuja y cuando volvía a mi pueblo estallaba para hacerme entender la realidad que había a mi alrededor.

Ya llevaba un año en terapia y me sentía como nunca antes lo había hecho. Podía ser capaz de contarle lo que me pasaba a una persona cualificada para hacerme entender todo lo que había dentro de mí y saber de dónde venía lo que arrastraba día tras día. Y nunca me había imaginado que el cerebro fuese tan complicado, que todos esos recovecos fuesen a dar tanta tarea.

Escucho un murmullo que me hace salir del trance y levanto mis ojos hacia delante cuando veo el bar abierto. Miro hacia dentro y contemplo a Luis limpiando la barra, hago un gesto con la cabeza a modo de saludo que él me devuelve al instante.

Camino hacia mi bloque y después de encajar la llave en la cerradura, abro sin dejar de darle vueltas a las palabras de la psicóloga. Escribir es terapéutico. Quizás podría intentarlo alguna vez en mi vida.

Ando por el salón de mi casa que está exactamente igual hasta deslizarme por el pasillo y entrar en mi dormitorio. Enciendo el ordenador y empiezo a teclear lo primero que me viene a la mente.

Capítulo 1: Un nuevo comienzo

Dejé la maleta en mi habitación y salí al balcón para despedir a mi hermana y mi tía con la mano...

Levanto la cabeza de la pantalla y contemplo las fotos que tengo enfrente.

Jamás me hubiese imaginado conocer a las personas que cambiarían mi forma de ver la vida. Cuando llegué a esta ciudad me sentía perdida, como si fuese incapaz de encontrarme a mí misma y sin un horizonte al que mirar. Fue entonces que decidí salir, hacer cosas que jamás habría aceptado y sentir que podía disfrutar de cada momento.

Ahora sé que me he convertido en la Iris que soy a día de hoy gracias a todas y cada una de las personas que decidieron compartir su vida conmigo. Y también sé que esto no ha acabado, que queda mucho camino por delante y que tengo que descubrir mucho más de mí. En tan solo un año he podido ver una faceta que ni siquiera sabía que estaba. Una versión que me gusta cada vez más, porque a veces dejar lo que éramos para ser es lo que nos ayuda a sentir que somos imparables. Cada día que me levanto veo una cara que poco a poco reconozco en el espejo. Ese reflejo que siempre me ha aterrado mirar me acompaña a cada segundo de mi vida.

Y ahora soy consciente de que todas las personas que han pasado por mi vida me han enseñado algo, aunque ya no estén en ella. De hecho, la persona que más necesité fue la que me hizo darme cuenta de que en realidad no necesitaba a nadie para seguir adelante.

La vida es muy injusta, eso ya lo sé. Me ha privado de muchas cosas y lo ha hecho sin avisar. Sin que pudiese ser consciente de que estaban pasando delante de mis ojos.

Siempre me quedará la espina de que nunca pude despedirme, pero es que esa es la cuestión, jamás nos vamos a despedir como nos gustaría. Y entonces me doy cuenta de que el tiempo se escapa de nuestras manos y a veces las personas también.

La vida no para, es una rueda que sigue en constante movimiento y sé que la mía se estancó en el momento en el que ella se fue y también sé que se puso en marcha cuando conseguí darme cuenta precisamente de eso, de que no podemos pararnos. Que ese estado de standby puede permanecer unos meses porque a veces simplemente no se puede, pero no eternamente. Porque quiero seguir viviendo. Quiero descubrirme. Compartirme y saber que solo yo puedo hacerlo.

Pasarlo mal es parte del día a día porque los momentos malos siempre te recuerdan a valorar los buenos, porque cuando deja de llover es cuando aparece el arcoíris, ¿no? Por muy duro que sea el camino siempre aprendemos algo de él.

No sé qué habría sido de mí si jamás me hubiese permitido conocer a Jaime, solo me queda darle las gracias porque sin él y sin su apoyo no me hubiese convertido en esta versión de mí misma.

Me enseñó que no solo tengo que hacerlo por él, que tengo que hacerlo por mí. Que yo sola puedo con todo.

Amó cada parte de mí como yo amé todo de él.

Y sé que esta historia no ha terminado y que aún nos queda un capítulo más.

A través del arco IrisWhere stories live. Discover now