Capítulo 44: Sensibilidad

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Jota

Mañana era el festival y me sentía como un manojo de nervios.

Durante toda la semana hemos estado ensayando en mi sótano, como siempre. Quedábamos en cuanto Sara salía de clase y me plantaba en la puerta de la facultad para recogerla a ella y a Iris; creo que mi prima nunca se ha visto en una así en su vida, no solía ir a por ella pero cierta señorita hacía que me plantase en la puerta a esperar a que terminaran. A veces viendo algún que otro capítulo de una serie y otras leyendo los libros que solía recomendarme Iris, siempre he sido más de cómics pero empecé a leer novela cuando ella emocionada me contaba la mitad de las historias y no entendía nada, aunque bueno, Iris solía devorarlos mientras que yo iba a mi ritmo —con los ensayos tenía poco tiempo—, después los comentábamos y la verdad es que en la mitad de las opiniones estábamos en desacuerdo. A ella solían gustarle personajes —la mayoría chicos malos— muy diferentes de los que me gustaban a mí y creábamos debates que podían durar horas y horas.

Nos habíamos visto todos los días, solía bajar al bar para darme un beso antes de irse a clase mientras que Luis y Paula nos miraban sonriendo casi como si se viesen a sí mismos reflejados en nosotros. Otras veces, la acompañaba un poco hasta el paso de peatones mientras hablábamos de cualquier cosa. Después, la calma desaparecía porque en cuanto Iris se iba, empezaban las bromas de todo tipo.

Una vez que terminaba la jornada, me iba a casa para comer y preparar el equipo para los ensayos. Solía repasar las canciones, la melodía y la letra hasta que era la hora de ir a la universidad de mi querida novia.

Al principio, cuando se subían al coche, Iris estaba tan cortada que tan solo me saludaba chocándome el puñito, a los días empezó a darme la bienvenida con un besito en los labios que siempre me dejaba con ganas de más mientras que Sara dibujaba una sonrisa en su rostro.

Cuando terminábamos de ensayar, cenábamos en mi sótano y después llevaba a Iris a su casa. Unas veces nos quedábamos contemplando las estrellas, otras hablando de cosas mundanas o bueno, en la mayoría de los casos, besándonos más intenso de lo normal.

La buena noticia de todos estos días es que, aunque mis padres estaban en casa, no bajaron ni una sola vez al sótano y no tuve que presentarles a Iris en ningún momento. Ni siquiera se cruzaron. No la ocultaba de ellos, más bien la protegía de cualquier cosa que mi padre pudiese decirle. Lo conocía lo suficiente como para saber que le soltaría cualquiera de sus lecciones cargadas de paternalismo. Pero era más que consciente de que algún día pasaría, aunque con tan solo conocer a mi abuela y a mis hermanos me bastaba.

—Hola, guapo —escuché a mi derecha.

Me giré en esa dirección y dibujé una sonrisa en cuanto Iris cerró la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Tan solo un segundo y el coche ya estaba sumergido en su inconfundible aroma.

—Hola, guapa —me acerqué para darle un beso en los labios.

—Hola a mí también —dijo mi prima mientras cerraba de un portazo.

Me incorporé y fruncí el ceño.

—¿Has cerrado? —inquirí mientras la miraba por el retrovisor.

—¿Has traído los pases? —preguntó con un tono de voz áspero.

—¿Pases? —los ojos de Iris se clavaron en los míos con un destello de curiosidad.

—Sí, luego te lo cuento.

Arranqué el coche y conduje mientras que Iris me hablaba de un capítulo de la serie que siempre solía ver —Cómo conocí a vuestra madre— y Sara suspiraba una y otra vez.

A través del arco IrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora