EL CELO: PREPARACIÓN

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Cuando llegamos a la calle de mi casa, señalé uno de los portales rodeados de grafitis y el lobo aparcó casi en frente de él. La mayoría de las farolas de la calle estaban rotas y el ayuntamiento no estaba demasiado interesado en invertir dinero en una zona como aquella. No podía culparle. Salimos del coche bajo la lluvia y anduvimos a paso rápido hacia el edificio de ladrillos y grandes ventanales. Había sido una antigua fábrica reconvertida, lo que quería decir que alguien había comprado el edificio y lo había alquilado por plantas. Abrí la puerta de un tirón y pasé delante del lobo, al que, al parecer, le gustaba seguirme por detrás y muy cerca. A veces me giraba un poco para observarle, por si mi casa no le hacía sentirse lo suficiente «seguro». Por desgracia para él, el dinero que me había dado no era reembolsable.

Subimos unas escaleras bastante viejas con un pasamanos roto y pintarrajeado hasta alcanzar la tercera planta, allí giré por un pasillo de moqueta azulada y manchada hacia una de las puertas del final en la que ponía «4A» pero a la que habían pintado para que parecieran dos «AA», con una en cursiva. No era la razón por la que había decidido mudarme allí, pero le daba un toque. Abrí la puerta, las dos cerraduras, y pasé al interior, dejando las llaves sobre un taburete alto color verde que había allí y que había robado de un bar una noche de borrachera. Bien, mi piso no era gran cosa. Era un loft que atravesaban columnas de hierro rojas, con paredes de ladrillo, ventanales industriales y un tanto grasientos y manchados, una cocina americana en una esquina, un pequeño sofá descosido frente a una vieja tele de plasma con una ligera grieta, suelos de madera gastada, y un pequeño apartado con una cama de matrimonio y la puerta de un baño. Eso era todo. Al menos era espacioso y le daba mucha luz los días soleados.

Encendí la lámpara de pie que había al lado de una de las columnas, arrojando una luz cálida y amarillenta sobre el loft. Le daba un ambiente íntimo y agradable, además de que las luces del techo no funcionaban. Me quité la cazadora y miré al lobo; quien observaba el lugar muy atentamente con sus ojos esmeraldas, olisqueando cada poco el aire como si pudiera percibir algo en especial. Preferí dejarle tranquilo y que hiciera lo que tuviera que hacer. No había nada de valor allí que pudiera robarme, porque todo lo que valía algo lo llevaba siempre conmigo encima. Fui al apartado que era la habitación y dejé la cazadora militar sobre la amplia repisa de los ventanales, echando un vistazo a la calle lluviosa y oscura. Una vieja costumbre de cuando tenía que preocuparme de que no me siguieran a casa.

Volví hacia el salón y apoyé el hombro en la pared entre la habitación y el resto, cruzándome de brazos y observando como el lobo daba pequeños pasos, adentrándose en el loft poco a poco y con cuidado. Seguía mirando a todas partes, olisqueando el aire y con la espalda recta. Tardó sus cinco buenos minutos en alcanzar la parte del sofá cerca de la esquina. Cogió los cojines y los olió antes de volver a arrojarlos de nuevo sobre el sillón. Solté un resoplido de incredulidad y puse los ojos en blanco, yendo a buscar la cajetilla de tabaco y el zippo. Eren se puso un poco nervioso cuando oyó mis pasos sobre la madera y vio que me acercaba, pero señalé la puerta de incendios que había a un lado de la cocina.

—Daba a la escalera de incendios, pero está rota, así que es como una puerta de suicidio —le expliqué, rompiendo el silencio y abriendo la puerta metálica y de color rojo en la que había escrito «EXIT» y a la que yo había añadido «to hell».

Encendí el cigarrillo y me asomé hacia la caída de cuatro pisos que daba a un lado del edificio. Había una calle oscura iluminada por una solitaria farola bajo la que normalmente traficaban con droga; una vez incluso había habido un tiroteo. El lobo continuó su exploración por la casa, después de olfatear el sofá y algunas cosas que allí había, fue hacia la cocina y repasó las alacenas y la nevera. Tampoco iba a encontrar gran cosa de valor allí: cereales, pasta y muchos botes de comida instantánea, además de un par de latas de cerveza, leche, pan de molde y los pocos ingredientes para hacerse un sándwich. Ahora que tenía quinientos dólares, quizá incluso me comprara mayonesa.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora