EL EXILIO: DOCTOR LOBO

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Encontrar un lugar para dar los seminarios resultó ser lo más complejo de todo. No quería alquilar un local ni un aula, porque los precios eran absurdos y yo ni siquiera sabía cuánta gente asistiría a mi charla. Durante el desayuno busqué algunas posibilidades, pero eran muy pocas. La iglesia evangélica donde yo había ido la primera vez era una buena opción, el problema era que ya había asambleas de PHIL organizadas allí, probablemente dadas por la misma mujer que me las había dado a mí. No tenía miedo a la competencia, pero la muy zorra tenía cogidas las mejores horas: viernes y sábados noche. No me quedó otra opción que buscar otro sitio.

—Dúchate y ven a comer —le dije a Eren nada más dejar las bolsas sobre la mesa de la cocina.

El lobo me saludó con un gruñido bajo y recostó la cabeza sobre el respaldo para que me acercara a darle su caricia.

—¿Te has bebido todo el agua que te di ayer? —le pregunté tras frotar su mejilla y darle un pequeño beso.

—Eren bebió todo lo que le dio Levi.

Asentí y me fui a desenvolver la bandeja de comida. El lobo se levantó del sofá, pero le costó un poco, gruñó y se llevó la mano al lumbar. Le miré atentamente mientras caminaba a pasos cortos hacia el baño y fruncí el ceño. Cuando regresó con el pelo mojado y una toalla alrededor de la cintura, como yo me la ponía, le pregunté:

—¿Te duele la espalda?

El lobo se sentó con un resoplido en el taburete y cogió el tenedor antes de llevarse un buen trozo de cerdo a la brasa a la boca, mirarme y asentir. Chasqueé la lengua y tiré la colilla del cigarrillo por la puerta de emergencias antes de dirigirme hacia el baño.

—¿Qué te he dicho de dejar el suelo empapado de agua? —le grité desde allí, mirando el charco que había dejado al lado de la ducha por salir de allí sin secarse primero.

No oí respuesta alguna, pero podía imaginarme al muy idiota gruñendo por lo bajo o algo así mientras rodeaba la bandeja de comida por si se la quitaba. Fui hacia el lavabo y abrí el armario tras el cristal. Allí tenía algunas cosas que a veces utilizaba, como una pomada fría para los dolores musculares. Yo también había tenido algunos trabajos pesados y había vuelto a casa con la espalda jodida o los hombros ardiendo. Cogí el envase medio vacío y volví junto al lobo. Eren me siguió con la mirada desde que aparecí por el salón, atento y precavido. Como me imaginaba, tenía un brazo alrededor de la bandeja y comía más rápido. Puse los ojos en blanco y me fui a preparar un sándwich.

—Hay tres llamadas perdidas de anoche, ¿me llamaste tú? —le pregunté.

El lobo no terminó de masticar antes de negar enérgicamente con la cabeza.

—Si necesitas hablar conmigo, mándame un mensaje primero y te devolveré yo la llamada —ordené, terminando de montar el sándwich y dándole un buen mordisco mientras apoyaba la cadera en la encimera y miraba al lobo.

—Quizá Manada quisiera hablar con Levi —me dijo tras tragar el gran trozo de carne que se había llevado a la boca—. Quizá Mary organice una cena y quiera otra vez ayuda de Levi —sonrió y levantó la cabeza, ilusionado con aquella estúpida idea.

—O quizá quieran seguir jodiendome con sus estupideces —murmuré por lo bajo.

Eren gruñó y siguió comiendo, perdiendo la alegría que le había producido pensar que la Manada me estaba empezando a incluir en sus planes; cosa que no iba a pasar. Principalmente, porque yo no iba a permitirlo.

Cuando el lobo terminó de comer el cerdo de cinco kilos, resopló y se fue tambaleando hacia el sofá para tumbarse, rascarse los huevos y seguir viendo la televisión. Me hice un café con hielo y lo dejé en la encimera antes de acercarme a Eren. Le pedí que se diera la vuelta y él me miró un momento antes de fruncir el ceño. A los Machos no les gustaba dar la espalda, eso les hacía sentirse indefensos y vulnerables; tuve que cruzarme de brazos y dedicarle una de esas miradas que le daban miedo para que gruñera y, a regañadientes, se diera la vuelta. Me puse a su lado en el suelo y abrí el tapón de la pomada para extender una buena capa en la zona del lumbar. Eren volvió a gruñir y se removió algo inquieto, pero le ignoré y continué masajeándole la zona. No tardó demasiado en sustituir los sonidos de queja por un ronroneo suave, entonces se quedó muy quieto y fue cerrando los ojos hasta quedarse dormido. Continué hasta que, más o menos, la pomada estuvo bien distribuida. Me levanté del suelo y fui a limpiarme las manos, sentándome en el taburete de la barra de bar con mi café y un cigarrillo mientras miraba el móvil.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now