LA GUARIDA: O MEJOR DICHO, LA MADRIGUERA

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Eren debía ser en ese momento el lobo más feliz del mundo. Tenía a un humano que le llenaba de comida hasta reventar, le cuidaba y le daba todo el sexo que quería. Él solo se dedicaba a mirar la tele, rascarse los huevos, gruñir si quería algo y a echarse largas siestas. Yo tenía muchas razones para quejarme, porque era su niñera, su chef, su chacha y su putita personal; sin embargo, en apenas tres días me saqué cinco mil dólares vendiendo sus calzoncillos usados. Los esnifadores se volvían LOCOS con ellos. Debía tratarse de unos verdaderos pervertidos, porque participaban en subastas encarnizadas que yo contemplaba con un cigarrillo en los labios y una sonrisa diabólica en el rostro. El primero que había puesto a la venta, después de que Eren lo llevara un día entero con todo el sexo, las meadas y su Olor a Macho bien acumulado, llegó a alcanzar un precio de mil setecientos dólares. Estallé en tal carcajada que el lobo se asustó a mi lado en el sofá.

-Compraré cerveza de la buena y una gran cena para mi lobo esta noche -le dije, dirigiéndome a él para acariciarle el rostro contra el mío-. ¿Qué te parece? -susurré.

Eren ronroneó y me devolvió la caricia con una sonrisa de felicidad en los labios. Fui a por mí cazadora militar, metí la cajetilla de tabaco y me llevé la bolsa envasada con el calzoncillo. Después de enviarlo me paré a tomar un café y un sándwich en una esquina solitaria de la cafetería. Había gente en la mesa de al lado, pero se habían ido deprisa al olerme. Mi peste a Eren ya era absoluta. Estaba en todas partes: en mi ropa, en mi pelo, en mi piel y en toda mi casa. No había forma de escapar de ella, pero, de todo lo malo, aquel era el menor de mis problemas. Sinceramente, a mí me daba completamente igual. Era un olor que, inconscientemente, había identificado ya como algo bueno. Olía al hogar y a la satisfacción, a mi lobo grande y mafioso, al calor que emitía y a aquella sensación tan agradable de protección cuando me cubría con su cuerpo. Así que «Olor a Macho de Eren. Bien». Eran las feromonas las que me hacían sentir así, por supuesto, porque yo no necesitaba todo eso. Nunca lo había tenido y nunca lo había buscado.

Allí sentado, en la tranquilidad de mi mesa mientras masticaba el delicioso sándwich vegetal y miraba el Foro, respondiendo algunos de los mensajes privados de esnifadores que hacían peticiones y ofrecían sumas estúpidas, recibí una llamada. Era un número oculto y no respondí, pero volvió a llamar otra vez cuando estaba en la lavandería, y otra más cuando estaba recogiendo la comida.

-¿Quién carajos eres y qué rayos quieres? -le pregunté con enfado cuando me llamó una sexta vez.

-¿Levi? -me preguntó una voz grave que me resultó vagamente familiar-. Soy Erwin, el Alfa de la Manada.

-Ahm... -solté tras un breve silencio-. ¿Qué carajos quieres?

-¿Está Eren por ahí? Querría hablar con él.

-No, no está aquí. He salido a comprar -le dije con un tono desinteresado-. Llama en una hora -y colgué.

Erwin el Alfa podía venir y comerme los huevos si quería. Yo no era de la Manada y no le debía ningún trato especial. A no ser que se pusiera unos calzoncillos de marca y se corriera en ellos, entonces sí le trataría como a un rey. El Olor a Macho de Alfa era el más caro de todos y su ropa interior manchada quizá pudiera llegar a alcanzar los dos mil dólares la unidad. Aunque, siendo sinceros, el Olor a Macho de Eren era muchísimo mejor.

Mi lobo era mejor.

Ese repentino pensamiento me hizo fruncir el ceño y ladear el rostro. Las putas feromonas debían estar pudriéndome el cerebro. Volví a casa y tiré las llaves sobre el taburete verde, junto a las de Eren. Él me recibió con una mirada y un gruñido, levantando la cabeza para que yo me acercara y le diera una caricia. Puse la bolsa en la encimera y saqué la bandeja envuelta en papel de aluminio. Descubrí un pequeño cerdo dorado y caliente que olía a grasa derretida. Eren se levantó al momento y camino con cuidadosos pasos hacia la mesa para sentarse en su taburete y clavar su mirada en el cerdito que un lobo voraz se iba a comer entero. Le di un tenedor y le abrí una cerveza de un litro antes de ponérsela en la mesa. Eren empezó a devorar aquel pequeño cerdo a grandes bocados, masticando con la boca abierta mientras yo guardaba el resto de la comida en el horno. Ahora el lobo comía tres veces al día; a la hora y poco de levantarse, a medianoche y antes de la madrugada. Así que el precio de la tienda había subido y, si mi única fuente de ingresos hubiera sido lo que ganaba en la tienda, hubiera sido imposible para mí mantener aquel ritmo de gastos.

Humano - EreriOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz