LA GUERRA: Y SUS HUÉRFANOS

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El equipo de Eren había tenido problemas al intentar entrar en el almacén principal de los Medianoche. Habían seguido a un grupo de Machos hasta allí y habían caídos directos en una trampa. Por suerte, Floch había sufrido un golpe de iluminación y había demostrado que tantas horas a mi lado le habían servido para algo. El lobo había mantenido la calma, se había parado a pensar y se había dado cuenta de lo raro que era que los Medianoche fuera a refugiarse a aquel lugar, en vez de reagruparse con el resto de su Manada en un edificio más fortificado y mejor defendible que una nave industrial al sur de Tacoma. Le había dicho a Eren que esperaran y usaran los cócteles molotov directamente sobre las ventanas, sin tener que meterse dentro a matarlos ellos mismos cuando, simplemente, podían vigilar las salidas y evitar que salieran antes de quemarse vivos. El problema, era que la cantidad de explosivos que había allí dentro sí que tomó por sorpresa al equipo, que se vio abrumado por la enorme explosión. Los Medianoche se habían asegurado de volar por los aires toda la mercancía que guardaban antes de que cayera en nuestras manos. Atraer a los lobos para, además, causar un par de muertes por el camino, fue solo un giro improvisado y suicida de aquellos Machos.

Cuando explotó la nave, se llevó por delante los alrededores, causando estragos en el equipo de Eren, demasiado cerca para poder correr a tiempo. El caos y la confusión obligaron al grupo a reorganizarse. Había bastantes heridos y afectados, pero ningún muerto; al menos ninguno en primer momento. Eren era de los que habían estado más cerca del almacén, vigilando la entrada principal. La explosión hizo saltar la chapa y le dio de frente, y quizá hubiera muerto allí, de no ser porque Floch se había interpuesto y había recibido la mayoría de la metralla en la espalda, protegiendo al SubAlfa, como me había prometido que haría. Eren consiguió sobreponerse y, entre gruñidos de furia y gritos, había cambiado el plan inicial para llevar a todos los heridos al hospital antes de que fuera tarde. Evidentemente, la Manada tenía bajo nómina —eso quiere decir «sobornados»—, algunos centros de salud que atendían a los lobos sin hacer preguntas y sin dejar engorroso papeleo que nadie pudiera encontrar. Ya que eran pocos los que todavía podían conducir con ligereza, tardaron bastante tiempo en los viajes de ida y vuelta hasta el Territorio para dejar primero a los más graves antes de llevarse a los que simplemente tenían heridas. Eren comunicó el accidente al Alfa y después se quedó con el grupo de Erwin, negándose a dejar el frente, mientras terminaban de dar caza a los últimos rezagados, invadir el Refugio de los Medianoche y expoliar sus tesoros.

Esa había sido la emocionante historia. Fueron los últimos en llegar a media mañana simplemente porque no tenían prisa en regresar, curioseando y bañándose en su victoria. Y, ¿no se les ocurrió informar de eso para no preocuparnos al resto? No, por supuesto que no. Erwin estaba bien y habíamos ganado sin apenas bajas; así que todo iba bien. Decir que me cabreé seria decir poco. Pero eso fue más adelante, cuando mi mente volvió a ser racional y mis sentimientos dejaron de girar como un torbellino de un lado a otro. Aquel primer día, simplemente me llevé a mi lobo al hospital. Eren solo quería abrazarme y dormir un poco, pero a mí no me salía de los huevos quedarme dormido creyendo que quizá tuviera una conmoción cerebral de la que no se despertara. Les obligué a los médicos a hacerle una placa o una resonancia o lo que carajos fuera para asegurarse de que todo estaba bien, le vendaron la pierna herida, le lavaron la sangre y le dieron un par de pastillas para el dolor; diciéndome que todas las pruebas habían sido correctas y que no veían nada extraño por ninguna parte, pero que, si quería, podíamos quedarnos allí y le harían otras a la noche. Así que eso hicimos.

—¡Eren quiere ir a Guarida!

—¡EREN VA A HACER LO QUE YO DIGA! —rugí, porque la ansiedad y la angustia desaparecieron, solo quedó un Levi muy enfadado que no tenía paciencia para nada ni nadie.

Dormimos juntos en la cama y, por increíble que pueda parecer, no tuvimos sexo hasta que le volvieron a hacer las pruebas y me llevé a un Eren muy enfadado y frustrado de vuelta a la Guarida. Él insistía en que estaba bien y le molestaba que yo le obligara a quedarse allí y, peor aún, a aguantarse su erección de caballo y sus ganas de follar. Pero eso duró poco cuando llegamos a casa y le ayudé a llegar a la cama, para que no apoyara mucho la pierna herida. Entonces llegó el momento de que ambos nos calmáramos y culmináramos aquella horrible experiencia con sexo bastante salvaje. El lobo no se podía mover demasiado, pero se aseguró de morderme bien fuerte, gruñir bien alto y encerrarme bajo su enorme cuerpo mientras me agarraba de las muñecas y me taladraba como un puto energúmeno. Cuatro corridas después, nos quedamos dormidos durante la inflamación.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now