LA MANADA: UNA GRAN FAMILIA VENGATIVA

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Me desperté pegado al lobo. Piel con piel y no en una esquina de la cama, dándole la espalda y creyendo que había un continente de distancia entre nosotros que nos separaba; aunque hubiera sido tan sencillo como alargar la mano y tocarle. Por los cristales limpios entraba ahora demasiada luz, arrojando la claridad penetrante y dolorosa de la tarde sobre nosotros. Gruñí y me apreté contra mi lobo, hundiendo la cabeza bajo el edredón y pegando la cara al hueco de su cuello. Eren se removió un poco, dejando de roncar y rodeándome con los brazos. Aquella primera noche tras casi huir de la casa, habíamos acabado follando y, desde entonces, el sexo había vuelto a ser tan abundante y maravilloso como había sido siempre. Así que, como cada mañana, desperté a mi lobo con besos, roces y poniéndole muy excitado; yo me aseguraba bien de ello. Simplemente, me despertaba con muchas ganas de Eren, de su cuerpo y de su polla. Puede que fueran todas esas feromonas acumuladas durante la noche porque, incluso enfadados, no había podido resistirme a buscarle cada mañana con pequeños besos y caricias; aunque el sexo había sido una absoluta mierda y después me sentía más frustrado y enfadado que antes, empezando el día con muy, muy mal genio. Pero ahora el lobo había vuelto a ser la bestia sexual y maravillosa que siempre había sido; ya no me ponía de espaldas y me follaba sin más hasta correrse dos míseras veces, sino que se convertía en el lobo efusivo y salvaje que tanto me gustaba y tan loco me volvía. Aquella mañana me lo hizo de cara, gruñendo, moviendo la cadera sin parar, mordiéndome, agarrándome el cuello y llegando sin problemas a la cuarta eyaculación mientras yo le tiraba del pelo, le apretaba su enorme pecho y le gritaba: «¡Sí, joder! ¡Vamos, puta fiera!».

Terminé sumergido en aquella nube de placer y calma, recuperando el aliento y con un enorme lobo encima, sudado y jadeante. Eren me acarició el rostro y ronroneó un poco durante la inflamación mientras yo le rodeaba con los brazos y le acariciaba la espalda. El lobo todavía no me había perdonado, no del todo, al menos. Parecía tener cuidado y estar muy atento a cualquier señal de peligro. Había dado un paso atrás después de haberle decepcionado y humillado delante de la Manada y, aunque no fuera tan desolador y frío como antes, seguía teniendo sus momentos de duda. Ya no era tan abierto con sus caricias y muestras de afecto, ya no gruñía para pedir mi atención y mimos, ya no hacía ninguna referencia a la Manada, a su trabajo o a que él era «mi Macho». Pequeños detalles de los que yo me daba cuenta y que me molestaban, pero por los que no podía culparle.

Se levantó él primero, bostezó ruidosamente, se fue rascándose una nalga hacia el baño para echar una buena meada y volver a la cama para retozar un poco más y que le siguiera acariciando el pecho. Cuando volvió a quedarse dormido, a roncar y a tener contracciones en la pierna, me levanté para ir al baño y darme una ducha rápida. La casa estaba repleta de luz, lo que solía pasar en los pocos días en los que el sol se veía en el cielo. Abrí los ventanales un poco, porque hacía un leve calor acumulado y era agobiante con tanta puta planta por allí. Con el sol, Eren las regaba más a menudo y al evaporarse el agua era como si viviéramos en el puto amazonas. Terminé abriendo la puerta de emergencia, puse la cafetera a funcionar, fui a por la leche a la nevera, repleta de cerveza y la comida más básica para mí, y le preparé el vaso a Eren sin calentárselo. Entonces puse las noticias de la tarde en la tele, me encendí un cigarro y bebí mi café tranquilamente mientras esperaba a que el lobo se despertara para acompañarme a la compra.

Ya había pasado semana y media desde esa mierda de noche en la bolera que había afectado a mi vida de una forma tan drástica. Erwin me había enviado un mensaje corto al móvil para decirme que ya no me «necesitaba» en el club Luna Llena ni en la tienda de caramelos; me había enviado el finiquito y no me había vuelto a hablar. Cuando había preguntado a Eren, vi una mueca triste y consternada en su rostro, había agachado un poco la cabeza y me había dicho:

—La Manada está muy enfadada con Levi por haber humillado a Eren.

No es que me importara gustarle o no a la Manada, pero era consciente de que tenerla en tu contra no era nada bueno. Solo esperaba que no metieran mierda entre Eren y yo, porque entonces sí que les daría una buena razón para enfadarse conmigo. De todas formas, a falta de trabajo, me había puesto a buscar de nuevo entre las páginas de ofertas de empleo, más llenas ahora de ofertas temporales para cubrir vacaciones. Un hombre con una voz muy ronca y con muy mal genio me había llamado para hacerme un par de preguntas rápidas y ofrecerme un empleo en una gasolinera de mierda de la autopista a cambio de un sueldo que daba pena. Acepté, por supuesto, porque cuando eras un hombre como yo te agarrabas a cualquier oportunidad para sobrevivir. Eren no había traído el dinero del mes y yo ya no tenía un trabajo fácil y con un sueldo absurdo, las reformas de la casa y los nuevos muebles y electrodomésticos no habían salido gratis y temía que, incluso con los ahorros, no pudiera mantener el ritmo de comidas de Eren más que uno o dos meses más. Si fuera necesario, podía volver a vender su Olor a Macho en el Foro, pero no era algo que quisiera hacer ahora que sabía que podía hacerle daño al lobo.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now