YO: EXPULSADO

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Hubo un gran alboroto a la vuelta, cuando Erwin volvió a llevar en brazos a Mary hacia el Refugio en mitad de la noche nevada. Ya habían avisado a Nifa, que salió a recibirlos con los ojos llorosos, un estúpido gorro de lana con orejas de oso y su maletín de primeros auxilios entre las manos. Yo pasé de largo y fui a aparcar la moto en el garaje, sin ninguna gana de participar en todo aquel espectáculo de película cuando el héroe vuelve con su amada rescatada entre los brazos. Dejé mi casco, las llaves en el cuadro con las demás y salí por la puerta corrediza sin si quiera adentrarme en el Refugio. Ya tenía un cigarro en los labios al llegar al portal, uno que me encendí esperando al ascensor y continué fumando mientras entraba en el ático, dejaba las llaves en el taburete verde al lado de la puerta y me iba a preparar un café caliente.

Me lo llevé conmigo al balcón y me quedé con la espalda apoyada en la pared, lo más lejos de la barandilla que pude. Miré la oscuridad del cielo y la fina nieve cayendo. El Alfa me había arrojado a un coche y me había expulsado delante de un buen grupo de compañeros, así que yo ya no tenía nada que ver con la Manada. Exceptuando, por supuesto, al enorme y enfadado lobo que llegó a la Guarida.

—¡Levi! —me llamó.

—Estoy aquí —respondí sin moverme del balcón.

Los pesados pasos de Eren retumbaron sobre las alfombras y el parqué, cada vez más alto, hasta que lo vi aparecer por la puerta corredera y mirarme fijamente. Llevaba su gorro, ese que teníamos a juego, la cazadora polar que le había comprado y los guantes de cuero, que apretaba muy fuerte mientras cerraba los puños.

—¡Levi fue a Territorio enemigo sin Eren! —exclamó, mirándome fijamente con sus ojos esmeraldas de bordes dorados.

—Fue culpa de Erwin —no dudé en responder—. Vete a preguntarle a él por qué es tan subnormal...

—¡No! ¡Levi tendría que haber llamado a su Macho y no a Farlan! —insistió.

—¿Cómo mierda quieres que te llame si no tienes un puto móvil, Eren? —le pregunté con tono cortante.

El lobo hinchó el pecho y alzó su cabeza.

—Eren estaba con Reiner. Levi pudo haber llamado a Reiner.

—¡No tengo el número del puto Reiner! —le grité.

—¡Levi podría haber muerto! —rugió, ya cansado de tratar de razonar.

Puse los ojos en blanco y giré el rostro hacia el frente, fumando otra calada del cigarro. Entendía el enfado de Eren, porque no era nada comparado con lo rabioso que hubiera estado yo si me hubiera hecho lo mismo, por eso me contuve y le dije:

—El idiota de tu Alfa estaba en peligro y llamé al Macho de más rango con móvil —recalqué—, para que trajera a todos los lobos posibles. De no ser por mí, Erwin estaría muerto —le aseguré—. Así que deja de joderme, estoy cansado y me queda muy poca paciencia.

Eso no aplacó del todo la ira de Eren, enfadado y frustrado por haber descubierto que su compañero había ido a Territorio de otra Manada sin su Macho para protegerle. No se trataba de que no confiara en que pudiera protegerme solito, ni que creyera que necesitaba su ayuda, era simplemente aquel instinto de protección tan arraigado en los lobos: podría haber ido allí con un jodido tanque impenetrable y rodeado del ejército de los Estados Unidos, que Eren se hubiera sentido igual de ansioso y frustrado por el simple hecho de no poder defenderme por sí mismo.

Aquella noche comió malamente, refunfuñando sin parar entre palada y palada de arroz con carne. No me rodeó con el cuerpo como solía hacer en la cama, sino que se quedó de brazos cruzados, mirando al techo y gruñendo por lo bajo hasta que, evidentemente, me enfadé.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now