LOS LOBATOS: VENGANDOSE

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—Hola, tengo una entrega para: «soy un lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez» —dije bien alto cuando respondieron al megafonillo de la puerta.

—¿Eres Levi, el pizzero? —preguntó alguien con la voz ronca.

—Sí, soy yo. Levi, el pizzero... —murmuré no con demasiada alegría.

Se oyó un corto y las puertas de rejas de la nave industrial se abrieron para que pudiera pasar con mis ocho pizzas tamaño familiar apiladas entre las manos, evitando los charcos de barro que había a la entrada. De una de las puertas metálicas iluminadas por una sola bombilla, salió un hombre bastante intimidante y con una cicatriz en la cara, pero era tan solo un humano. Me hizo una señal al interior y mantuvo la puerta abierta para que cruzara, después me guió por un pasillo estrecho que no me hizo ninguna gracia, hasta que empecé a notar un olor a lobo y alcanzamos una de las salas con vistas al interior de la nave.

—Hola, tengo una entrega para: «soy un lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez» —repetí, bastante relajado al ver allí a algunos solteros de la Manada. Por un momento, había temido que aquello hubiera sido una trampa.

—Ha llegado tu pizza, Porco —anunció Jean, sentado en el sofá.

—¿Eres tú el lobo con los huevos enanos y que solo se corre una vez? —le pregunté a Porco, que me respondió con un profundo gruñido de enfado mientras el resto se reían.

—Ten cuidado, Levi —me advirtió—, no deberías insultarnos así... otra vez.

Solté un murmullo desinteresado junto con una expresión indiferente, me acerqué a la mesa baja donde tenían apoyados un par de carpetas y folios y dejé allí la montaña de pizzas. Allí también había dinero, aunque no el suficiente para pagar los noventa dólares que valía el pedido. Lo ignoré, como hacía siempre, y me di la vuelta para irme, pero Jean me dijo:

—Espera, Levi —cogió dos cajas de pizza del montón y se levantó para ir conmigo hacia la puerta—. Voy a ir a fumar un momento.

Algunos de los lobos gruñeron y se quejaron de que se llevara comida, incluso cuando ya estaban comiéndose las porciones de pizza como si no hubiera un mañana.

—Dos para cada uno, estas son las mías —declaró Jean—. Si las dejo aquí, las van a comer sin mí —y, pasándose la mano por su pelo, me hizo una señal hacia la puerta.

—¿Cómo va todo, Levi? —me preguntó a mitad el pasillo, mirando al frente o al lado donde no estaba yo como si algo en aquella pared grisácea hubiera llamado su atención.

—De lujo, viviendo mi sueño de repartir pizzas toda la noche por una puta miseria de sueldo —murmuré en respuesta, sacando ya un cigarrillo para dejarlo en los labios—. ¿Y tú qué tal, Jean?

El lobo se encogió de hombros y siguió mirando al frente hasta que llegamos a la salida, entonces se detuvo bajo el techo que cubría la entrada y se sentó contra la pared de ladrillo, colocando las cajas de pizza al lado para abrir la primera y llevarse una porción a la boca. Me encendí el cigarro con el zippo y me quedé allí, de pie, con una mano en el bolsillo y mirando el patio embarrado, repleto de charcos e iluminado por las pocas farolas que alumbraban el muro de rejas que bordeaba de la propiedad.

—Dos de mis humanos han vuelto a dejar sus casas de un día para otro —me dijo tras un largo minuto que se pasó comiendo la mitad de su primera pizza. Giré el rostro hacia Jean y le miré con la cabeza gacha, cogiendo otro pedazo que llevarse a la boca—. Y cuando volví a ver a Mika, ya no olía a mí por ningún lado ni me dio de comer. ¿Eran más de esos... loberos de los que me hablaste?

Me sorprendió aquella repentina conversación, una que solíamos tener en el pasado, a las puertas del Luna Llena cuando venía a verme y fumaba conmigo. Una noche me había dicho que no entendía por qué los humanos «desaparecían», o se mudaban de piso y cuando volvía a verlos ya no estaban allí o, algo que le molestaba mucho, no tenían su Olor a Macho por ninguna parte. Entonces yo me había encogido de hombros y le había dicho: «son solo loberos. Hacen esas cosas». Él no me había entendido, por supuesto, porque para la Manada no existía el concepto de que un humano solo los pudiera querer para follar durante un corto período de tiempo. Ahí empecé a darme cuenta de las pequeñas y grandes diferencias que había en cómo los lobos nos percibían a los humanos y como los humanos percibían a los lobos.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now