EL DOCTOR LOBO: ESTÁ PREPARADO PARA EL CELO

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A solo semana y media del Celo, las cosas se volvieron un poco precipitadas y extrañas. En mis últimos días de trabajo no hice lo que solía hacer, que era pasar de todo y mandarles a la mierda porque yo iba a cobrar igual. Sino que seguí haciendo mis tareas y tratando de dejar la mejor impresión posible, ya que era un puesto bien pagado, cómodo y tranquilo; tenías que desatascar algún retrete y arreglar un par de cosas, pero seguía siendo mejor que muchos otros. Berthold me acompañó esos últimos días, suspirando de vez en cuando hasta que finalmente me confesó:

—Vaya, voy a echar un poco de menos esto.

—Yo también —respondí tras soltar una bocanada de humo a un lado—. No creo que en mi próximo trabajo haya máquinas expendedoras.

El lobo me miró por el borde de los ojos, pero terminó por sonreír y negar con la cabeza. Ahora se sentaba a mi lado, en la misma mesa, a no ser que estuviéramos en conserjería donde había acercado la silla al escritorio para poner los pies en alto como yo hacía. El jueves, en nuestra última noche allí, le invité a un pack de cervezas de medio litro e incluso guardé una para Marco el reponedor, el cual llegó y dedicó la misma mirada nerviosa a Berthold.

—¿Celebran algo? —me preguntó, sacando distraídamente las llaves para abrir las máquinas.

—Hoy se termina mi contrato —respondí, un poco más alegre y expresivo debido al alcohol.

—Oh, y... eso... ¿te alegra? —murmuró.

Me encogí de hombros y fumé una calada antes de responder:

—Preferiría tener trabajo y seguir cobrando, pero así son las cosas. Ya buscaré otro puesto de mierda dentro de una semana.

—Pues, si te interesa, mi empresa está buscando a reponedores —me dijo de pronto, algo que yo no me esperaba y para lo que no estaba preparado en aquel momento—. ¿Tienes carnet de conducir?

—Sí... —parpadeé un par de veces y asentí—, claro.

—Tendrías que llevar el currículum a la oficina central, está en las afueras, pero quizá podría echarte una mano —continuó, mirándome de vez en cuando mientras se daba la vuelta para coger las bolsas de gominolas, bollos industriales y bolsas de snacks antes de rellenar los huecos que faltaban—. Es un trabajo bastante aburrido, pero al menos el sueldo es decente.

—Ahm... —volví a asentir y me llevé el cigarrillo a los labios—. Gracias, Marco, iré a preguntar la semana que viene.

Ahí quedó la cosa, cuando el hombre se marchó, Berthold me miró y negó con la cabeza.

—No vas a poder meter todas las bolsas en un hueco de mala forma, fumarte un cigarrillo y salir con el dinero, Levi. Para ese trabajo hay que tener cuidado y saber contar, ¿crees que podrías?

Le dediqué mi hermoso dedo del medio sin mirarle y seguí fumando. Al día siguiente, volví por la tarde para entregar la tarjeta magnética y firmar el finiquito, topándome con Jack en su puesto. El hombre evitó mirarme a toda costa e incluso se escondió de mí, lo que produjo una pequeña y malvada sonrisa en mis labios. Al llegar a casa con las bolsas de comida Eren ya estaba tumbado en el sofá, desnudo y con una mano alrededor del mando y la otra en los huevos. Gruñó y giró el rostro para saludarme.

—Dile a Farlan que mande a Berthold a la tienda de caramelos, le iré a ver yo esta semana hasta que encuentre otro trabajo —le dije después de acercarme a darle una caricia y un beso en los labios.

El lobo asintió y se levantó para ir a lavarse las manos al fregadero y sentarse en su taburete frente a una enorme bandeja de macarrones con carne picada. Desde que le había visto comer espaguetis a la boloñesa como si no hubiera un mañana, había pensado en incluir más pasta en su dieta. Si le gustaba, por mí perfecto, porque también era más barata que cinco kilos de cerdo a la brasa. Tras nuestra siesta de después de comer y nuestro polvo de después de la siesta, le acompañé a la ducha y me vestí a su lado, recordándole que le dijera aquello a Farlan antes de que se fuera con la Manada. Me quedé en casa mirando la tele, con las ventanas abiertas para que entrara un poco del aire tibio de la noche y haciendo tiempo antes de irme, hasta que el móvil vibró encima de la mesa y leí el mensaje que Farlan me había mandado: «La tienda de caramelos está cerrada ahora. Berthold está con Connie en el casino, ya te mando la dirección. Vete bien vestido». Lo releí otra vez con una expresión seria. Había algo en aquel mensaje que no me gustaba, quizá fuera el tono o el hecho de que el Beta parecía estar olvidándose de que todo aquello era un gran favor que le estaba haciendo. Chasqueé la lengua y dejé el móvil de vuelta en la mesa, apagando la tele para dirigirme a la habitación.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora