NOSOTROS: CELEBRANDO ESTUPIDECES

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El día más aterrador del año llegó el viernes de esa semana. Fue una tarde nevada como las anteriores, pero flotaba algo especial en el aire, como si las luces de navidad brillaran con más fuerza y la nieve fuera más blanca y menos fría. La gente charlaba animadamente en la cafetería, compartiendo dulces y café, reuniéndose en grandes grupos de amigos, demasiado distraídos quizá para prestar atención a la extraña y solitaria pareja del fondo formada por un enorme lobo y el único humano que no sonreía como un idiota. Eren había sido el primero en levantarse aquella tarde, apretándose contra mí y ronroneando mientras me acariciaba, como un puto mocoso emocionado por la Navidad. Me folló con más energía de la habitual, llegando al cuarto orgasmo antes de rodearme con los brazos y pegarme mucho a su cuerpo empapado en sudor. Entonces se había puesto a mormonar y ronronear con una gran sonrisa en los labios. Cuando la inflamación terminó, me llevó en brazos al baño y nos dimos una buena ducha juntos. Él estaba extasiado y muy animado, se vistió deprisa y me esperó con una sonrisa en los labios, pero yo necesité fumarme mi cigarro y tomarme mi café en el helado balcón antes de ser persona de nuevo.

Le había prometido ir a desayunar dulces y después dar un paseo por el centro hasta el gran árbol de navidad que habían puesto cerca del parque, así que allí fuimos, bien tapados para soportar la nevada y con gorros de lana a juego. Eso no había sido algo intencionado, por supuesto, solo una promoción de dos por uno que no quise desaprovechar. En el parque, se me ocurrió hacer una bola de nieve y tirársela a Eren a la cara, algo que me hizo bastante gracia y que comenzó una guerra de la que me arrepentiría. El lobo se enfadó, sus instintos primitivos salieron a la luz y no paró hasta cazarme, echarme con todo su peso sobre la nieve y morderme el cuello mientras me agarraba de las muñecas para reafirmar su autoridad. La gente se asustó, pero yo solo le dije:

—De acuerdo, eres el Macho...

Eren alzó la cabeza con orgullo y gruñó, asintiendo. Por alguna razón, quizá porque lo amaba, o quizá porque en ese momento me pareció el hombre más guapo del mundo, quise besarlo y abrazarlo con fuerza. El lobo se sorprendió al principio, se puso nervioso y se aseguró de que no hubiera posibles enemigos cerca antes de besarme más fuerte. A los Machos no les gustaba parecer débiles ni vulnerables en público, pero a Eren no le importó compartir un par de besos y roces en la nieve antes de levantarnos. Gruñó con queja y se pegó a mi espalda, frotando su gran erección contra mi culo para que supiera que estaba tan excitado como yo, pero tuvo que joderse y esperar a volver a casa. Tras aquel segundo polvo, casi tan bueno y salvaje como el primero, dejé a mi lobo descansar como el soldado que acababa de volver victorioso de la guerra: jadeando, sudado, sonriente y feliz. Me vestí de nuevo y bajé al Refugio para ir en busca del tupper de la comida que me entregó Mary en persona.

—¡Feliz navidad, Levi! —me saludó con uno de esos gorros de Santa Claus en la cabeza—. La cena es a las doce y después daremos los regalos a las dos mientras nos tomamos unas copas. Vendrá toda la Manada.

—A la una y media estaré aquí —respondí, dándole a entender que no iría a la cena navideña, lo que produjo una leve mueca de tristeza en Mary.

Ya no era cuestión de que me permitieran o no asistir, porque mi papel como compañero ya era más que oficial y era tan parte de la Manada como cualquier otro; se trataba más de una cuestión de gusto personal. Cuando no me invitaban me enfadaba y cuando me invitaban no quería ir porque eran cenas aburridas. Así era yo.

Como era un día especial y ningún Macho trabajaba, pude volver tranquilamente a la Guarida para darle a Eren su tupper de arroz caliente con carne y echarnos juntos en el sofá a ver la estúpida programación navideña bajo la manta. El lobo se quedó dormido como un oso a los diez minutos, pero yo seguí acariciándole el pelo largo y castaño. Sé que en algún momento suspiré y miré a Eren, roncando y con la boca abierta un poco babeada. Lo sé porque es uno de los recuerdos que guardo con mayor cariño en la mente. El calor, el Olor a Eren, lo bien que me sentía y lo estúpidamente feliz que era en ese mismo instante.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now