ERWIN: POR DESGRACIA, TIENE ALGO MUY GORDO ENTRE MANOS

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Yo ya no tenía que dividirme entre el trabajo y Eren, ya no tenía que gastar energías ni tiempo en una guerra sin fin con la Manada y con Erwin, ya no tenía que preocuparme de alejarme y de mantener el exilio; ahora todos aquellos ríos revueltos se juntaron en uno solo, así que mi vida empezó a fluir suavemente y en la misma dirección. A las dos semana de volver de Nueva York, me sentía muy cómodo en mi puesto de conserje: llegaba con Eren y me iba con él, los chicos venían a visitarme regularmente y me mantenían entretenido, seguía ganando dinero con mis clases especiales de PIHL a las que seguían viniendo de seis a doce humanos por semana, y el resto del tiempo no trabajaba demasiado y podía hacer lo que quisiera sin que nadie me lo impidiera... excepto fumar dentro del edificio. Normas del Alfa. Un Alfa que, para mi sorpresa, no solía molestarme en absoluto. Los dos trabajábamos allí, pero a tres alturas de distancia y muy separados el uno del otro, lo suficiente para que la tensión entre nosotros no provocara chispas que, por accidente, pudieran prenderle fuego a algo. Si él quería algo de mí, me llamaba al despacho, a no ser que tuviera otros planes en mente, como aquel viernes noche a finales de octubre.

Yo estaba tumbado en mi sillón, recostado, con los brazos detrás de la cabeza, las piernas sobre la mesa de pino y la mirada perdida en un vídeo de YouTube sobre subnormales metiéndose cucharadas de canela en la boca mientras se grababan. Encuentro un retorcido placer en ver a gente idiota sufriendo, lo reconozco. Así fue como me encontró Erwin, riéndome porque una mujer estaba a punto de ahogarse con canela en mitad de su bonita cocina de lujo. Apareció por el pasillo, quedándose de brazos cruzados frente a la ventanilla. Ya había empezado a hacer frío y a llover constantemente, por lo que los lobos habían empezado a dejar de usar su obscena ropa de verano para ponerse su obscena ropa de invierno: todo acababa siendo obsceno en ellos porque con lo apretados que iban y lo mucho que se les marcaba el paquete, era imposible no serlo. Incluso Erwin, con su jersey de punto sobre la camisa de vestir, parecía un toro de gimnasio que, por alguna razón, se había disfrazado de oficinista. Evidentemente, ya le había visto llegar y quedarse mirando, pero fingí no haberme dado cuenta hasta que golpeó el cristal con los nudillos para llamar mi atención. Entonces volví el rostro y cruzamos una de nuestras miradas silenciosas antes de que yo bajara las piernas de la mesa y deslizara la ventanilla.

—¿Te has perdido, Erwin? —le pregunté.

—No —murmuró antes de echar un rápido vistazo a la pantalla del ordenador, donde la mujer seguía tosiendo como una puerca mientras buscaba desesperadamente algo que beber—. Sé que estás ocupado... pero quiero que me acompañes esta noche.

Arqueé las cejas y esperé a comprobar si bromeaba o no. Por supuesto, Erwin nunca bromeaba conmigo, así que le pregunté:

—¿Vas a llevarme al puerto para tirarme al río con un bloque de cemento atado a los pies?

—Si quisiera matarte, Levi, no me esforzaría tanto —respondió con su tono seco y grave—. No voy a repetirlo de nuevo —añadió al final, volviéndose un poco a un lado para advertirme de que se iría, así que era decisión mía seguirle o no.

Eso era algo que le gustaba hacer, dejarme claro que no se rebajaría a pedirme las cosas por segunda vez. A mí me gustaba rozar el límite y darle entender que yo no era su subordinado, que a mí no podía darme órdenes, pero nunca llegaba a cruzar la línea, porque sabía que Erwin se estaba esforzando tanto como yo por alcanzar un punto neutro de entendimiento; algo complejo y frágil cuando se trataba de dos hombres tan orgullosos y tercos como nosotros. Él era el Alfa de la Manada y quería reafirmar su poder sobre mí, pero yo no soy de los que agachan la cabeza y obedecen. Yo solo permitía que un lobo me diera por el culo, literal y figuradamente: mi lobo.

—Para tener tanta prisa, te has parado un buen rato a espiarme por la ventanilla —le recordé antes de levantarme de la silla y recoger mi cazadora de motero.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now