EL DOCTOR LOBO: NO SALVA VIDAS

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Al salir del local saqué un cigarro de la cajetilla y lo encendí en lo alto de las escaleras, bajo la fina lluvia de la noche. Me metí una mano en el bolsillo y fumé una calada, arrojando el humo lentamente frente a mí. No era mi intención hacer tiempo ni esperar por nadie, solo tomarme aquel momento para calmarme y respirar, pero al minuto, escuché la puerta abriéndose y oí unos pesados pasos subiendo las escaleras mojadas. Unos enormes brazos me rodearon el cuerpo y el lobo se pegó a mí, acariciándome el rostro contra el pelo mientras gemía por lo bajo para consolarme. Fumé otra tranquila calada y volví a soltar el humo antes de decirle:

—Estoy bien, Eren.

—Eren no podía hacer nada —murmuró, como si quisiera disculparse por algo de lo que yo sabía que no era culpable.

—Lo sé, fiera —saqué mi mano del bolsillo y la levanté para acariciarle el pelo a mis espaldas, sin apartar la mirada del frente—. Vámonos.

El lobo asintió y, tras un apretón más fuerte, me soltó para que pudiera avanzar hacia el Jeep. Una vez dentro, abrí la ventanilla y saqué la mano con el cigarrillo por fuera. Eren agitó la cabeza un poco mojada y encendió el motor con una expresión apenada mientras me miraba por el borde de los ojos.

—¿Quieres ir a bailar? —le pregunté—. Me vendría bien una copa.

El lobo volvió a asentir, poniendo música antes de arrancar. Aquella noche terminó mucho mejor de lo que había empezado; me llevé a mi lobo a una discoteca, me bebí un par de tragos y bailamos como solo nosotros lo hacíamos. La excitación y el alcohol llegó a su punto álgido cuando empecé a besarle como si quisiera comérmelo entero, entonces un Eren tan excitado que podría haber partido una piedra con la polla, me llevó con desesperación de vuelta al Jeep para echarme un polvo sudoroso, violento y bastante ruidoso. Cuando la inflamación terminó, todavía nos quedamos allí un buen rato, escuchando la lluvia caer contra los cristales ahumados. Aquello me trajo recuerdos de la primera vez que lo habíamos hecho y me hizo sonreír en mitad de mi absoluta calma y relajación.

—Un día vamos a romper la suspensión del coche, Eren —le dije de camino a casa.

El lobo se rio de esa forma grave y tonta mientras sonreía. Cuando llegamos a casa, nos desnudamos y nos tiramos directamente en cama para dormir muy pegados. El lunes me desperté como hacía siempre, rodeado de intenso Olor a Eren y feromonas, al lado de un enorme lobo que roncaba y del que, por desgracia, ya no podría escapar jamás. Le dejé descansar después de nuestro sexo mañanero y me fui a dar una ducha templada porque tras nuestra salida a bailar y todo lo que habíamos follado, apestaba como un cerdo y necesitaba limpiarme con urgencia. Obligué al lobo a hacer lo mismo cuando, media hora después, llegó a la cocina todavía desnudo mientras se rascaba el pubis y bostezaba como un oso.

Me acompañó a hacer los recados y después se comió todo el bol de jugosa carne a la brasa con arroz y zanahoria mientras yo fumaba frente a la puerta de emergencias y me tomaba otro café solo.

—¿Cuándo vas a montar la puta mesa, Eren? —le pregunté sin girarme, contemplando el cielo de un gris plomizo y la ciudad a lo lejos, más allá del puente.

—Pronto —me prometió.

Asentí y me llevé el cigarrillo a los labios. Yo no estaba enfadado, ni frustrado, ni molesto. Lo cierto es que estaba bastante relajado y «zen». Tenía a mi lobo, que me quería más que a nada y me follaba como nadie, y eso era todo lo que quería de la vida. No necesitaba complicarme con nada más, con nadie más. Éramos solo Eren y yo contra el mundo.

A la hora de marcharme al trabajo me fui a despedir de él al sofá. El lobo dormitaba con los pantalones por las rodillas y la camiseta de asas subida hasta el cuello. Tenía un par de nuevos chupetones en el pecho y la barriga manchada de semen reciente. Le di un beso en los labios húmedos y le dije:

Humano - EreriWhere stories live. Discover now