EL EXILIO: UN PEQUEÑO BACHE

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Cuando Eren me vino a buscar aquella mañana, estaba muy erguido en el asiento del piloto, atento a cada pequeño movimiento que yo hacía y al tono de mi voz, cuidadoso para no provocarme más, pero también preparado para reafirmar su autoridad sobre mí. Sabía que yo podía estar muy enfadado y él quería demostrarme que no se echaría atrás con el tema del teléfono. Sin embargo, subí al Jeep con mucha calma y respondí a su mirada de ojos esmeraldas antes de señalar a la carretera y preguntarle:

—¿Vamos?

El lobo gruñó con afirmación y empezó a conducir mientras me sacaba un cigarro y abría la ventanilla. Pasado el nerviosismo y tensión de aquel primer contacto, comenzaron las pequeñas pruebas para comprobar cómo estaba la situación entre nosotros. Me agarró de la muñeca cuando subíamos las escaleras de casa y comprobó que yo no le rechazaba. Esperó a que le diera de cenar y comprobó que era la misma cantidad de siempre y que no le estaba quitando comida para joderle. Al terminar me acompañó a la cama y se echó a mi lado, acercándose y gruñendo para que le diera caricias, comprobando si estaba frío y distante con él. Finalmente, me dio la vuelta y me folló para comprobar que podía hacerlo. Después de todo eso, al fin se calmó y se durmió ronroneando, victorioso, con una sonrisa en los labios en mitad de la inflamación.

Yo no estaba enfadado con Eren. Bueno, sí lo estaba, pero no de la manera que él creía. Estaba jodido por tener que ceder a algo que yo no quería, como era el móvil nuevo, pero podía entender que el lobo tuviera unas exigencias; como que la cama apestara a su Olor a Macho o que quisiera llenar la casa de putas plantas. Todos teníamos nuestros límites y yo era un hombre con muchos, muchísimos límites, demasiados para no ceder en uno o dos a cambio. Pero solo porque era Eren.

Además, tenía una leve sensación de que se lo debía. Después de todo, Eren todavía no sabía que su compañero nunca iba a estar en la Manada, y eso era un golpe muy duro para cualquier lobo. Por eso me «olvidé» del asunto del smartphone y lo dejé pasar como si no fuera nada. A Eren incluso le hizo sonreír verme con él al lado por la tarde, cuando al fin se levantó de la cama para venir a beberse su enorme vaso de leche a la cocina.

—Voy a desayunar y a comprar la comida —anuncié, ofreciéndole el móvil—. Quédatelo por si te llaman.

Eren gruñó, como si la idea no le gustara, frunciendo el ceño y mirando intermitentemente el teléfono y a mí; pero yo ya me estaba despidiendo y saliendo por la puerta antes de que se quejara. Mi plan era pasarme el menor tiempo posible con aquel smartphone y así tener que responder el menor número de llamadas. Para mí, aquel no era ni siquiera mi móvil, era solo el de Eren. El único momento con el que, por desgracia, no podía evitar llevármelo era cuando iba a trabajar, y eso que lo intenté.

—Hoy es viernes, ¿no prefieres quedártelo esta noche, ya que los solteros van a estar en el Luna Llena y quizá te necesiten para algo? —le pregunté antes de salir del Jeep.

—Eren estará con Berthold en el puerto —respondió—. Es el móvil de Levi.

Contuve una mueca de molestia y me despedí con un rápido beso antes de bajar del coche. Aquella noche no lo tiré a la papelera, solo lo dejé dentro de la taquilla y salí a hacer mis tareas. Cuando volví a conserjería dos horas y media después, llevaba una Coca-Cola en la mano que dejé a un lado de la mesa antes de recostarme en la silla y buscar mi cajetilla de tabaco en el bolsillo. Me encendí el cigarro y eché el humo hacia la pantalla oscura de la televisión, inclinándome para encenderla. Seguía pasando canales cuando oí un zumbido y puse los ojos en blanco. No respondí, ni siquiera me moví de mi sitio, solo esperé a que el ruido desapareciera al rato y se silenciara. Si Eren sabía que se iba a pasar la noche con Berthold, el resto de lobos también deberían saberlo y no tenían por qué llamar a aquel teléfono. Fuera quien fuera, no pilló la indirecta y, una hora después, volvió a llamar. En esta ocasión sí me levanté con cara de enfado, abrí la puerta de la taquilla con fuerza, haciéndola chocar contra la contigua y produciendo un estruendo metálico. Miré el móvil vibrando sobre la chapa y lo cogí como si fuera lo más asqueroso del mundo.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now