EL EXILIO: SE ME DA BASTANTE BIEN

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Conseguí un aula semanal los sábados al atardecer. Aquella misma noche en el trabajo, tras tirar el post-it que decía que recibiría una notificación de la autoridad de la empresa por desobedecer, me puse a redactar el mensaje que colgaría en todas las páginas de publicidad donde estaban los de los demás expertos. Puse que me llamaba Doctor Lobo —no dije que era doctor de verdad, solo que me llamaba así—, que estaba especializado en Hombres Lobo —lo cual era cierto—, que tenía una amplia experiencia en el tema —tenía seis meses, un Macho para mí solo y veinte centímetros cada mañana de experiencia en el tema— y que podría resolver todas las dudas de una forma realista, verídica y sincera —cosa que los demás no hacían—. No prometí éxito del 99% porque sabía los muchos problemas que eso podía acarrearme en el futuro. No quería a putos loberos aporreando la puerta de la ONG diciendo que no habían conseguido que un lobo les follara. Y después decidí el precio: ochenta dólares. Lo había bajado porque, primero, quería atraer al mayor público posible y, segundo, el local quedaba a las afueras, en un barrio marginal al que quizá no muchos quisieran arriesgarse a ir. Con suerte, con una media de cinco o seis alumnos por clase, al final del mes habría ganado unos nada despreciables mil seiscientos dólares.

Puse la primera clase para la semana siguiente, la última de agosto, junto el código de PayPal al que podrían enviar el dinero para pedir la entrada y el correo en el que me notificaran dicho pago para llevar un registro con nombre. Terminado eso, ya había pasado la mitad de la jornada y me fui a la sala de descanso a por mi merecido «refrigerio no incluido en el precio», que acompañé de un cigarro. El móvil empezó a vibrar en el bolsillo de mi traje, eché un vistazo por si había algún mensaje de Eren y después lo dejé sonar hasta que colgaron. A la hora volvieron a intentarlo, obteniendo la misma respuesta de mi parte. Para cuando llegué a casa, había ya tres llamadas perdidas. Una de ellas de un número diferente, lo que me hizo pensar que, o casualmente dos personas distintas me habían llamado aquella noche, o una persona sospechaba que estaba ignorando las llamadas de su número y quiso probar con otro. Erwin a veces se creía mucho más listo de lo que era.

No me enteré de cuándo llegó Eren, porque estaba demasiado cansado de haber madrugado aquel día, sin embargo, al despertar estaba rodeándome con los brazos y respirando en mi nuca, llenándomela de vaho caliente y cosquilleante. Me giré sobre mí mismo, le devolví el abrazo y comenzó ese proceso en el que, muy lentamente, recorría su cuerpo e iba despertándome gracias a la intensa excitación. Eren no tardó demasiado en gruñir y cumplir con su parte del trato: Levi trae comida. Eren folla bien. Dejé al Macho sudado y dormido tras la inflamación. Se había corrido tres veces y me había mordido y sepultado bajo su cuerpo hasta casi ahogarme, así que había sido un buen polvo.

Con más calma que el día anterior, me preparé un café con hielo y fumé mi cigarrillo en la puerta de emergencias. No era nada diferente a lo que hacía cada día, pero el comienzo del fin de semana siempre tenía algo especial. El aire olía diferente, el mundo no parecía tan caluroso y sofocante. No sé, algo cambiaba. Preparé el vaso de leche fría, se lo llevé al lobo a la mesilla y le di un beso en los labios. Ya tenía el pelo bastante largo y pensé en que tendría que recortárselo. Aquella semana, con lo poco que nos habíamos visto, no había tenido tiempo.

—Voy a hacer los recados —le dije.

El lobo ronroneó y se despidió con un «pásalo bien». Asentí con una leve sonrisa en los labios y fui a por la bolsa de la ropa sucia antes de dirigirme hacia la puerta. Una leve brisa soplaba desde el Oeste, lo que refrescaba de vez en cuando la piel y removía mi pelo recién cortado. La ola de calor terminaría en uno o dos días, trayendo unas nubes densas y una ligera llovizna; eso fue lo que decía el hombre del tiempo en la televisión de la cafetería mientras desayunaba. A veces miraba hacia allí por mirar a algún lado, a falta de mi móvil. Después recogí la ropa de la lavandería y fui por la comida antes de volver a casa para encontrarme al lobo regando las plantas. Ya parecía mejor a como había estado. Seguía cansado y quejándose del lumbar con gruñidos, pero al menos no era un muerto en vida tirado en el sofá.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now