NOSOTROS: TENEMOS NUEVA GUARIDA

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La navidad es una mierda. La gente se vuelve idiota, no para de nevar y todo se llena de estúpida decoración y luces brillantes. Siempre había sentido un profundo amor-odio por esa festividad, desde que era niño. Era el único momento del año en que mi madre preparaba algo de cenar y esperaba un poco antes de emborracharse, incluso a veces se acordaba de comprarme un regalo cutre en la gasolinera de vuelta al trabajo; además, cuando vivía en la calle era más fácil que te dieran de comer en navidad, porque a la gente le entraba un repentino y pasajero espíritu de generosidad y te daban más cosas. Por otra parte, hacía un frío de mierda y siempre había envidiado un poco a todas aquellas familias felices que cantaban villancicos y cenaban montones de comida alrededor de una mesa iluminada por el fuego de la chimenea. Algo muy parecido a lo que hacía la Manada.

A la segunda semana de diciembre, cuando el Refugio volvió a estar en orden después del destrozo de la policía, Mary se apresuró a organizar las fiestas para, supongo, distraer a los Machos y cambiar ese ambiente tan oscuro y taciturno que les invadía. Vino a visitarme al garaje mientras los Lobatos llenaban el maletero con cajas de comida y charlaban conmigo como si fuera su amigo o algo, pidiéndome tabaco y haciendo bromas sobre mi peste a sexo.

—Perdon, Levi —se disculpó, inclinándose sobre la puerta para mirarme—, ¿te importaría charlar un momento?

Negué con la cabeza y le hice una señal a Falco a mi lado para que vigilara que todo se hacía bien antes de acercarme a la compañera del Alfa.

—¿Ha ocurrido algo?

—No, no, es solo para decirte que hay una tradición en la Manada por navidad, todos los compañeros traemos un dulce y algo para poner en el refugio: una figurita, unas luces, un pequeño árbol —se encogió de hombros—, cualquier cosa vale.

Asentí sin más y solté el humo del cigarro a un lado.

—Quedamos un fin de semana y todos juntos las colocamos... podrías venirte con Eren.

—No creo que Erwin me deje, esas son cosas de la Manada —murmuré, aunque sonaba tan cursi y ridículo que casi agradecía no poder participar—. Además, sabes que yo no puedo entrar en el Refugio.

Mary puso los ojos en blanco y negó.

—No entras porque no quieres, Levi. Nadie te va a echar —me aseguró, pero terminó con un gesto airado para restarle importancia al tema y se dio la vuelta hacia el pasillo.

Cuando estuvo todo listo me despedí antes de subirme al todoterreno. Seguía llevando la comida al almacén antes de quedarme el resto de la noche en conserjería, pasándome antes por el Starbucks y la licorería para comprar tabaco. Charlaba un poco con Berthold, quien parecía cada vez más taciturno y triste, e incluso con Floch, a quien iba a visitar a su esquina de marginado con otro tupper en las manos.

—Toma, pedazo de subnormal —le dije, tirándoselo al pecho.

El lobo me miró y gruñó, pero cazó el envase al vuelo y uso la otra mano para indicarme que podía comerle la polla. Le mostré el dedo del medio y me di la vuelta.

—Espera, Levi. Dame un cigarrillo —me pidió—. Me los he olvidado.

Resoplé, pero terminé dándome la vuelta para sacar la cajetilla de la nueva chaqueta de plumas que me había comprado para el frío. El lobo aceptó el cigarro y esperó a que sacara el zippo para encendérselo.

—Me olvidé el tabaco en casa de mi humana... —murmuró, con la mirada al frente, hacia la oscuridad sobre la que caía una nieve fina y pálida.

—Oh... —murmuré—, eres todo un Macho ya...

Humano - EreriWhere stories live. Discover now