COSAS DE LOBATOS: ES NO SABER CÚANDO PARAR

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Me desperté con el ruido de la lluvia al golpear los cristales, sumergido en un agradable calor con intenso Olor a Eren, al igual que cada mañana. Gruñí de puro placer y me pegué más al enorme lobo que roncaba a mi lado bajo el edredón, acariciándole poco a poco hasta que, al igual que cada mañana, terminé despertando también a mi Eren. Después dejé a un lobo agotado, sudado y sonriente atrás para darme una ducha rápida y salir con un viejo chándal en dirección a la cocina. Me preparé mi café, fumé mi cigarrillo y fui hacia la puerta de emergencias para abrirla lo suficiente como para dejar salir el humo, pero sin que entrara la lluvia que no había dejado de caer en todo el día. Era principios de Noviembre y había comenzado a hacer un frío y un mal tiempo que solo empeoraría a medida que se adentrara el invierno. Pronto tendría que sacar las mantas viejas y ponerlas en las ventanas mal aisladas para que no se fuera el calor, pero con tanta puta planta no iba a poder. Esas putas plantas de mierda que...

Un ruido me sorprendió en mitad de aquel pensamiento, procedente de la mesilla de la yucca. Fruncí el ceño y me incliné, dejando el café recién hecho a un lado para sustituirlo por el smartphone.

—¿Ha pasado algo? —pregunté.

—No, no ha pasado nada. Llamaba para saber si te importaría volver a llevar la comida al almacén esta noche.

—¿Me mandas a mí por alguna razón concreta? —quise saber.

—Te mando a ti porque trabajas para mí, Levi.

—Si eso fuera cierto, no me lo pedirías como un favor.

—Te lo pido como un favor porque si no te enfadas como un puto mocoso.

Respondí solo con un murmullo mientras tenía el cigarrillo en los labios y, tras echar el humo, le dije:

—Me lo pides como un favor porque sabes que ese no es mi trabajo.

—Sí, tu trabajo es mirar mierdas en el ordenador sentado en un sillón de seiscientos dólares que la Manada te ha pagado.

—A veces también friego el suelo —le recordé.

—¿Vas a ir al almacén o no? —preguntó ya en un tono duro y cortante.

—Dile a Mary que me baje las llaves del Land Robert negro —y colgué.

No podía decir que no siguiera disfrutando a veces de joder un poco a Erwin. Dentro de los límites, por supuesto, pero jodiendo igualmente. Cuando se despertó Eren, fue rascándose el trasero en dirección al baño, al terminar vino directamente a la cocina para gruñirme a forma de saludo y beberse su vaso de leche caliente.

—Eren, ponte algo encima, que hace frío —le ordené.

—Eren es grande y fuert...

—No te he comprado la puta ropa para que vayas desnudo, Eren —le corté.

El lobo gruñó, se dio la vuelta y empezó a refunfuñar de camino a la habitación para ponerse unos pantalones de chándal y una sudadera que le había comprado. Eren volvió con la cabeza muy alta y expresión orgullosa de Macho SubAlfa, pero eso poco me importó. Le hice una señal hacia la puerta, me puse la cazadora y fui por delante para coger las llaves de encima del taburete verde e irnos a hacer los recados.

Cuando llegamos frente al Refugio, el lobo se inclinó un poco para darme un beso y despedirse con un ya clásico: «Eren se va».

—Pásalo bien, fiera —murmuré, quedándome en el umbral mientras le miraba desaparecer por el pasillo con su enorme tupper bajo el brazo y una sonrisa en los labios.

Me saqué un cigarro y lo encendí con mi zippo plateado, haciendo tiempo a que Mary apareciera por las enormes escaleras de aquel hotel reformado. Siempre había pasado de largo y no me había dado cuenta de lo agradable que era aquel lugar hasta hacía poco, o quizá yo no lo había mirado con buenos ojos hasta hacía poco, en cualquier caso, el Refugio me parecía ahora un lugar cómodo en el que vivir, al menos, la entrada. Era un edificio antiguo, pero la Manada había invertido mucho dinero allí para reformarlo. Tras las puertas dobles que siempre estaban abiertas de noche, había una recepción en forma de pasillo, con algunos muebles, un pequeño espacio con sofás, lámparas vintage que arrojaban una luz suave, plantas que le daban un poco de vida y alfombras turcas que parecían tener ya sus buenos años. Del interior emanaba un agradable calor y un olor muy característico, el de la Manada. Lo normal sería pensar que un hotel repleto de Machos, lobatos, crías y ancianos lobos, apestaría como nada en el mundo; pero no era cierto. El Refugio olía fuerte, pero no mal; es algo muy complejo de describir con palabras, sinceramente.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now