EL VINCULO: ES UNA PUTA MIERDA

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Mi trabajo como portero fue muy sencillo. Me paré al lado de la puerta, apoyé la espalda en la pared, me encendí un cigarro y detuve al primer grupo de mujeres que quiso entrar sin más. Llevaban vestidos muy cortos y muy escotados bajo sus abrigos mojados de la fina lluvia, iban maquilladas y se habían puesto unos tacones bastante altos porque, como todos sabían, los lobos eran muy altos. Aun así, no eran loberas, solo un grupo de amigas con ganas de probar algo nuevo y peligroso.

-Entradas -les pedí con tono seco mientras echaba el humo a un lado.

-Nunca he pagado una entrada al Luna Llena -dijo una de ellas, mirándome de arriba abajo con cierto desprecio, sospechando de que yo trabajara allí realmente.

-Tú nunca has estado en el Luna Llena -le aseguré-. Cien dólares cada una.

-¿Cien putos dólares? -gritó otra-. ¿Estás loco? ¡Deberían pagarnos a nosotras por entrar!

-Fuera -respondí, señalando las escaleras que subían a la acera-. Si no les gusta, váyanse a un club de humanos a que les inviten.

Hubo un silencioso debate entre ellas, algunas miradas cruzadas, susurros que no querían que yo oyera. Finalmente, metieron la mano en sus abrigos y sacaron el dinero. Sorpresa, sorpresa, sabían cuánto costaba la entrada y habían venido preparadas. Eso, o eran mujeres que llevaban cien dólares en el bolso como si nada. Fuera como fuera, pagaron, así que yo les puse el sello de tinta con la forma de una cabeza de lobo aullando a cada una en la muñeca y al fin pasaron adentro. Todas llevaban perfume y desodorante, así que no iban a conseguir a ningún lobo. Sí, aquella noche descubrí lo mucho que había aprendido sobre lobos y sus gustos después de pasar tanto tiempo en el Foro, leyendo las estupideces de los omegas y los loberos. Podía distinguir perfectamente a los clientes habituales de los que venían simplemente a probar: por su actitud, por las marcas en su cuerpo, por su olor o su maquillaje. Y, curiosamente, ellos pudieron reconocerme a mí.

-Vaya, has cazado a uno bueno, eh -me dijo una mujer de estética gótica, lobera, con gargantilla y septum en la nariz. Cuando le había pedido la entrada, me había mirado con odio y desprecio por interponerme en su camino, hasta que olió el aire y lo comprendió-. ¿Beta?

Conté los asquerosos billetes que me había dado, alisándolos antes de metérmelos en el bolsillo de la cazadora. Le puse el sello de tinta y respondí:

-SubAlfa.

Ella abrió mucho sus ojos rodeados de eyeliner y se le escapó una mezcla de risa y mueca asqueada.

-Hijo de puta con suerte... -le oí decir por lo bajo antes de pasar al interior.

Después estaban los que intentaban ligar conmigo para ahorrarse la entrada, como hubiera hecho Hani, mostrando los pechos o con una sonrisa juguetona en los labios; siempre tratando de acercarse más de lo que deberían. Yo les decía lo mismo a todos:

-O pagas la entrada o te vas. Intenta tocarme y te doy una patada en la boca.

Pasadas las tres y media o cuatro de la madrugada, las cosas se tranquilizaron mucho. La gente solo salía, cansada de bailar, borracha y decepcionada. A veces alguna o alguno olía a semen de lobo y sabías al momento que un Macho de la Manada se los había llevado al baño o al callejón, pero la mayoría olían solo muy suavemente; esos que siempre salían frustrados, enfadados o quejándose. Era divertido verles. Sobre las cinco, a una hora de cerrar el local, llegó Eren. Le vi aparecer por lo alto de las escaleras, con su expresión seria de mafioso y sus ojos esmeraldas muy atentos. Bajó los escalones mojados a paso rápido, haciendo retumbar el suelo a pesar de su leve cojera. Se acercó a mí sin decir nada y empezó a olfatearme, pegando su rostro a mi cuello, a mi cara e incluso a mis manos.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora