EL DOCTOR LOBO: EN MÁS DE UN SENTIDO

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Mi nuevo juguetito alcanzaba los doscientos por hora con solo una caricia y ronroneaba tanto como Eren cuando le acariciaba la barriga. Era una preciosa pequeña muy rápida, muy mala y que hacía a su papá muy feliz. Por desgracia, también tenía ciertos problemas. Lo primero de todo era el dónde carajos guardarla, porque en nuestro barrio repleto de criminales y drogadictos, una moto así no iba a durar mucho. Tenía la esperanza de que, al aparcarla al lado del Jeep, se dieran cuenta de que era de un lobo y no se atrevieran a tocarla, como no se atrevían a tocar el todoterreno; pero ese no era un seguro demasiado fiable. Lo segundo era que a mí me gustaba mucho apretar el acelerador y que a la policía le gustaba mucho joderme. No tardé ni cuarenta y ocho horas en recibir mi primera multa por exceso de velocidad y un interrogatorio de media hora mientras certificaban que la moto estaba a mi nombre y que no la había robado. El tercer problema era que la pequeña bebía combustible como yo bebía refrescos y que papá Levi no podía permitirse gastar tantísimo. Eren había pedido a la Manada la moto y no el dinero, que empezábamos a necesitar mucho más. Aunque, sinceramente, aquel último detalle se me olvidaba cada vez que subía a la moto deportiva y me salía una fina sonrisa de felicidad bajo el casco.

Tener un vehículo como aquel hizo que no tuviera que tomar un autobús cada vez que quería ir al centro o a trabajar y me ahorró mucho tiempo y esfuerzo para hacer los recados al no tener que hacerlo andando y con las bolsas al hombro como una mula de carga. Siempre y cuando Eren no quisiera venir conmigo, porque era imposible llevar a un enorme lobo de casi dos metros pegado a tu cuerpo en la moto.

A parte de eso, el resto de cosas en mi vida continuó igual. Pasaba tiempo con mi lobo, le daba de comer, me iba al trabajo y hacía lo que tuviera que hacer aquella noche. Lo único destacable fue cuando me llevé a Eren a una librería y el lobo empezó a mirar a todos lados como si hubiera entrado en nuevo mundo desconocido para él. La gente que había allí fue tan discreta y sutil como en cualquier otro lado, nos miraba y murmuraba, preguntándose que hacía un lobo y un criminal mirando la sección de autoayuda. Finalmente me decidí por: «Tóxico: cómo deshacerse de las malas influencias en tu vida». No era para mí, por supuesto, sino que escribí una rápida dedicatoria y lo hice envolver en papel de regalo con una pegatina en la que ponía: «Espero que lo disfrutes. Firmado: (dibujo de una polla)».

—Dáselo a Farlan —le ordené a Eren, entregándoselo junto con su enorme tupper de comida y su botella de vitaminas.

A veces las noches de trabajo eran muy largas y los juegos del móvil no eran capaces de llenarlas por entero, así que me ponía a pensar y darle vueltas a las cosas. Algo que, sinceramente, no recomiendo a nadie. Me había dado por pensar en mi última charla con el Beta y llegué a la conclusión de que no quería que mi relación con el lobo terminara así. Él había sido de los pocos que siempre había estado ahí, el que me había ayudado cuando nadie más quería hacerlo y el único que se había preocupado por mí. Y, como ya he dicho: yo no olvido, ni lo bueno, ni lo malo. El problema era que yo tampoco sabía pedir perdón como un hombre adulto, así que tenía mis propias maneras de demostrar arrepentimiento. No siempre las mejores.

Como ya me esperaba, no recibí respuesta alguna del lobo. De estar yo en su posición, seguramente hubiera tirado el regalo a la basura sin si quiera abrirlo. A mitad de semana, como cada jueves noche, llegó Marco, el reponedor de máquinas expendedoras. Me saludó con una sonrisa y no dejó de hablar desde que entró por la puerta hasta que se fue. Yo bebía la Coca-cola que siempre me regalaba y fumaba sentado en una de las sillas de la sala de descanso mientras le escuchaba. Era entretenido, hasta gracioso, escuchar los problemas de un hombre de clase media que siempre había tenido una vida fácil. Era como ver un programa de televisión con dramas estúpidos como: mi perro está enfermo, no tengo dinero para la boda que mi novia quiere, mi coche tiene un ruido raro o mi madre insiste en que tenga hijos.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now