LA MANADA: NI PAGA NI COBRA

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La siguiente ocasión en la que me encontré con un Macho de la Manada fue dos semanas después. Hacía un calor horrible y pasaba el tiempo entre las neveras de bebidas refrigeradas y el exterior. Sudando y con la piel pegajosa, bebiendo Red Bull y cerveza fría y fumando a cierta distancia de los depósitos y los surtidores. Al menos era de noche y el sol no caía directo sobre mi cabeza, porque aquello debía ser como un jodido horno cuando el cemento de la autopista se calentaba. Incluso me había llevado una silla plegable de playa que, por alguna razón, vendían en la tienda de la gasolinera. Me tumbaba allí la mayoría del tiempo a la espera de un golpe de brisa que me devolviera a la vida, con un cubo de hielo a los pies repleto de bebidas frías. Había otra silla vacía al lado, la de Eren, quien muchas veces venía a hacerme una visita o a esperar a que mi turno terminara. Se sentaba allí conmigo, bebía cerveza helada y comía un helado de stracciatella tras otro; el único sabor que le gustaba. Cuando aparecía un cliente, yo soltaba un insulto por lo bajo y me levantaba, sintiendo la tela de mi bañador corto empapada y mi camiseta de asas bajo el estúpido chaleco de la gasolinera pegada contra mi cuerpo. Eren había sufrido un profundo debate interno la primera vez que me había visto con mi ropa corta de verano: se había excitado, pero a la vez se había enfadado. «Levi ya tiene Macho» me recordó varias veces hasta que fui yo quien se enfadó con él y corté esa mierda en seco. Él también iba apenas sin ropa, siendo mucho más obsceno debido a su tamaño y su musculatura, y yo no le decía nada.

En aquella ocasión, llegó un coche en mitad de la noche, cuando yo estaba fumando y bebiendo solo. Se trataba de un Suzuki, todoterreno de corte militar y color verde muy oscuro. Me temí lo peor y al acercarme vi a los dos hombres grandes, fuertes y con el collar plateado alrededor de sus cuellos. Reconocí a uno de ellos, uno de los solteros de la Manada, pero al otro no lo conocía. Me acerqué con expresión de pocos amigos y me crucé de brazos, eso intimidaba a bastantes personas, que se creían que les iba a robar el coche en vez de atenderles y rellenarles el depósito; pero no provocó ningún efecto en los lobos, quienes se quedaron en silencio mientras yo esperaba a que me dieran alguna explicación convincente de por qué estaban allí.

—Levi—me dijo el conductor, casi escupiendo mi nombre y mirándome de arriba abajo sin demasiado apego.

Era un Macho de mediana edad y con una camiseta sin asas color beige. Quien le acompañaba era Connie, uno de los solteros del club que a veces salía a fumar conmigo. Nos llevábamos bien. Antes, claro, cuando la Manada todavía no me odiaba. Ambos hombres olían muy fuerte, pero, al igual que le pasaba a Eren, el calor hacía a los lobos muy olorosos debido a lo mucho que sudaban.

—¿A qué han venido? —les dije con un tono seco.

El conductor gruñó, mostrándome un poco los dientes. Si me hubieran aceptado como compañero de Eren, jamás hubieran podido hacerme eso, porque sería como una provocación y una ofensa al SubAlfa; pero yo para ellos no era más que un desagradable humano que apestaba a Eren, que vivía con él, que se lo follaba cada día y que le mantenía cuidado y saciado. Aun así, mantuve la mirada del lobo sin dudarlo, porque no necesitaba ser el humano de nadie para enseñarles respeto a esos subnormales de la Manada.

—Rellénanos el depósito, Levi —intervino Connie tras el conductor, inclinando la cabeza para poder mirarme, poniendo una mano en el pecho de su compañero para calmarle.

Eché una última mirada a aquel lobo que seguía gruñéndome un poco por lo bajo y fui por la manguera del surtidor. Cuando abrí la rosca del depósito y la metí, levanté la mirada y vi un cargamento de más cajas de «caramelos», apiladas y precintadas como las que yo me había llevado. Al girar el rostro me encontré con la expresión enfadada del lobo que no conocía, observándome fijamente por el gran retrovisor lateral. Sonó una puerta abriéndose y Connie bajó del Toyota para dar la vuelta al coche y quedarse apoyado en la parte trasera, con sus brazos cruzados en el pecho y la cabeza levemente ladeada mientras me miraba. Le ignoré hasta que el depósito quedó lleno y después saqué la manguera para volver a dejarla en el surtidor. Di por concluido el momento y fui hacia mi silla.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now