ERWIN: Y SU COMPAÑERA PREDESTINADA

1K 138 93
                                    

Cuando me desperté, lo primero que sentí fue un vacío, la pérdida y una angustia latente en el fondo de mi pecho. Me removí incómodo entre las mantas con olor a suavizante y estiré los brazos, recorriendo la suave superficie, fría y solitaria. Entonces levanté la cabeza y me enfadé. A medida que despertaba, me daba cuenta de «qué» era eso que echaba tantísimo en falta: una enorme y pesada masa musculosa roncando a mi lado. Chasqueé la lengua y me di la vuelta, tratando de dormir un poco más, pero fui incapaz porque mi cuerpo me decía que me faltaba mi dosis diaria de sexo y de lobo. Me levanté, tan frustrado como empalmado, hacia la ducha. Puse el agua tibia y traté de solucionar aquello por mí mismo, pero fue como tratar de poner una tirita para cerrar una herida de cañón que me atravesaba el pecho. Cuando me corrí tras cinco minutos gruñendo y frotándome como si no hubiera un mañana, terminé incluso más enfadado y frustrado de lo que había empezado.

Voy a decir algo, y es que una vez que te acostumbras al sexo con un lobo, no hay vuelta atrás. Nada vuelve a ser lo mismo, nadie te pone igual ni te folla tanto; simplemente, no es suficiente para ti. Es como si comieras tus cereales favoritos cada mañana y de pronto te los cambiaran por gachas sosas y sin gracia ninguna. Por eso los loberos estaban tan jodidos de la cabeza.

Me vestí a toda prisa, todavía tan enfadado que llegué a tirar una lamparilla al suelo porque había chocado con ella al tratar de ponerme los pantalones. Así eran las cosas. Salí de la habitación y di un fuerte portazo que retumbó por todo el pasillo del hotel. Iba a ir a desayunar y a fumarme media cajetilla de tabaco cuando oí que se abría otra de las habitaciones. Me giré al instante, dispuesto a cagarme en la puta vida de la persona que se hubiera atrevido a quejarse del ruido; sin embargo, una cabeza de melena rubia y ojos azul cielo se inclinó para mirar el pasillo hasta encontrarme.

—Buenos días, Levi —me saludó con una tímida sonrisa—. ¿Tampoco has podido dormir bien?

—No, no he podido —murmuré con los dientes apretados, tratando de tragarme mi frustración y no pagarla con Mary.

Ella asintió, salió de su habitación con unos pantalones vaqueros ajustados, botines altos y un jersey grande de punto negro. Sus pasos resonaron por el suelo laminado de falsa madera del pasillo, a juego con el resto de la decoración elegante y refinada. La mujer se pasó una mano por el flequillo suelto de su pelo recogido en un moño improvisado y suspiró. Cuando Mary no iba con uno de sus vestidos de niña pequeña y no trataba de sonreír constantemente, era solo una mujer de mediana edad, atractiva y con un ligero aire de profesionalidad.

—No paraba de dar vueltas en la cama —me dijo cuando se acercó un poco—, no sé si fue el vino o que no dejaba de pensar en Erwin.

Solté un murmullo antes de mover la cabeza y girarme hacia el ascensor. Mary revisó su móvil mientras esperábamos a que las puertas se abrieran y no dijo nada hasta que llegamos a la cafetería del hotel y nos sentamos.

—Es la primera vez que nos separamos de esta forma —murmuró, mirando las preciosas vistas por la cristalera a lo lejos, más allá de las demás mesas y las enormes macetas con árboles que había esparcidas por el local—. Jamás creí que le echaría tanto de menos.

—Yo tuve que hacerme una paja en la ducha —murmuré. No era mi intención ser tan sórdido, pero tenía curiosidad por descubrir si Mary se escandalizaría al oírme.

—Eso no sirve de nada —me aseguró, todavía sin mirarme—. Cuando yo conocí a Erwin, pensé que si me masturbaba regularmente, no caería tan rápido en el deseo y podría tener la mente más clara para centrarme en la investigación. No funcionó.

—¿Ponías una alarma en el móvil? —le pregunté—. Pi-pi-pi, oh, son las doce en punto, mi hora de hacerme unos buenos dedos.

Mary giró el rostro hacia mí y tras un breve momento, se rio.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora