ERWIN: EL ALFA DE LA MANADA

1K 134 64
                                    

Aquella semana pasaron algunas cosas interesantes. La primera de ellas fue la prometida y esperada salida de la Manada a su nuevo campamento del bosque. Farlan y yo habíamos hecho las comprobaciones, después el Beta había ido con un grupo de Machos para limpiarlo y sustituir todo lo necesario, finalmente, el domingo acompañé a Eren a hacer las últimas reparaciones. No lo dudé en cuanto me lo preguntó, porque sonaba a un viaje con música y brisa fresca y a un polvo en el bosque bajo las estrellas. Por desgracia, al llegar allí me encontré con que ya había otros Machos haciendo preparativos, viniendo de un lado a otro, cargando cosas al hombro y dedicándonos miradas serias y muecas de incomodidad. Perdí todas las ganas de estar allí y me limité a acompañar a mi lobo por su recorrido por las cabañas para solucionar los problemas. Verle con su camisa de asas negra, un poco sudado, gruñendo cuando tenía que hacer más fuerza mientras su cinturón de herramientas tiraba de su pantalón hacia abajo mostrando el reguero de pelo castaño hacia su pubis... no ayudó en absoluto a mejorar mi estado de humor. Quizá Eren estaba demasiado concentrado o distraído para oler mi excitación, pero eso fue algo que solucioné pronto.

-Te juro que como no me folles ahora mismo, prendo fuego a todo el puto campamento, Eren... -le dije en un momento en que reparaba el desagüe de un grifo de la cocina, tumbado en el suelo y con las piernas abiertas.

El lobo me miró, entre sorprendido y extrañado, pero duró poco. Soltó un gruñido ronco y profundo y movió la cadera con un bulto cada vez más duro y abultado.

-Así me gusta... -murmuré, apartando el hombro de la pared para ir por él.

Veinte minutos después, salimos del «Puesto de Aventureros» con el pelo revuelto, la piel empapada en sudor fresco, la ropa arrugada y los labios húmedos. A Eren no pareció importarle y a mí mucho menos. Yo me había quedado en mi nube de tranquilizantes después de cuatro buenas inyecciones de corrida de lobo y nada podía importarme menos. Por supuesto, los demás Machos podrían saberlo al momento, no necesitaban si quiera mirarnos; pero, como ya he dicho, no es algo mal visto ni vergonzoso en la Manada. Así que no agachamos la cabeza ni nos escabullimos de allí, simplemente seguimos con nuestro trabajo. Yo le leía a Eren la lista en la entrada de cada cabaña, donde Farlan había escrito lo que era necesario reparar, y él lo arreglaba. Al terminar, incluso nos quedamos un poco más por allí mientras el lobo comía su tupper a la vera del lago y yo fumaba tumbado a su lado. Entre las nubes se podían ver las miles de estrellas que inundaban el cielo oscuro y, por un momento, pensé en lo agradable que sería estar con Eren allí un par de días.

Fue solo un pensamiento estúpido, por supuesto. A apenas dos horas del amanecer, nos metimos en el coche para no volver jamás al campamento.

-Farlan ha enviado un mensaje preguntando si te podrías pasar antes por el Refugio a ayudarles a cargar todo en el camión y controlar a los lobatos -le dije a Eren durante el desayuno.

El lobo se terminó el vaso y asintió con los labios manchados de leche. Así que escribí una respuesta rápida con el emparedado de huevo entre los labios y dejé el móvil en el bolsillo. Eren no hizo maleta ni mochila antes de irse, ya que no se iba a pasar más de doce horas allí antes de volver a casa. Aún así, se despidió como si se fuera a pasar años: gruñidos, caricias, abrazos y besos durante casi diez minutos en mitad del salón, hasta que me cansé.

-No te vas a la puta guerra, Eren -le recordé-. Para ya.

El lobo me dio un último apretón y se fue por la puerta sin su tupper de todos los días, ya que la Manada se había asegurado de llevar comida de sobra para todos. Una vez solo, me hice otro café y me senté en el sofá con los brazos extendidos por el respaldo. Miré un programa estúpido en la televisión y después puse las noticias de la noche antes de prepararme para salir de casa. No tenía claro si debía seguir yendo al trabajo sin la Manada allí, pero como nadie me había dicho nada, fui de todas formas. Solo para que no creyeran que no me lo tomaba en serio. El Refugio estaba a oscuras, sin ninguna luz encendida, sin embargo, el edificio de oficinas sí tenía una: la del despacho de Erwin. Arqueé una ceja y me quité el casco de la moto, convencido de que era de esos que dejaban las luces encendidas.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora