LA GUARIDA: REFUGIO

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Salí de detrás de la mesa del mostrador y fui hacia ellos con expresión seria. Eren me miraba con sus ojos esmeraldas de largas pestañas castañas, tenía un corte a la altura de la ceja y restos de sangre en las comisuras de los labios. Su cazadora de cuero nueva estaba rasgada, rota en una manga, sucia de barro y hecha mierda. Sus vaqueros no estaban mucho mejor, con la diferencia de que una herida en su muslo, una que el lobo se apretaba con la mano, había dejado un gran círculo rojo, casi negro, sobre la tela azul oscuro. El otro lobo, el rubio, agachaba la cabeza y me miraba casi por el borde superior de los ojos, con cuidado y los dientes apretados. No estaba tan herido como Eren, pero no estaba bien. Apenas le presté atención, centrándome en mi lobo, que era el único de los dos que me importaba. Le hice una señal hacia el pasillo para que fueran al despacho, me di la vuelta y cogí las llaves de la tienda para cerrar la puerta mecánica y bloquearla, echando una mirada rápida al exterior. No estaba el Jeep negro y no parecía que hubiera nadie buscándolos. No todavía, al menos. Me di la vuelta, cogí la navaja de mi cazadora para guardarla en el bolsillo del chándal y seguí el rastro de gotitas de sangre que habían ido dejando hasta llegar al despacho, al que entré antes de cerrar la puerta de un golpe seco.

-¿Por qué demonios están aquí? -pregunté con tono seco mientras me cruzaba de brazos.

El rubio había dejado a Eren apoyado en la mesa y se había quedado de pie, observando el lugar y gruñendo por lo bajo. Se había asustado cuando me vio cerrar la puerta, poniendo la espalda tensa y apretando los puños; Eren, por el contrario, estaba bastante relajado, cubriéndose la herida y con la frente perlada de sudor.

-Han emboscado a Reiner y a Eren en trabajo -respondió él.

Eso no respondía a mí pregunta, pero el otro puto lobo no dejaba de gruñir por lo bajo y me estaba poniendo de los nervios, así que le dirigí una mirada seca y le solté un educado:

-Cierra la puta boca -después miré de nuevo a Eren-. ¿Los han seguido hasta aquí?

-Eren no está seguro -reconoció-. Puede.

Cogí una bocanada de aire y me llevé la mano al rostro para frotarme los ojos con el dedo índice y pulgar. Que el puto lobo se hubiera mudado a mi casa, que apestara todo lo que le rodeaba, que se comportara como un cerdo que solo sabía comer y follar... tenía un pase porque a cambio estaba ganando mucho dinero a su costa; pero que me metiera en sus mierdas criminales ya no me hacía tanta gracia. Aun así, aquel no era momento para ponerse a discutir. Yo había estado en su situación en el pasado, herido, huyendo y desesperado por encontrar ayuda y refugio. Sabía que lo menos que necesitabas en ese momento era que te empezaran a gritar. Así que me di la vuelta y salí sin decir nada, cerrándola tras de mí para ir en busca de algo para desinfectar las heridas y vendarlas. Cuando regresé con las manos llenas y un par de sándwiches de pollo, los lobos estaban discutiendo en voz baja. Se callaron al momento en el que entré, pero estaba claro que el rubio no estaba nada feliz de estar allí y que Eren le estaba sometiendo con gruñidos y su mayor rango en la Manada.

-Bájate el pantalón -le dije, yendo al escritorio para dejar todo encima. Le tiré un paquete con el sándwich de pollo al rubio, Reiner, y añadí-: Tú estate calladito.

Cogió el sándwich antes de que chocara contra él, al vuelo, y me dedicó un bajo gruñido que Eren cortó en seco con una mirada que daba miedo y un gruñido más denso y profundo de advertencia. Entonces se fue con la cabeza gacha a la pared entre las fotos de los horribles hijos del señor Xing. Eren se desabrochó el cinturón y se bajó los vaqueros, sufriendo una punzada de dolor y profiriendo un gemidito un poco lastimero. Moví la lamparilla del escritorio y la acerqué a la herida del muslo para verla mejor. Era un corte limpio de arma blanca, puede que de un cuchillo, solo la punta; quizá Eren lo hubiera parado a tiempo antes de que se adentrara lo suficiente para perforarle todo el músculo hasta el hueso. Aun así, todavía sangraba, un poco más tras cada latido. Chasqueé la lengua y le dediqué una mirada seria al lobo por el borde superior de los ojos antes de abrir un paquete de gasas y el bote de antiséptico. Mojé una buena cantidad, sin importarme demasiado ensuciar el suelo, y le empecé a limpiar la herida. Eren gruñó y apretó sus grandes manos contra el borde de la mesa, llegando a producir algún que otro crujido en la madera. Dolía, claro que dolía, pero no me puse a consolarle y decirle cosas bonitas, porque era un puto lobo adulto y con los huevos llenos de pelo. Si podía extorsionar a gente, robar y dedicarse a toda clase de actividades delictivas; podía soportar un poco de desinfectante líquido. Tras limpiarle bien la zona, dejé la gasa manchada de sangre sobre la mesa y abrí el paquete de tiritas de fijación para unirle los bordes de la herida y ayudar a que se cerrara antes de vendarla bien.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora