LA GUARIDA: EL HOGAR DE UN LOBO FELIZ

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Volví a casa borracho y un poco mareado. Abrí la puerta tras varios intentos y entré por todo lo alto y con un cigarrillo en los labios.

—¡Eren! —exclamé—. ¡Levi quiere que te lo folles bien duro! —alcé las manos en alto y esperé a que el lobo llegara meneando su rabo para llevarme a la cama, pero eso no pasó.

Fruncí el ceño y tiré las llaves sobre el taburete, sin acertar en absoluto, así que chocaron contra la pared de ladrillos y se precipitaron al suelo con un sonido metálico. Me quité la cazadora militar y fui hacia la habitación. Estaba vacío. Fui tambaleándome a la cocina y miré el horno. La pata de cordero aún estaba allí, así que no había vuelto a cenar. Fumé otra calada y fui hasta la mesa para tratar de sentarme. Ya era bastante tarde y pensaba que el lobo habría vuelto. Después se me ocurrió que quizá hubiera ido a ver a otro de sus amantes loberos. Eso me jodió bastante. Justo aquella noche que había llegado borracho y excitado a casa.

—Puto lobo de mierda... —murmuraba de camino a la habitación. Me desnudé, más o menos como pude, y me dejé caer sobre la cama.

La peste a Eren en el edredón no mejoró en absoluto mi estado. Con un sonido de rabia me di la vuelta y me lo hice solo, pero fue como poner una tirita a una herida que necesitaba un buen vendaje; un vendaje con la polla gorda y húmeda que me mordiera el hombro y gruñera como un animal. Esa clase de vendaje. Al terminar solté un suspiro y fui a limpiarme al baño, regresando a la cama para acostarme y esperar a que todo dejara de dar vueltas a mi alrededor. En algún momento de la mañana sentí un movimiento a mis espaldas y entreabrí un poco los ojos. Oí un gruñido y noté el cuerpo grande y caliente del lobo contra mi espalda, rodeándome entre sus brazos y acariciándome el pelo con la mejilla antes de ponerse a roncar como un oso y sufrir espasmos en la pierna. Me volví a dormir y me desperté en la penumbra de la habitación, un poco más oscura que el resto de la casa gracias a las cortinas. Afuera llovía de nuevo y el viento agitaba las gotas que chocaban contra los ventanales. Me di la vuelta y apoyé el rostro en el hombro de Eren, frotando su pecho. Tardé muy poco en excitarme y en despertarle. El lobo se desveló deprisa, se puso encima de mí, encerrándome bajo su cuerpo, y me folló sin pausa hasta correrse tres veces mientras gruñía, me agarraba de las muñecas y me mordía. Me quedé jadeando y con los ojos cerrados debajo del lobo sudado y caliente, disfrutando del pedazo de vendaje que me acababan de poner. Si quería irse a ver a sus loberos, que lo hiciera, pero conmigo iba a cumplir como un soldado sí o sí. Eso podía tenerlo bien claro.

Eren se volvió a quedar dormido antes incluso de que se le desinflara la polla, así que tuve que apartarle con cierto esfuerzo para salir de debajo y levantarme. Solté aire y me pasé la lengua por lo labios secos. Notaba una ligera resaca y el cuerpo molido. Me levanté y fui al baño antes de darme una buena ducha y salir fresco y limpio hacia la cocina. Por alguna razón, había un enorme fajo de billetes sobre la mesa. Lo cogí y eché un rápido vistazo, alzando las cejas al comprobar que la mayoría eran billetes de cien y doscientos; así que debía haber más de diez mil o quince mil dólares ahí. Los dejé de nuevo sobre la mesa, llené la taza de café, cogí un cigarro y miré la hora en el móvil. Ya era de tarde. Chasqueé la lengua, apuré el café y el cigarrillo y fui a vestirme. Tenía que enviar los retales, comprar la comida y pasarme a por más bolsas de envasado. Hacer todo eso con resaca no fue lo más divertido del mundo, pero me paré en la cafetería a tomarme otro café, un sándwich y un bollo de leche y me sentí algo mejor. Para cuando volví a casa, solo estaba cansado. El lobo seguía en la cama, desnudo, roncando y abierto de piernas. No hice demasiado ruido para no despertarle, pero cuando olió la comida, se levantó, bostezó, echó una larga meada y vino hacia la cocina rascándose la barriga.

—Eren hambre —murmuró en voz baja y adormilada.

Dejé el móvil y le puse la fuente de arroz con carne guisada para cuatro personas delante. El lobo gruñó con evidente placer y cogió la cuchara con toda la mano para llevarse una buena palada a la boca. Masticaba y me miraba con sus ojos esmeraldas de largas pestañas castañas. Era algo que hacía a menudo y que según él era porque «a Eren le gusta mirar a Levi». A esas alturas estaba tan acostumbrado que ya ni me molestaba, a veces le ignoraba, otras veces me quedaba en silencio respondiendo a su mirada mientras fumaba, comía o bebía.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora