EL DOCTOR LOBO: Y SU AMIGO

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El viaje en coche fue largo, tenso y silencioso. Farlan no apartaba la mirada de la carretera y no me había dirigido la palabra nada más que para saludarme. Yo estaba en el asiento del copiloto, recostado contra la ventanilla, con el codo apoyado en el borde y la cabeza en el puño mientras el aire de la montaña me azotaba el rostro. El Beta ni siquiera había puesto la radio o música, así que se podía mascar el profundo silencio mientras los minutos pasaban a cuentagotas. Yo miraba el paisaje de altos pinos en la oscuridad mientras transcurríamos por la carretera de montaña, sin más iluminación que los focos delanteros del todoterreno. En algún momento, me aburrí de aquella situación y, tras coger un cigarrillo de la cajetilla y encenderlo con el zippo, le dije:

—Ambos sabemos que no me necesitas para hacer un par de comprobaciones, Farlan —solté el humo a la ventanilla abierta y saqué la mano con el cigarro fuera—. ¿Me has invitado solo para estar en silencio y enfadado o es que quieres hablar de algo?

El lobo no respondió, solo continuó en silencio mirando al frente hasta que yo asentí y fumé otra calada. Un par de minutos después, me dijo:

—Berthold parece mejor ahora. Lo estás ayudando mucho.

En esa ocasión fui yo el que dejó un silencio dramático y estúpido mientras fumaba antes de responder:

—Sí.

—¿Por qué?

—Ya sabes por qué —murmuré sin apartar la mirada del paisaje de árboles borrosos.

—No, ya no lo sé.

Moví la cabeza para mirarle por el borde de los ojos mientras fumaba otra calada.

—Entonces, piénsalo un poco, Farlan. Eres un lobo listo, seguro que lo descubres.

El Beta apretó con más fuerza el volante, pero no dejó traslucir nada más en su rostro serio. Ahí se acabó nuestra pequeña charla hasta que, cuarenta minutos después, tomó un desvío de la carretera principal y entró en un terreno de tierra cruda. En menos de cinco minutos, llegamos a una especie de claro con árboles y casetas de madera. Farlan bajó del todoterreno y fue a la parte trasera para volver con dos linternas y un portafolios en las manos. No me dijo nada al entregarme una de ellas y comenzar a caminar hacia las escaleras que separaban aquella zona de la parte alta donde estaba el campamento. Era noche cerrada y, aunque la luna arrojara algo de luz, apenas se veía nada más que formas oscuras. Le seguí por unos escalones de tablas chirriantes y bastante inseguras hasta un camino de gravilla que había vivido tiempos mejores. Allí el camino se separaba y había un viejo y desgastado poste de señalización al que apunté con la luz de la linterna.

—¿Qué comprobamos primero, Farlan? ¿el Bosque de la Diversión? —le pregunté.

El lobo gruñó por lo bajo y se dirigió directo hacia la parte central. Había un círculo de piedras donde, suponía, harían la gran hoguera para calentarse sus nubes de algodón, contar historias bajo las estrellas o cantar canciones cursis. Alrededor estaban las cabañas principales, algunas más elevadas para adaptarse al terreno irregular, con grandes escalones de madera y pasamanos. Las casas no eran gran cosa, pero parecían haberse mantenido en pie con el paso de los años. Farlan fue hacia la principal, la más grande y con más banderas americanas y del estado. Sacó un fajo de llaves del bolsillo de su pantalón de baloncesto y las iluminó con la linterna mientras yo descansaba la espalda en la pared de tablones de madera y miraba al fondo.

—¿Dónde van a dormir los Lobatos? —le pregunté—. Quiero prenderle fuego.

Farlan me volvió a ignorar, metió una de las llaves y tras forcejear un poco, abrió la puerta de pequeños ventanucos acristalados. Me moví de la pared y le seguí al interior, apuntando con la linterna un poco a todas partes. Se trataba de la casera de recepción e información, con un tablón a la entrada donde ponía: «Puesto de Aventureros». Estaba decorado como lo que una familia de clase media que no había salido de la ciudad en su puta vida, se imaginaba que sería una cabañita en el bosque. O al menos, lo había estado, porque ahora solo había polvo, macetas vacías y postes carcomidos por el tiempo con mapas de la zona o las actividades que el campamento ofrecía. Farlan ignoró la entrada de recepción y fue hacia uno de los pasillos. Le seguí en silencio hasta que nos volvimos a detener frente a otra puerta que tuvo que abrir. También estaba atascada, hasta el punto de que el enorme lobo tuvo y darle un fuerte golpe con el hombro para desatascarla. Allí dentro estaba el cuadro eléctrico, la caldera central y la llave del agua. Farlan se acercó primero al cuadro eléctrico y tiró de una palanca, produciendo un sonido de generadores al despertar. Sin más, las luces de la cabaña se encendieron todas a la vez, alumbrando la oscuridad de la noche con una luz amarillenta y cálida.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now