EL EXILIO: Y UN LOBO HAMBRIENTO

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Tras nuestra charla, no volví a recibir notitas de Jack nunca más. La última noche del sábado fue bastante tranquila y al día siguiente solo tuve que aguantar a las quejas lastimeras de Eren por no acompañarle a la puta fiesta. Era increíble cómo el lobo pasaba de ser un puto mafioso enorme y peligroso a un insoportable perrito que no paraba de abrazarte y frotarte la cabeza para consolarse.

—Eren, ya hemos hablado de esto —le recordé en el supermercado.

Era momento de la compra del mes y necesitaba el Jeep para cargar las bolsas, así que el lobo me había acompañado en los recados de aquella tarde, como solía hacer cuando íbamos a un local climatizado en el que no hacía calor y bochorno. La gente nos veía y trataba de evitarnos todo lo posible, algunas señoras mayores incluso se paraban en seco con sus carros y se daban la vuelta con una expresión de miedo. A los cinco minutos, ya teníamos a dos hombres de seguridad siguiéndonos por todo el supermercado, alertados por los clientes. No podían echarnos, porque realmente no estábamos haciendo nada malo, aunque no fuera por falta de ganas. Eren estaba demasiado concentrado en seguirme de cerca, pegarse a mi espalda y acariciarme como para prestar atención a todo aquello; yo me limitaba a tirar a mirar los productos, buscar ofertas y seleccionar lo más barato. Sentirme como un puto criminal incluso haciendo la compra, no era nada nuevo para mí.

La joven de la caja evitó mirarnos a los ojos en todo momento, pasando los productos rápidamente antes de murmurar el precio de todo. Le entregué un par de billetes y comprobó que eran auténticos antes de darme la vuelta. Los vigilantes nos acompañaron hasta el aparcamiento, donde nos miraron meter todo en el Jeep y dejar el carrito junto al resto antes de volver al interior. Le di la comida a Eren cuando llegamos a casa, me hice un sándwich y lo comí frente a él mientras miraba el móvil. Todavía no se había apuntado nadie a mis clases y empezaba a preocuparme. Si aquello no funcionaba, ChicoOloroso tendría que volver a enviar retales y ropa para finales del mes. Chasqueé la lengua, fui a por un cigarro y lo fumé en la puerta de emergencia mientras el lobo terminaba su bandeja de pavo. Cuando terminó, se echó en el sofá, tumbado boca abajo y gruñendo para llamar mi atención y que le diera su masaje en el lumbar. Le miré y puse una mueca de enfado. Eren se acostumbraba muy rápido a pedir cosas.

Al despertarse de su siesta de dos horas, me buscó todavía adormilado y volvió a gruñir para pedirme otra cosa, esta vez con una buena erección en su entrepierna cada vez más húmeda. El muy cerdo volvió a quedarse dormido durante la inflamación, echado sobre mí y roncando al lado de mi oreja. Yo le acariciaba la espalda con una mano y miraba el techo, escuchando el programa de reparación de casas que había puesto en la televisión. No pensé en nada, solo estuve allí tirado, sintiendo el peso del lobo y su respiración, hasta que, en algún momento, decidí apartarle e irme al baño.

—Eren, tienes que irte a la fiesta —le desperté poco después.

El lobo comenzó entonces su ritual de muecas de pena, cabeza gacha y gemidos bajos.

—Levi tendría que poder venir con Eren —murmuraba, dedicándome miradas rápidas por el borde de los ojos mientras se vestía—. Eren puede pegar a otro humano si es necesario.

—Así son las cosas, Eren —respondí, cortando aquello en seco mientras terminaba de calzarme sentado al borde de la cama—. Quizá cuando te den tu parte de los beneficios, tengamos dinero suficiente para que deje un trabajo y así tener más tiempo.

—Eren puede vender televisión —sugirió—. Tele grande y cara. Darán mucho dinero por ella.

Dejé de atarme los cordones de la zapatilla y me quedé un par de segundos en silencio. La verdad era que aquella noche no tenía nada que hacer, ya que los domingos yo no trabajaba; pero había mentido para no tener que ver a la Manada, ni a Mary, ni a los demás Machos ni a Erwin.

Humano - EreriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora