EL VINCULO: CUANDO UN LOBO TE QUIERE

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Eren siempre me venía a buscar al club con una expresión seria en el rostro y una mirada atenta mientras bajaba las escaleras. Se detenía cerca de mí, olfateaba discretamente el aire y se inclinaba para acariciarme el rostro contra el suyo; aprovechando para volver a olfatearme y asegurarse de que no había «otro Macho más que Eren». Él sabía lo mucho que me molestaba que lo hiciera, así que se aseguraba de olisquearme de la forma más sutil que podía; pero era Eren, y mi lobo no era conocido por ser especialmente discreto ni sutil, aunque lo intentara. Aquella noche, como todas durante el mes, le entregué el dinero y el sello para que lo guardara, pero le detuve cuando se fue a dar la vuelta para irnos hacia el coche.

—Farlan quiere hablar contigo —le dije, señalando la entrada del local.

Eren gruñó con cierta molestia. Estaba hambriento y, por las marcas en sus nudillos, había sido una noche movida. Me indicó con la cabeza que entrara y me siguió de cerca por el pasillo de posters hasta la puerta de entrada. Ya estaba casi a punto de cerrar y el club estaba más vacío, como solía pasar cuando la noche se alargaba. Quedaba gente bailando, algunos en la barra, pero casi nadie subiendo y bajando de las escaleras hacia el piso superior. Los lobos ya habían follado y visto a todos los humanos que querían ver, dando la noche por concluida y reuniéndose en el sillón más grande y alejado. Yo creía que aquella era toda la Manada, pero resultaba que solo eran los Machos solteros. Eren me lo había explicado una vez en casa cuando le había preguntado por qué ya no iba al Luna Llena.

—Eren ya no necesita el Luna Llena. Tiene a Levi —me había respondido con la cabeza alta y cierto enfado, como si le hubiera ofendido que le hubiera preguntado aquello.

Yo había soltado un murmullo y había seguido fumando al lado de la puerta de emergencia, acallando esa voz dentro de mí que me decía: «eso es peligroso, Levi, y lo sabes. ¿A qué juegas?». Después me había reunido con el lobo en el sofá nuevo, mullido, cómodo y que él había pagado, y le había dado besos en el cuello hasta que se empezó a poner cachondo como un perro.

—Farlan —saludó Eren al de ojos claros, sentado en el centro del sofá y rodeado del resto de Machos, ya que era el Primer Beta y, a falta del SubAlfa y el Alfa, poseía el mayor rango en la Manada.

—Eren —le saludó este con una sonrisa—, Levi —añadió, dedicándome un asentimiento—. ¿Qué tal noche?

—No tan emocionante como la tuya, supongo —respondí sin demasiadas ganas.

Eso le hizo gracia y se rio como él se reía, con una ruidosa carcajada y echando la cabeza atrás.

—Espero que no, o Eren se va a enfadar mucho —me advirtió antes de guiñarme un ojo—. ¿Te importaría dejarnos un momento? —me preguntó, ahora más en serio, dándome a entender que se trataba de algún asunto de la Manada y no de una visita informal.

Le indiqué a un Eren muy pegado a mi espalda que le estaría esperando en la puerta trasera que daba al callejón y me alejé sin más.

—Espera, Levi, ¿tienes un cigarro por ahí? —me preguntó Connie, un Macho Común—. Se me han acabado.

Me detuve para meter la mano en el bolsillo de la cazadora negra y sacar la cajetilla, le ofrecí dos.

—El que te debía —le recordé.

Se levantó un poco de entre Jean y Berthold y se acercó para coger los dos cigarros y darme las gracias con un asentimiento. Después al fin pude irme. Casualmente, semana a semana y por diversas razones, había ido conociendo a los Machos del Luna Llena. No había sido mi intención, sino que, como parecía pasarme últimamente, simplemente había ido ocurriendo. Salí afuera y apoyé la espalda en la pared de ladrillos, encendí el cigarrillo y solté el aire al cielo despejado de la noche. Más allá de los tejados que bordeaban el callejón, se podía ver una luna creciente de primavera. La contemplé mientras fumaba, sin pensar en nada en concreto. La vida ahora era sencilla, sin problemas, sin preocupaciones; todo era tan fácil como ir a comprar la comida, hacer los pocos envíos a los esnifadores, volver a casa para cuidar del cerdo de mi lobo y, lo mejor de todo, hincharme a follar. Eren se iba al trabajo y yo iba a la tienda de caramelos. Sí, ahora tenía otro «trabajo» además de portero del Club. Erwin, el Alfa, me había llamado después de mi segunda semana allí y me había ofrecido aquel extraño puesto de tendero en una tienda de caramelos que, por alguna razón, abría solo por la noche. Nunca entraban clientes, pero llamaban mucho, pidiendo una clase de caramelos u otra y los kilos que querían. Yo no era idiota, así que sabía perfectamente lo que la Manada estaba vendiendo allí; por otro lado, nunca se decía nada concreto, no se hablaba de precios ni de dinero. Llamaban, anotaba el pedido en una libreta y daba respuestas cortas a las mismas preguntas tontas de siempre. Así que, si venía la policía, yo podía decir que «no sabía nada» y que no estaba metido en asuntos turbios de la Manada. Era un trabajo limpio, aburrido y fácil por el que me pagaban otros cuatro mil al mes. A veces incluso venía Eren por la tienda, comía conmigo y echábamos un buen polvo en la trastienda.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now