LA MANADA: LOS PUTOS LOBATOS

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Me desperté y parpadeé un par de veces para aclarar la mirada. La habitación estaba sumergida en una penumbra grisácea y llena del murmullo de los ventiladores al moverse, arrojando chorros de aire sobre la cama. Lo peor de trabajar de noche en verano, era tener que dormir de día, cuando el calor era abrasador y sofocante y la luz se colaba por todas partes como una infestación de termitas. Froté el pecho sudado de Eren que roncaba desnudo debajo de mí. Ya me había despertado antes y habíamos follado, pero me había vuelto a quedar dormido encima de él durante la inflamación, arrullados por el aire que llegaba en oleadas hacia nosotros y nos refrescaba la piel sudada y caliente. Me incorporé un poco, me froté el rostro y solté una bocanada de aire mientras me movía en dirección al baño, tratando de no despertar al lobo. Tras una ducha rápida y fresca, fui a vestirme y abrí la puerta corrediza de papel de arroz que ahora separaba la habitación del resto de la casa, interrumpiendo la mayoría del sol que entraba a raudales por las cristaleras del salón. Me tropecé con la puta alfombra, un clásico de cada mañana, y solté mi también diario: «Puta alfombra de mierda» antes de seguir adelante hacia la cocina.

Lo primero que hice fue ponerme un cigarro en los labios, después eché hielo por el servidor de la puerta de la nevera para llenar dos vasos; el de té helado para la leche de Eren y uno normal para mi café solo. Puse la máquina de café a funcionar y encendí el cigarro, soltando una rápida bocanada de humo antes de aspirar una calada. Cuando mi café estuvo listo, me lo llevé conmigo hacia la puerta de emergencias, esquivando las planchas de madera y herramientas que el lobo había dejado por allí. Al parecer, Eren había descubierto que la barra de la cocina era un poco inestable y que la madera estaba hecha mierda, así que había decidido que necesitábamos una nueva barra en la cocina. Había comprado madera de pino, la había barnizado y la estaba montando en sus ratos libres, dejando la cocina hecha mierda y repleta de virutas y aserrín. Yo me concentraba en ignorarlo y quejarme lo menos posible del puto desastre que estaba creando de forma tan innecesaria.

Abrí la puerta, un poco más de lo normal, creando una agradable corriente de aire entre ella y las ventanas abiertas; estaba un poco caliente, pero seguía siendo una brisa agradable que removía las hojas de las plantas y ayudaba a aligerar el ambiente cargado del salón. Apoyé la espalda desnuda contra la pared de ladrillo y eché el humo hacia un lado antes de beber un trago de mi café con hielo. Entonces solté un suspiro de lo que, creía, era felicidad. Yo ahora era un hombre que vivía en la Guarida de un lobo al que le gustaba comer, follar, dormir, arreglar cosas y montar muebles. Tenía electrodomésticos caros de primera mano, un sofá mullido sin roturas y que no había sacado de la basura, una enorme televisión de plasma con equipo de música, plantas que llenaban las paredes y repisas de un profundo verdor, cristales limpios, y, por alguna razón, las putas alfombras de felpa que tanto odiaba y que solo servían para acumular mierda y hacerme tropezar. Nunca creí que todo eso me hiciera feliz, pero, de alguna forma, lo hacía.

A veces por las mañanas de aquel verano caluroso, me paraba al lado de la puerta y me descubría a mí mismo pensando en ello mientras bebía el café. Yo había crecido en una caravana llena de botellas de vodka vacías y polvo, vistiendo ropa de la caridad y comiendo sobras del restaurante en el que trabajaba mi madre. Un niño triste y solo que jugaba entre la hierba para no oír los gritos, un niño que jamás hubiera pensado que, en algún momento de su vida, tendría todo aquello. Que habría un estúpido lobo en alguna parte que le querrí... La puerta de la habitación se deslizó entonces, distrayéndome de mis oscuros recuerdos. Mi príncipe azul salió desnudo, con una expresión adormilada mientras se rascaba el pecho y bostezaba. Vino hasta la cocina y bebió entero su vaso de leche con hielo, soltando un eructo y un gruñido de placer al terminar. Me quedé mirándole con el cigarro en los labios y expresión seria. Eren se acercó a mí con sus labios todavía manchados de leche y me frotó la cara, ronroneando, para darme los buenos días.

Humano - EreriWhere stories live. Discover now