LA GUERRA: Y SUS SECRETOS

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Me desperté porque me faltaba el aire y notaba un pesado y caliente cuerpo sobre mí. Con un gran esfuerzo y un gruñido de queja, conseguí llevarme a Eren hacia un lado, el que se había vuelto a quedar dormido después del primer polvo. El movimiento lo desveló, gruñó por lo bajo y esperó a que yo le acariciara el pelo castaño y revuelto mientras le decía con cariño:

—Levántate, tenemos que ir a desayunar y ya es tarde.

Todavía hacía frío a principios de febrero, aunque las nevadas hubieran cesado para ser sustituidas por lluvias torrenciales que repiqueteaban contra los cristales sin parar. Se estaba muy a gusto en la cama, cubiertos por las sábanas y el edredón mullido que conservaba el calor y la peste a lobo; pero a mí me gustaba salir y tener un poco de tiempo a solas con mi Macho antes del trabajo y las constantes visitas. Eren asintió lentamente, me acarició el rostro contra el suyo y me dio un beso en los labios antes de moverse, entre graves gruñidos y resoplidos de queja, hacia el borde de la cama. Me fui a dar una ducha y, cuando salí, le encontré vestido, pero en la misma posición sentada de expresión seria. Fui por mi cazadora y le hice una señal para que nos fuéramos. Al llegar al portal, todavía había una luz pálida y plomiza del atardecer sobre las nubes de tormenta, bañando la ciudad junto con la lluvia. Así que apuramos el paso y aprovechamos todo soportal y cobertura posible de camino a la cafetería. Fuimos a hacer el pedido a la barra y nos sentamos en nuestra mesa de siempre al lado de los cristales. Había bastante gente allí, tomándose algo antes de irse a cenar; pero, como siempre hacíamos, ignoramos las miradas y los susurros.

Eren se bebió su enorme vaso de leche caliente y se limpió los labios manchados de blanco con la lengua mientras yo me terminaba el primer sándwich vegetal y miraba la televisión. En el canal 24h de la CNN habían incluido imágenes y datos sobre las noticias del «conflicto entre bandas» de Bremerton. La Guerra había llegado a un nivel nacional y estaba causando cierto malestar entre la población. En la ciudad temían que aquello se extendiera más allá del lago y no entendían por qué no habían mandado ya al ejército hasta allí, porque todos sabían que no eran más que lobos.

—Ya debe faltar poco —le dije a Eren, haciéndole una señal hacia la televisión.

El lobo asintió y gruñó algo bajo y corto, una muestra de preocupación o de reflexión.

—Alfa querrá atacar antes de que se recuperen —murmuró.

—Sí, eso hará —afirmé—, pero tú vas a tener mucho cuidado y no te meterás en problemas innecesarios, ¿verdad?

Eren respondió a mi mirada seria y, tras un par de segundos, terminó asintiendo.

—Eren estará bien.

—Más te vale...

Al volver a casa, me puse mi ropa de Doctor Lobo, me despedí de mi Macho con una caricia y un beso rápido y le recordé que dejara el tupper sucio en el lavaplatos antes de marchar. Había reanudado mis clases cuando había sido posible. Aun con la Guerra, el número de alumnos seguía creciendo, al igual que mis precios. Ya cobraba cien dólares por cabeza y los muy idiotas los pagaban sin dudarlo. Para ser justos, diré que había dejado de dar las clases en una deprimente ONG de la periferia y había alquilado un pequeño local en unas galerías interiores e íntimas. ¿Recuerdan dónde estaba el Sex-Shop? Pues justo en frente, en lo que había sido una mercería que se había ido a la quiebra porque las viejas no querían pasar hasta el final de una galería oscura donde había una tienda de pervertidos. A mí, por el contrario, eso me venía de lujo.

—Sí, el local es espacioso... pero me preocupa la mala situación —le había dicho a la mujer de la inmobiliaria—. Verá, siempre he tenido el sueño de hacer una pequeña librería, con charlas y esas cosas... pero no sé cuántos clientes tendrían el valor para venir hasta el final de las galerías, por temor a que les confundan con unos pervertidos que quieren comprar en esa tienda de en frente...

Humano - EreriWhere stories live. Discover now