18 • Charlotte

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Camila Cabello P.O.V.

Hay estudiosos que afirman que el miedo es algo natural y saludable. Y yo creo en eso, al fin y al cabo, el miedo tiende a alejarnos de situaciones potencialmente peligrosas que amenazan nuestra supervivencia. Si te das cuenta de que la situación no es para ti, simplemente te alejas para protegerte, a menudo huyendo. Es la naturaleza humana cuando te encuentras en una zona que no suele ser la de tu confort.

Desde que era pequeña, siempre tuve miedo a las alturas, ya fueran norias, teleféricos o incluso aviones. La sensación de escalofrío en el estómago, la incertidumbre sobre la seguridad del lugar al que me dirigía, más el ligero riesgo que podía suponer en caso de alguna falla, eran los principales factores. Así que no se trataba de ningún trauma del pasado o accidente, era simplemente miedo, no me gustaba correr riesgos, ya que la primera y única vez que había viajado en avión fue cuando me mudé con Shawn a Miami hace ocho años.

— ¡Estos manís están deliciosos! — Al igual que Keana, Verónica se sentó en la misma fila que yo y, a su vez, se llenaba la boca con los aperitivos. Todo lo que la azafata le ofrecía, ella lo agarraba. Y no es que la juzgue por ello, solo me gustaría tener su estómago para poder hacerlo. — Oye, ¿Alguien trajo Coca-Cola?

Agaché la cabeza, sintiendo un gran escalofrío en cuanto el motor del avión empezó a ganar vida. Para evitar la vergüenza, ya estaba sujetando mi bolsita en el asiento que quedaba en el pasillo.

— ¿Estás bien, Mila? — preguntó Lucy.

Ella estaba sentada en el asiento de al lado, así que podía ver mi expresión de malestar.

— Estoy bien. — mentí, sintiendo esa horrible sensación en la garganta que subía y bajaba, donde tragué saliva como si pudiera prolongar un poco más la angustia en mi estómago.

Llevábamos una hora de vuelo. Según el piloto, teníamos una hora y media para aterrizar sanos y salvo en Charlotte, Carolina del Norte.

Durante esos primeros minutos en el avión, sobre todo en el despegue, intenté pensar en varias cosas para distraer mi mente: mi futuro piso, mi divorcio con Shawn, mi extraña situación con Lauren y, por supuesto, esa horrible noche que pasé con Gigi y Zayn.

Es raro decir que no me adapté al sexo sin compromiso, ya que me llevaba bien con una persona en particular. A mí me fue aterrador sentir, o más bien no sentir, lo que mi cuerpo estaba acostumbrado cuando me acostaba con ella. Y es que esa noche de jueves tuve a dos personas extremadamente experimentadas y convencidas a darme placer. Dos personas que lo dieron todo, desde el primer roce, manoseándome simultáneamente, besándome con deseo, dándome placer. Y mentiría si dijera ahora que no tuve un orgasmo, que no me entregué a los dos y que no disfruté durante buena parte de la noche.

Pero ahí empezaba el problema.

Todos los momentos de placer que tuve con aquella pareja, por alguna razón, siempre eran cuando cerraba los ojos y me imaginaba a aquella mujer en lugar de ellos. Durante los primeros minutos intenté de todo para no hacerlo, pero de algún modo no me sentía lo suficientemente cómoda o conectada a los cuerpos de las personas con las que me estaba acostando, como creía que podría hacerlo.

Aquella noche me equivoqué, y no se trataba de la oportunidad de explorar mi sexualidad con aquellos dos, sino de llevar a la cama un sentimiento extra: la creencia de que el sexo resolvería mis problemas e indecisiones. Y no, definitivamente no era una moneda de cambio. Era una cuestión privada de libertad sexual.

Mi frustración con Lauren no era nada nuevo para mí, y menos aún para ella; al fin y al cabo, nuestro primer contacto fue a través de una discusión equivocada por mi parte. Simplemente, odiaba la frialdad con la que podía tratar ciertas situaciones. Odiaba que pudiera llevarme a su piso, darme placer y seguir teniendo una caja de bragas en el armario. Odiaba la forma educada en que se comportaba en el lugar de trabajo, pero que, si se le diera la oportunidad, no se lo pensaría dos veces antes de ponerme contra una pared y acabar con mi cordura. Por último, odiaba cuando me seducía con solo una mirada o una palabra bien colocada en su tono ronco, cómo mi cuerpo reaccionaba a sus avances sin que yo siquiera desearlo.

La Amante de mi Esposo (ℭ𝔞𝔪𝔯𝔢𝔫) - TraducciónWhere stories live. Discover now