34 • Gift

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Camila Cabello P.O.V.

Llevo dos horas despierta, tumbada en la cama de Lauren, mientras una eufórica Alexa me busca por ahí. Me niego a levantarme en las condiciones en las que me encuentro, y por saberlo, Jauregui no ha puesto objeciones en ayudarme con el desayuno, y mucho menos con distraer al personal mientras intento encontrar el valor para abrir los ojos sin que eso me cause dolor y me arrepienta de lo de anoche.

Cuello, torso y parte superior de las piernas con marcas moradas de los chupetones que la dueña de Jaguar's Agency me dejó. Otras partes enrojecidas, arañadas por uñas cortas o simplemente apretadas con demasiada fuerza — lo que, en ese momento, parecía lo más delicioso y correcto en hacer.

— Nunca más...

Eso fue lo que dije en voz alta mientras permanecía inmóvil en el colchón, boca arriba, con la movilidad comprometida, pensando y repensando las locuras que había aceptado y pedido, totalmente inconsciente de las consecuencias. Las malditas consecuencias del sexo salvaje.

— No volveremos a intentar nada parecido, Camila...

Aún no sé a qué se debió la oleada de calor que me invadió la noche anterior. Tampoco sé qué me hizo tener el valor de subirme a la mesa de un club nocturno y bailar para unos desconocidos. La Camila de hace cuatro meses probablemente se habría sorprendido de semejante autoestima, o mejor dicho, de semejante atrevimiento.

O no...

No diré que me arrepiento de lo que hice después del club, porque Lauren me dio exactamente lo que buscaba: un placer diferente, nuevo, intenso, de esos que te hacen olvidar el nombre y solo clamar por ser aliviada. Me cortejó como nunca. Se mostró autoritaria cuando necesitaba a alguien que me devolviera a mis cabales. Las palabras sucias, las caricias no tan sutiles, el beso salvaje... Recuerdo cada detalle. Y, por supuesto, cualquier otra cosa habría sido insuficiente.

— ¡DESPIERTA!

Justo cuando pensé en girar la cara para ver quién gritaba al otro lado, la mujer me interrumpió:

— Estoy entrando. Buenos días, flor del día.

Tiré de la manta con ambas manos para taparme al menos los pechos. Dinah era una de las pocas personas que conocía que te avisaba que estaba entrando ya dentro de la habitación.

— ¡Dios mío! — Llevaba una caja de medicamentos en la mano, quizá la que le había pedido a Lauren que me comprara. — Pareces un dálmata morado y bronceado, Chancho. Te lo juro.

— Ya dame esa medicina, Dinah. — Refunfuñé con los ojos cerrados, aun en la misma postura. — Dios, no lo soporto...

— ¿Tan malo es?

— Demasiado. — Estaba murmurando, murmuraba porque era más fácil y no requería mucho esfuerzo para abrir la boca. Me dolía cada detalle del cuerpo.

— ¿Qué pasó?

— Primero el comprimido, luego la historia.

— Sé exactamente lo que pasó, niña traviesa... Y estoy segura de haber escuchado algunos gritos en medio de la noche. — Ignoró mi petición. — Pero yo vi esa película "El grito", y como estamos en el país de origen, preferí quedarme quietecita. En serio, parecía que le estaban dando una paliza a alguien. — Se acercó después de llenar un vaso de agua en la cocina. — Y aparentemente lo estaba. O sea, mírate...

— Esto es una marca de boca. No seas tonta. — Abrí ligeramente los ojos para mirarla. Dinah con una sonrisita ladeada, por supuesto, junto con esa ceja arqueada llena de significados. — Estoy muerta, Dinah. Ya tráeme esa medicina, por el amor de Dios.

La Amante de mi Esposo (ℭ𝔞𝔪𝔯𝔢𝔫) - TraducciónWhere stories live. Discover now