29 • (L) Lustful desire

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Obligada judicialmente a mantenerse alejada de Jaguar's y de todo lo relacionado con la dueña de la agencia, Verónica Iglesias, estuvo trabajado duro durante los últimos cuatro días para encontrar alguna pista que pueda absolverla antes del juicio.

Acusada de robar medio millón de dólares, la ex directora de Recursos Humanos debe a la Sra. Jauregui, hasta el pasado jueves, un total de diez millones de dólares. Esto es en caso de que quiera seguir en libertad.

Igual que le ocurrió a Alemania en 1919, después de que los países europeos le impusieran las obligaciones a pagar, conforme lo estipulado en el Tratado de Versalles, le ocurrió a la pobre Verónica que, a diferencia del pueblo germano, no tenía nada que ver con el delito del que se la acusaba.

Fue despedida de la agencia y no pudo reincorporarse al mercado laboral debido a las valoraciones que Lauren hizo de su trabajo, calificándola como incompetente y desleal.

En resumen, le pedían un dinero que ella misma no tenía y que no tendría condiciones de conquistar aunque quisiera, ya que Iglesias era una asalariada, no una empresaria. De hecho, Iglesias era una mujer desempleada en una ciudad con un alto coste de vida y con una madre dependiente en su casa alquilada.

Cuatro días y su vida había pasado del cielo al infierno. Estaba sumida en la miseria más notoria. Era visible. Tan visible que a Lauren le costó reconocerla con su ropa sencilla y su mochila.

— ¡¡¡Lauren!!! — gritó desesperada la ex directora de Recursos Humanos, mientras apresuraba sus pasos. Corría a todo pulmón, un poco torpe, ya que Verónica no era una persona físicamente activa.

El sudor le corría por las mejillas cuando Lauren se detuvo justo delante de ella. Estaba asustada por el abordaje, pero rápidamente recordó que debía mantener la postura. Camila continuaba dentro del coche como se le había ordenado.

— ¡Ni un paso más o llamaré a la policía! — apuntó con el dedo índice a la cara de la morena, que finalmente se acercó por completo, en respuesta, ignorando su orden. Ambos pechos subían y bajaban. Las mejillas y la frente de la magnate enrojecieron de ira y calor. Hacía cuatro días que no veía a Verónica. — Verónica, ¡quédate donde estás! — su voz alto y claro, manteniendo su actitud mandona en un día en el que las cosas no pintaban nada bien. — ¡No te muevas o te juro que llamaré a la policía! — mostró la pantalla de su móvil con el 911 marcado.

— ¡Tengo que decirte una cosa! — Levantó las manos en señal de calma, temiendo ganarse otra demanda. — Por favor, ¡escúchame antes de entrar! ¡Por favor, Lauren! — su voz era casi llorosa, pues ya no sabía qué tenía que hacer para aplazar el juicio sin mancharse las manos ni convertirse en una de ellas.

Llevaba cuatro días durmiendo muy poco, preguntándose por qué compraba tantas cosas a crédito cuando el salario que ganaba no correspondía a la lujosa vida que le costaba mantener. Hace tres días vendió algo de ropa y abandonó su casa en el centro de Miami, temiendo que la mala racha se prolongara. Hace dos días lloró a escondidas de su madre enferma, que no entendía por qué se mudaban y mucho menos por qué estaban recortando gastos.

Verónica no sonreía, no bromeaba, no era ella. Y después de años de convivencia, Lauren estaba a punto de presenciar algo que nunca había imaginado en su vida:

La mujer de veintinueve años humillándose de pena, llorando de tristeza, de desesperación. No por ella misma, sino por su madre y su futuro, caso fuera condenada por un delito que no había cometido.

— ¿Hay algún problema, Sra. Jauregui? — se acercó uno de los guardias de seguridad del condominio al escuchar la voz de Lauren.

La mujer lo ignoró por un momento, volviendo su atención a Verónica y su inusual atuendo antes de responder a P. Walker.

La Amante de mi Esposo (ℭ𝔞𝔪𝔯𝔢𝔫) - TraducciónWhere stories live. Discover now