Acomodó su cabello frente al espejo y se puso de pie. Helena sonrió al ver a William observarla desde la puerta, caminó hasta él y le enredó los brazos alrededor de sus hombros.
— ¿En serio debemos ir? — se quejó como una niña.
— Cielo, ya lo hablamos.— contestó William besando sus labios.
— Es navidad, deberíamos quedarnos en casa y disfrutar nosotros solos. — retrucó en un último intento de convencerlo.
— Lo se, pero fue una invitación formal y debemos ir, el señor Shelby ha sido muy amable al tenernos en cuenta. — suspiró alejándose de su esposa para colocarse el abrigo.
Helena se incomodó al oír aquel nombre, hacía cinco meses que se había reencontrado con aquel hombre de su pasado, aquel que la había hecho mujer pero que también le había roto el corazón. Intentó borrarlo de su mente, quiso esconderse de su pasado, pero aquella noche en la casona Shelby se vio tentada por el mismísimo demonio y por todo el amor que alguna vez había sentido por él. Fue débil. Luego de aquella noche, no hubo una que pudiera dormir en paz, la culpa la perseguía en sueños. Acarició su vientre con tristeza y suspiró.
— De acuerdo. — murmuró colocándose el abrigo que William le extendía frente a ella.
El viaje fue en silencio, Helena observaba por la ventana del vehículo como los árboles pasaban frente a ella, el cielo se oscurecía con el pasar de los minutos hasta dar paso a la brillante luna que se reflejaba en los pulcros vidrios de la enorme mansión iluminada por grandes antorchas de fuego. Un largo camino de faroles los guiaba hacia la entrada donde varios automóviles permanecían detenidos.
