Capítulo 51

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Siento dolor de cabeza

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Siento dolor de cabeza. Tengo la lengua seca y pegada al paladar, es una sensación super desagradable. Me duele hasta abrir los ojos y por eso lo hago muy despacio. Desorientada, intento enfocar para ver donde estoy. No hay más luz que la que entra por la ventana desde la calle, que no es mucha porque es de noche, pero veo lo suficiente para ver con claridad que estoy en una habitación de hospital.

De pronto me vienen todos los recuerdos a la cabeza y eso hace que me duela a morir.

Giro la cara hacia el otro lado y enfoco al bulto que hay en el sofá que está pegado a la pared. Sonrío al darme cuenta de que son mis niñas dormidas encima de los dos hermanos.

Busco con desesperación a la persona que sin duda tiene que estar con ellas. Miro por toda la habitación y no lo encuentro. Muevo las piernas para bajar de la cama y noto algo pesado al lado. Bajo la cabeza y es ahí donde lo veo. Dormido a mi lado con la cabeza en mi cama junto a mis caderas.

No puedo evitar sentir un alivio inmenso al tenerlo conmigo de nuevo. Después de lo último que pasó en la cabaña no creí que volviera a verlo.

Muevo la mano como puedo por todos los cables que llevo conectados a el y le acaricio el pelo. Paseo mis dedos por cada mechón de cabello negro que puedo antes de que mueva la cabeza hacia donde estoy mostrándome su sonrisa de anuncio. Sus ojos empiezan a brillar, pero antes de permitir que una lágrima se deslice de ellos se lanza a mis labios dándome con ese beso la vitalidad que tanto he estado necesitando durante estos días.

—No puedo creer que por fin estoy volviendo a ver los ojos que tan idiotizado me tienen —susurra sobre mis labios, sonrío, y él vuelve a besarme.

—Y yo no puedo creer que estés dándome besos después de estar dios sabe cuánto tiempo con la boca cerrada.

Suelta una carcajada y por suerte no llega a despertar a ninguno de los otros cuatro.

—También llevas sin ducharte más de una semana y aquí me tienes, durmiendo pegado a tu cuerpo —sonríe y puedo notar como la vergüenza sube por mis mejillas.

No puedo dejar de mirarlo y acariciarlo. Me parece mentira que pueda hacerlo después de todo lo que ha pasado. Aunque siempre dentro de mí sabía que este momento llegaría, pero confieso que lo que ocurrió en la cabaña el último día fue tan aterrador, que pensé que sería mi final.

—¿Cómo te sientes?

—Viva —suspiro profundamente—. ¿Puedes darme agua?

—Te he dado mi sangre ¿no te voy a dar agua? —sonríe con malicia y se levanta a coger una botella que hay en una mesa cerca de la cama, llena un vaso de plástico y me lo da.

Bebo el agua que me sabe a gloria y pido más, me rellena el vaso y esta vez bebo algo más despacio.

—¿Eso quiere decir que ahora realmente si me has dado vida?

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