Capitulo siete - EDITADO

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No podía soportar estar ni tres minutos en ese hospital, ya no más. Estaba al punto critico en donde si me rompo la pierna y debo volver, prefiero mil veces buscar remedios naturales. Pero pude hacer una gran amiga, Lourdes, ese era su nombre, la enferma rubia de la sonrisa gloriosa que en ningún momento me quitó un ojo encima y siempre bromeaba con que me iba adoptar.

La abracé antes de dejar el pelero y le pedí su número de teléfono para mantenernos en contacto. Si les soy sincera, desde que era una niña siempre me vi más interesada en hablar con las personas adultas que con los niños de mi edad.

Mientras íbamos a casa, mi mamá conducía mientras hablaba del horrible servicio del hospital, pero papá, como siempre, le prestaba atención a su teléfono porque estaba viendo vídeos de gatos.

El día que alguien me pregunte porque siempre evado mis problema, les dibujaré la cara de mi papá y diré que él es el culpable.

Llegamos a la casa y noté como mis hermanos me estaban esperando con una sonrisa de oreja a oreja. Era una escena espeluznante, jamás lo había visto tan... Felices.

Salí del carro y los ignore a todos, mi cara de leche cortada era tan horrible que todos ellos se separaron y me dejaron pasar sin ofrecerme ayuda. Igual, tampoco los necesitaba, quería estar sola. El único que salude con muchísimo gusto fue a Marcos, siempre se le notaba feliz cuando me veía, y yo desde que él era una patata arrugada, sentía una conexión especial.

Me fui mi habitación y empecé a buscar mi teléfono en el bolso del liceo, pensaba que que ya ese perolito había dejado este mundo. Pero no, ahí estaba, sano y salvo.

Cuando lo saqué, no medí mi fuerza y algunas cosas se salieron del bolso y quedaron regadas en el suelo.  Maldije a todas las industrias que fabricaban los bolsos, ¿por qué? Porque parece que nada en esta vida me sale bien.

Volví a meter todo ese chiquero en mi bolso, pero me me fijé en una cosa particular. Tenía unas fotografías con un aspecto antiguo, como aquellas que se sacaban con una cámara reveladora. No la había metido ahí, ni siquiera había visto una en persona.

Vi que en una ellas se encontraban dos niñas, le podía calcular más o menos una edad de siete o ocho años. Una de ella tenía el cabello blanco y la otra niña si tenía unos adorables rizos dorados que caían en sus hombros, tapando un poco a una horrible muñeca que traía en sus brazos.

Por las estrellas, ese juguete era tan horrible. ¿Cómo una carajita podía dormir con una vaina de esa?

La otra fotografía solo mostraba a la niña rubia. Con la misma cara triste y la misma la misma muñeca. Pero esta vez, se encontraba agarrando un libro con una "E" plasmada en la portada.

De hecho, tengo un cuaderno igual, mamá me lo regaló cuando cumplí seis años y ya para ese entonces, estaba descubriendo mi talento para el dibujo, y ella lo notó. No podíamos costearnos unas clases particulares de dibujo, así que, su primer y único consejo fue que, dibujara lo más relevante de mi día en ese cuaderno, eso incluía más que todos paisajes.

Pero había algo más que me perturbaba que esa muñeca. Y era que, esas dos niñas, eran gemelas.

¿Pero qué mierda es esto?

Iba a vomitar, juro que iba a vomitar el puré de papa que me habían dado en el hospital. Fui corriendo hacia el baño de la sala, porque el mío estaba tan limpio que me daba dolor usarlo. Pero en el camino, mi hermano Eduardo se entromete y no me deja pasar hasta la sala.

— ¡Qué te quites, menso! — Grite casi con la comida en la boca. Él estiró su brazo hasta llegar a mi cara y con esa expresión que tanto odiaba, me dice.

— ¿Hasta cuándo no me piensas pagar los veinte bolos que me debes?

— ¿ah? ¿Tú estás oyendo lo que estás diciendo? ¡Cómo te voy a estar debiendo si andaba casi muerta en el hospital?

A este niño el anime lo estaba volviendo más tonto de lo que era.

— Me dijiste que lo ibas a utilizar para comprarte una navaja, y yo podré olvidarme la tabla de multiplicar, pero jamás que alguien me debe.

Me hastié, lo agarré del brazo y lo empuje hacia la puerta de la habitación de mi padres. Cuando iba directo al baño me di cuenta que Eduarto, el chamito que acababa de empujar, estaba en la computadora leyendo manga. Miré hacia atrás, y como había dicho, él estaba ahí, tirado en el suelo con una expresión sombría.

A la verga.

No lo pensé dos veces para salir corriendo de ese lugar, pero algo me algo me agarró del cabello y me tiro al suelo, de tal manera que me golpee tan fuerte la cabeza que mi vista empezó a distorsionarse. Quise levantarme, pero estaba inmóvil, tenía tanto miedo de que esa cosa me fuera a matar, que no me di de cuenta que a mi lado, estaba Eduardo.

Su aspecto lucia tan horrendo que quise vomitar, no podía aguantar las ganas que tuve que tragarme toda esa verga. Su rostro tenía profundas heridas que podía ver hasta lo más profundo de su carne. De esas salpicaduras de sangre empezaron a salir gusanos que caigan en mi cara y se retorcían, queriendo incrustarse en mi rostro. El olor, era putrefacto, era igual a cuando la carne se tornaba de color verde y emanaba un olor a podrido tan asqueroso.

Agarré de los hombros a esa mierda y lo empuje contra la pared. Fui corriendo hacia mi habitación y tiré la puerta tan fuerte que los cuadros se movieron.

¿Qué vergas acaba de pasar?

Me quedé esperando unos segundo para ver si algo pasaba, porque si era así, no iba a dudar ni dos veces en agarrar el bate de mi hermano y estampárselo en la cara. Que demonio ni que nada, le iba a dar en la madre.

Abrí la puerta lentamente y saqué mi cabeza. Desde mi habitación, solo se veía el pasillo donde estaban tres cuartos; el de mis padre, y el de mis hermanos. Si fuera una persona más valiente, tal vez hubiera salido, pero aún me sentía ahogada pero el susto tan arrecho.

Salté a mi cama y mi cabeza empezó a dar miles de vueltas a toda esta situación. Ya estoy en lo claro, esta verga no es un juego, es más real que mi amor por Kuroro. No sabia a quien le podía marcar para desahogar este dolor tan inmenso que siento por dentro.

Oh cierto, como se me pudo haber olvidado.

— Pensé que estabas muerta, pequeña.

— Quisieras tú que yo estuviera muerta.

— ¿Qué te crees? Si mueres ¿quién me va a pasar la tarea de matemáticas?

— Anna, no te voy a pasar mi tarea, ni siquiera yo la hago yo.

Produjo una risa tan fuerte, que me hizo quitar el teléfono de la oreja y esperar a que se le pasara el ataque de carcajadas. Saqué todo el aire que tenía en mis pulmones, y ella de inmediato se dio cuenta que algo pasaba.

— Me enteré de lo que te sucedió.

— Es una mierda, lo sé. Pero ahora necesito que por favor me ayudes en algo.

— ¿A quién vamos a secuestrar?

— A un demonio que me está haciendo la vida imposible.

— ¡Sabía que no era la única que creía en fantasmas! Dime tus órdenes que yo las cumplo.

— ¿Conoces algún cura o una vaina así?

— Tengo un amigo que hizo el curso online de exorcismo.

— Perfecto. Contáctalo, porque le voy a poner fin a esta locura.

Muchas gracias por leer y darle una segunda oportunidad a este libro, los quiere, Tahis.
:)

Mi GemelaWhere stories live. Discover now