30. Solo quédate con él si...

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Nathan me trajo hasta su casa ya hace más de una hora y media. Y yo aún no logro asimilar nada.

Fue muy impactante para mi ver a ese niño, aunque pienso que más que algo paranormal estaba soñando despierta o hasta podría decir que imaginando eso, sin embargo, no logró saber el motivo.

Y tampoco logro entender esa sensación que me llegó en ese momento dándome el aviso de que él era ese niño con quien tanto sueño; nunca había visto su rostro, ni en sueño, ni aquí. Jamás lo había visto.

La piel se me pone chinita de solo recordar aquel momento. Me remuevo incómoda en la cama,  Nathan me abraza más fuerte pegando mi espalda a su pecho

—¿Qué tienes, koala?—me pregunta Nathan mientras acaricia mi brazo de arriba hacía abajo. Su cabeza descansa en mi hombro de manera tranquila.

No he vuelto habla con él desde que llegué, me supongo se a de sentir confundido e impotente. Solo hace más que preguntas y caricias tiernas.

—¿Recuerdas el niño del cual te platique, el de mis sueños? — deteniendo su mano y entrelazandola con mía. Nathan hunde su cabeza en mi cuello.

—¿Qué hay con ese niño? —susurra sobre mi cuello. Me tenso porque sé que al decirlo en voz alta ser escuchará ridículo.

Suspiro lentamente, cierro mis ojos con fuerza pero rápidamente los abro al pensar que al volverlos abrir la cara del niño estará muy cerca de la mía.

—Creo que lo vi —musito bajito. Nathan se separara rápidamente de mí, me giro para verlo y él me observaba con el ceño fruncido.

—¿Al niño muerto?, ¿Ese del qué todo mundo habla, es el mismo de tus sueños?

—Y-yo no sé... puede ser... no tengo ni idea como fué pero al verlo en el callejón supe que era él, era ese niño y —suelta una carcajada interrumpiendome.

¡Imbécil!

—¿No me crees verdad? —le pregunto acomodandome en la cama para poder observarlo mejor.

Niega con la cabeza entre risas.

Lo que más odio no es que no me crea, de hecho, ni yo lo creo aún; lo que odio es su maldita risa burlona.

—Katherine, cariño, eso no existe. Fué tú imaginación —sigue reindose de lo que le he dicho.

Me cruzo de brazos y le regalo una mirada llena de odio.

—Es verdad, pero haya tú si no me crees. ¡Eres un imbécil cara de cola apestosa!

Vuelve a soltar otra carcajada.

Exasperada, me levanto de la cama y me dirijo hasta la puerta de la habitación, pero Nathan evita mi salida.

Me gira y me pone contra la puerta. Ahora me mira serio.

—¿Lo dices en serio? —pregunta, me mira como si esperará que me riera para después decirle que es broma. Eso jamás sucede.

—De verdad lo ví.

Me mira de manera extraña pero aún veo la duda en sus ojos.

—¿Y como era él? —me pregunto. Toma mi mano y me guía hasta la cama, donde primero se sienta él y después hace que me sienta sobre sus piernas como niña pequeña.

De solo recordar al niño me da escalofríos y un terror infernal, sin embargo, me resulta demasiado familiar y aunque me asusta; muy en el fondo quiero volver a verlo.

—Era hermoso, era el niño más hermoso que haya visto —respondo.— Tenía una cicatriz en su bello rostro de porcelana, los ojos azul zafiro y los labios rosados. Tan hermoso como horrible.

Medio kilómetro de distanciaWhere stories live. Discover now